Vivió en la calle, lo dieron por muerto y estuvo en un psiquiátrico hasta que comenzó su recuperación: “Tuve que decir hasta acá llegué”

A veces, la vida parece empujarnos al abismo. Pero incluso en los momentos más oscuros, cuando todo parece perdido, puede encenderse una chispa que lo cambia todo. Esta es la historia de Franco Bovone, un joven que tocó fondo muchas veces, que convivió con el dolor, la adicción y la calle, pero que un día decidió dar un paso distinto. Con coraje, ayuda y trabajo personal, transformó su historia de sufrimiento en una de superación. Hoy, su recorrido es una fuente de inspiración para quienes sienten que ya no hay salida: siempre hay una nueva oportunidad, incluso cuando parece que no queda ninguna.

Desde los 13 Franco comenzó a juntarse con chicos del barrio que eran mayores que él. Fue en ese momento cuando empezó a consumir marihuana. A los 15 también consumía alcohol y LSD en cantidades.

En ese entonces, ya había repetido Tercer Año dos veces por lo que decidió abandonar la escuela. A los 18, consumía, además, éxtasis, ketamina, a los 20 arrancó con la cocaína y también había probado el paco.

“Hacía changas y salía casi todos los días a bailar o directamente a consumir. Había tocado fondo varias veces debido al consumo y comenzaba a notar las consecuencias. Uno o dos días antes del accidente, intenté internarme en un centro de adicciones. A los 20 años, ya había perdido amigos, una novia a la que había querido mucho y mi círculo de amistades estaba empeorando”, recuerda Franco, a la distancia.

La noche previa al choque había ido a bailar con un vecino y a eso de las cinco salieron, en medio de la lluvia. Ambos iban en moto, sin casco, volviendo para el barrio de Boedo. “Recuerdo que desperté en el Hospital Durand, en la camilla. Me saqué una selfie, la subí a Facebook, y me desmayé. ¡Una locura!”.

Entre la recuperación, un trabajo perdido y el consumo en ascenso

“En Terapia Intensiva recuerdo que había una señora que estaba muriendo de dolor, mientras yo estaba todo conectado, escuchando los ruidos de las máquinas. Estuve cinco días, con una fractura expuesta de tibia, pero no me podían operar porque me había partido la cabeza y tenía convulsiones”.

Después de recuperarse del accidente, alrededor de los 22 años, Franco tuvo la oportunidad de trabajar armando y desarmando escenarios, viajando por el interior del país y también en CABA. Económicamente, cuenta, le iba bien, pero sus amistades eran más que complicadas. “Mis amigos de los 15 años ya estaban en otra sintonía, mientras mi consumo había empeorado. Ahora estaba en contacto con personas más problemáticas que vivían en la calle. Pasaba días y noches en la calle o dando vueltas para no ir a mi casa y seguir consumiendo”.

Para Franco, se trataba de un trabajo muy especial que lo había deseado durante varios pasajes de su adolescencia. Por eso, se sentía tan angustiado cada vez que lo ponía en riesgo. Por otro lado, se daba cuenta en su terapia que estaba muy lastimado, que sentía dolor, angustia y auto-rechazo.

“También pasé por hospitales de día, psicólogos y cuando perdí ese trabajo me sentí muy mal, desilusionado y frustrado".

A los 23 años, cuenta, tuvo un intento de suicidio, que fue más para “llamar la atención” por lo que permaneció internado un mes en un psiquiátrico. Sin embargo, como él mismo dice, nada le servía. Todavía estaba lejos de hacer ese clic, fundamental para iniciar el proceso de aceptación y recuperación.

Su experiencia de vivir en la calle

Para ese entonces la familia de Franco le había puesto límites, todas las personas con las que se juntó a lo largo de su vida habían dejado de hablarle y gran parte de ellas hasta lo llegó a dar por muerto. Por eso, cuenta, no tenía a dónde ir. Y no le quedó otra opción que vivir en situación de calle.

