Dioses de alabastro y barro

Las imágenes que se sucedían en la pantalla eran mucho más fieles a las que conservaba en la memoria de mi breve excursión, apenas un día, hace diez años, al mundo etrusco. El protagonista de la película italiana La quimera, Arthur, un arqueólogo inglés, interpretado por Josh O’Connor, al comienzo del relato viaja ensimismado en un compartimento de un vagón, solo. El tren lo lleva a la rica zona de tesoros arqueológicos de las necrópolis etruscas, la llamada Banditaccia, porque en el siglo XIX esos terrenos se arrendaban (bandite) a los propietarios. También yo me había subido hace más de diez años a un vagón para hacer probablemente el mismo trayecto del actor, tenía la ilusión febril de llegar al fantasmal y fabuloso territorio de centenares de hectáreas devenidas cementerios etruscos, ricos en joyas y en esculturas de incalculable valor arqueológico y artístico. Unos días antes en el Museo Nacional Etrusco de Villa Giulia en Villa Borghese había tenido la suerte de que el pintor argentino Guillermo Roux me sirviera de guía y me pusiera frente al llamado “sarcófago de los esposos”, una urna funeraria etrusca monumental en terracota. La expresión serena de esa pareja tendida en un triclinio parecía inalcanzable de nobleza.

La lluvia había ahuyentado a los turistas. Podía pasearme solo por las fúnebres calles de la necrópolis de Cerveteri, entre lo túmulos de piedra y de césped. Los objetos del interior de esas cuevas “domésticas” habían desaparecido para ser cuidadosamente trasladados a museos y universidades por científicos e historiadores, pero una buena parte de ellos pasó a las manos y las bolsas de los saqueadores, los tombaroli, los excavadores, para ser vendidos a coleccionistas privados o en subastas clandestinas.

Son numerosas las tumbas que están cavadas en la roca y tienen la misma disposición de las casas etruscas. En las paredes pueden verse los bellos y coloridos frescos que detallan la vida cotidiana de los hogares prerromanos. Algunas de esas tumbas son verdaderos hogares, muy espaciosos, podrían ser ocupadas de inmediato por los vecinos de Cerveteri.

Las tumbas tenían una especie de banco que acompañaba el movimiento circular de los muros. Esas superficies invitaban al descanso y a sumergirse en la vida de meditación y silencio que ofrecían a los visitantes. Había en esos espacios una imprevista intimidad que permitía la ensoñación con los misterios post mortem. Cuando voy a un cementerio a visitar una tumba de un amigo recién fallecido me pregunto cuáles son las ocupaciones “correctas” en esas visitas piadosas, con qué se “llena” el tiempo. ¿limpio la lápida? ¿tiro las flores marchitas que dejó alguien anónimo? ¿le echo agua a las que pueden ser “rescatadas”. Le encuentro sentido a lo que es más absurdo: inicio un monólogo silencioso o en susurros con los muertos si es que se tiene la suerte de que no haya deudos presentes. Ese monólogo me da vergüenza, detestaría tener testigos. Se me ocurre que mis gestos son un signo de locura. Estoy rimbambito. Chocheo. Doy por supuesta la vida de ultratumba de los restos.

En mi “microaventura” etrusca tuve la suerte de no compartir mi paseo con nadie extraño y, apoyado en un árbol, hasta pude entregarme a una corta siesta animada por personajes y situaciones de cuentos de niños o de jóvenes. Me había levantado muy temprano en Roma para poder tomar el tren, de allí mi necesidad de sueño y ensueño. Los misterios etruscos son ideales para urdir historias. La tierra etrusca de Volterra inspiró a Gabriele D’Annunzio su novela incestuosa Forse che si, forse che no. Esa novela es el núcleo argumental de la película Vaghe Stelle dell’Orse, de Luchino Visconti, que también se llamó Sandra. De esa cinta, me quedaron las imágenes bellísimas y fantasmales de los objetos traslúcidos del alabastro de Volterra. Los turistas compran los vulgares souvenirs, los anticuarios se disputan los objets de vertu en las subastas. En ambos casos, buscan apresar el tiempo de un paseo o la sombra de una sonrisa.



Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/dioses-de-alabastro-y-barro-nid31012025/

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