“¿Esto de quién es?”, le suenen preguntar a Naná Gallardo las visitas que se detienen ante una obra informalista de Rogelio Polesello, su pareja durante más de veinte años. Son muchas las piezas irreconocibles del artista fallecido en 2014 entre las 155 que se exhibirán desde el miércoles en el Centro Cultural Borges, una década después de la que le dedicó el Malba.
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Aquella abarcaba la etapa de su juventud, desde 1958 hasta 1974, cuando era considerado por los críticos como un niño prodigio y llegó a exhibir una antológica de sus obras de arte óptico y cinético en el Instituto Di Tella con sólo treinta años. También protagonizó con sus placas de acrílico tallado la boite Mau Mau y producciones de revistas como Gente, donde se lo presentaba como una celebridad. Esta toma la posta para profundizar en las últimas tres décadas del siglo pasado. Varias de las pinturas sólo se exhibieron en la retrospectiva que le dedico el Museo Nacional de Bellas Artes, en el 2000.
Incluye una serie de monocopias realizadas en Venezuela nunca antes vistas en la Argentina, objetos intervenidos de forma lúdica y pinturas esfumadas creadas hace medio siglo que parecen las de un joven artista contemporáneo. También hay una escultura muy preciada para Naná que ella llama la “barra de hielo”, porque se parece a las que Polesello vendía de chico para comprarse ropa.
“La idea fue pensar qué puede empatizar con el presente, mostrar ciertas sincronías entre ambas épocas. Siento que para entender a Polesello hoy puede ser mucho más interesante revisitar esto que los años 60”, dice a LA NACION Santiago Villanueva, curador de la muestra titulada Más aquí. Evoca una frase de la crítica Marta Traba, que aludía entre otras cosas a la disolución de las distancias con el espectador y a la pérdida de rigidez del arte no-figurativo en sus obras.
Estas últimas necesitaban volver a verse “con ojos nuevos” según Alberto Negrin, director del Centro Cultural Borges, quién propuso la idea a Gallardo en octubre del año pasado. Como se trata de una institución pública con entrada gratuita y los costos son altos, emprendió luego la tarea de conseguir el apoyo de varios amigos del artista. Arquitecto y escenógrafo, diseñó el montaje de la muestra. Y finamente, para “volver a ponerlo en el mapa global”, envió cartas a museos internacionales en los cuales Polesello está representado, como el MoMA y el Guggenheim de Nueva York, para avisarles que pueden visitar esta antológica hasta fin de año.
“Polesello fue un artista absolutamente singular –opina Negrin-. Un vanguardista. Un investigador obsesivo de la percepción, de la forma, del color, del movimiento. Fue un pionero del Op Art en América Latina, pero también fue un diseñador, un agitador cultural, un creador que siempre buscó expandir los límites del arte. Su obra es seductora desde lo visual, pero también desafiante desde lo conceptual. Jugó con la ilusión, con la óptica, con la ambigüedad, y lo hizo con un sentido del espectáculo muy propio. Supo tender puentes entre la alta cultura y la cultura popular, entre el arte geométrico y el hedonismo psicodélico”.
Esa búsqueda del placer se reflejaba en su gusto por la ropa de marca y en su agitada vida social. Frecuentaba fiestas, inauguraciones de muestras y la llamada “manzana loca”: ese punto de encuentro que abarcaba el Di Tella, el Florida Garden, el Bar Moderno, el Bárbaro, Dadá y la Galería del Este, entre otros espacios. En esta zona del microcentro en la que ahora lo representa su producción se siguió encontrando los sábados hasta sus últimos años con amigos como Rómulo Macciò y Luis Felipe Noé. Todo eso se complementaba con un arduo trabajo, vestido con overol en su taller de Belgrano, lo que llevó a Oscar Masotta a compararlo con un “obrero metalúrgico”.
“Tenía dos facetas –recuerda Naná-. Por un lado, era súper social, súper cálido. Leonino, carismático, le encantaba que lo halagaran todo el tiempo. Pero a la vez apoyaba mucho a sus colegas, incluso a los jóvenes. Con Marta Minujín se llamaban siempre para darse consejos. También era loco y muy apasionado de la música, el cine, la comida. Le encantaba desde el jazz de Yusef Lateef a María Callas y Luciano Pavarotti. Y en el último tiempo, la música electrónica. La otra faceta ya me la olvidé, quedó en el pasado . La nuestra fue una relación de pasión y locura”.
Para agendar:Más acá. Polesello 1970–2000 del 16 de julio al 21 de diciembre en el Centro Cultural Borges (Viamonte 525). De miércoles a domingos, de 14 a 21, con entrada gratis.