“Fue duro. Lo viví a lo largo de mi vida igual porque mis padres me cerraron las puertas de su casa bastantes veces, porque yo era incontrolable. Terminaba vendiendo algo o consumiendo dentro de la casa y sin parar. Entonces, ya para los 25 había hartado a toda la gente, nadie creía en mí, ni yo. Estaba lleno de dolor, angustia, vacío y sin saber qué hacer de mi vida”, expresa.

Por aquellos días la rutina de vivir en la calle comenzaba a las 9 cuando abría el supermercado chino donde Franco compraba un vino blanco de cartón caliente, para luego trasladarse a un semáforo a limpiar parabrisas. “Dábamos vueltas por ahí tomando vino todo el día o buscando cosas para vender en la basura. También íbamos a la verdulería y a la carnicería para pedir comida y hacíamos guiso a la noche con tres latas con medias adentro y alcohol y una lata de salsa de tomate grande”.

“Tuve que rendirme y decir ´hasta acá llegué´”

“Me acuerdo que ese día eran las tres de la mañana, había tomado alcohol etílico, comido de la basura, fumado paco y me acosté a dormir tapándome con un cartón. Me puse a pensar en tirarme debajo de un colectivo, pero no me animaba. Pensé que, si seguía así, me iba a morir, pero faltaba mucho, no sabía cuándo, calculaba dos años”.

Fue en ese momento en el que Franco pensó en la posibilidad de que lo “encerraran” en un lugar, que le dieran de comer y, fundamentalmente, que le brindaran algo de cariño que levantara su autoestima, que a esa altura estaba por el piso.

En ese momento recordó a una persona que le había contado su experiencia y le habló de una fundación que podía ayudarlo. Entonces, decidió ir y cuando llegó lo primero que le dijeron fue que tenía que trabajar consigo mismo, que estaba muy lastimado, y que si se quedaba se iba a sentir mejor.

“Tuve que rendirme y decir ´hasta acá llegué´, y ser consciente de que mis mejores ideas me habían llevado a mis peores lugares. Durante el primer año, estuve cuatro o cinco meses temblando, no podía hablar. También tuve una convulsión. No me bañaba ni me afeitaba, no tenía ropa. Recuerdo que todos los días eran oscuros y tristes, pero ya para los cinco meses había vuelto a la casa de mis padres por 20 días y ahí me di cuenta que todo seguía igual, pero que el que estaba cambiando era yo. Lo noté demasiado, fue clave. Ahí decidí volver al tratamiento y mantenerme limpio, un día a la vez. Tuve que aceptar que, si quería cambiar mi realidad, dependía únicamente de mí”.

Franco está convencido de que salir adelante fue algo mental asociado a un convencimiento de querer hacer algo diferente a lo que estaba haciendo, dejarse guiar por otras personas que habían podido salir, estar receptivo, aplicar honestidad cuando hablaba de sí y buena voluntad.

“Todo seguía igual, pero yo estaba decidiendo hacer algo distinto. Desde lo más básico: bañarme todos los días, afeitarme, comer, tener la ropa ordenada. También, cuando estaba en lo de mis padres, me quejaba de que nadie paseaba a los perros, que la casa no estaba limpia como yo quería, que no había comida, que la ropa estaba sucia, y así fue que un día me dijeron: ´Si no te gusta, agarrás y lo hacés vos por vos, no esperes las cosas de los demás´. Ese fue un gran cambio de mentalidad: darme cuenta de que, si la realidad no me gustaba, tenía que trabajar, ponerme incómodo, salir de mi zona de confort (la queja) y solucionarlo. Hoy sé que esto es una enfermedad llamada adicción y que yo tengo que ponerme en primer lugar, cuidar mi salud mental. Es lo más valioso y vale más que cualquier cosa material que pueda tener. Si no estoy con los pies en la tierra, con terapia, mi vida pasa a ser ingratitud constante”.

De la calle a crear una empresa

A los 25, en plena recuperación, Franco le pidió a su papá que le llevara libros de HTML, CSS y C++. También hizo un curso de Google. No tenía claro qué iba a hacer, cuenta, hasta que se puso a pensar en qué podría ofrecerle a personas que vendieran productos y servicios. Luego, se puso en los zapatos de los dueños de empresas, pymes, profesionales y comerciantes que querían tener su página web, pero no les interesaba saber qué era un dominio, web hosting y demás explicaciones técnicas que, para alguien que solo quiere delegar, tal vez ni le importaban, pensaba.

“Cuando salí de estar internado pensé el nombre de la empresa. Después armé mi logo sacando un rayito de un flyer de CANVA. Con ayuda de mi mamá armé un texto que decía ´Quiénes somos´. En ese entonces me presentaba como una empresa con varios profesionales, yo no sabía ni escribir. Era todo difícil. Tampoco sabía hacer las páginas web, pensaba en hacerlas en código y sabía que iba a tardar unos ocho meses en aprender y otros ocho meses en armar una sola página, era muchísimo tiempo”.

“Solo gastaba en comprarme una gaseosa y unas papas fritas, todo lo demás era inversión”

Hasta que se puso a mirar videos en Youtube y logró armar el primer WordPress.

“Recuerdo que a los 25 solo tenía un par de remeras, un pantalón y unas zapatillas rotas. Durante el primer tiempo, luego del año y un mes internado, fui a vivir con mis padres. Lo primero que hice con las dos primeras ventas fue invertir en web hosting, donde podía almacenar más webs para seguir vendiendo a clientes. Solo gastaba en comprarme una gaseosa y unas papas fritas, todo lo demás era inversión. A los seis meses logré comprarme un teléfono bueno ya que tenía uno viejo que me habían prestado y necesitaba trabajar mejor. A los ocho me pude ir a vivir solo por primera vez, sin ayuda y con lo justo”.

Al día de hoy, Franco dirige una empresa que cuenta con más de 250 clientes nacionales e internacionales. Tiene un equipo de 20 personas, son partners de Google, Meta, Mercado Pago y Kommo CRM.

“Desde los comienzos me puse a pensar en qué necesitaban los dueños de pymes y empresas, teniendo en cuenta sus tiempos y lo importante que son sus ideas. Por este motivo, nos enfocamos en crear o rediseñar la imagen digital de las empresas y las conectamos con su público objetivo para que puedan escalar su facturación”.

¿Cómo te sentís al haber podido revertir tu situación?

Completamente agradecido con Dios, con mi familia, con mis amigos, el lugar donde hice el tratamiento, mi psicóloga, mi mentora empresarial y con las personas que fueron apareciendo, dejándome enseñanzas y guiándome por este camino de emprender. Y conmigo por estar dispuesto a cambiar mi vida.

¿A qué atribuís este cambio de 180 grados?

Los límites me sirvieron muchísimo. Fue un momento de lucidez esa noche que pedí ayuda y después entender que estaba muy lastimado y dolido con la vida, resentido conmigo mismo, con mi familia y mis amigos.

¿Qué aprendiste de todo lo que te sucedió?

Que todos merecemos lo mejor en la vida y que, para conseguirlo, es fundamental trabajar en uno mismo, tanto a nivel material, espiritual, mental como físico. También entendí la importancia de ser indulgente, de ver a las personas con empatía, comprendiendo que cada una tiene su propia historia y aplicar ese mismo criterio conmigo, evitando ser duro o crítico en exceso.

¿Qué consejos les darías a las personas que, como vos, tocaron fondo?

Que la vida es hermosa, que todo pasa, y que el mal momento y los sentimientos que están viviendo hoy también van a pasar. Que si lo eligen, pueden cambiar su vida. Si su realidad no les gusta, la única opción es identificar lo que les molesta y empezar, poco a poco, día a día, a hacer algo distinto, a salir de la zona de confort.

Nadie va a venir a salvarnos: ni nuestra madre, ni nuestro padre, ni el vecino, nadie. Uno tiene que elegir cambiar y estar dispuesto a hacer cosas que tal vez piensa que no sirven, pero que en el fondo son las que realmente le harán bien.



Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/vivio-en-la-calle-lo-dieron-por-muerto-y-estuvo-en-un-psiquiatrico-hasta-que-comenzo-su-recuperacion-nid03092025/

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