Ese 8 de marzo no fue un día cualquiera para Andrea Méndez. Había salido a pasear con sus perros cuando Chula, una de ellos, le indicó que alguien necesitaba ayuda a pocos metros de sus narices. Sobre el césped todavía húmedo por el rocío de la mañana, una palomita diminuta, apenas un pichón, todavía respiraba cuando la mujer la vio. Indefenso, es probable que hubiera caído de un nido. “Para mí fue imposible ignorarlo”, dice la marplatense.
De inmediato llevó al pichón a su casa. Tenía pocos días de vida. Lo puso en una cajita con calor y comenzó a alimentarlo con jeringa y a cuidarlo. Frágil y debilitado, Palo -como fue bautizado- no podía mantenerse en pie ni erguir su cabeza. Con experiencia en rescate de aves -Andrea había rehabilitado a un chimango con anterioridad-, supo que el pichón requería ayuda profesional. Luego de un chequeo, el veterinario indicó vitaminas y continuar con los cuidados que Andrea muy pacientemente le estaba brindando: alimento, calor y atención permanente.
“Sale por un balcón y reaparece por otro”“Palo necesitaba ayuda para aprender a volar, para fortalecerse, para confiar. Y, poco a poco, logró todo eso. Con el tiempo comenzó a interactuar con los perros como si siempre hubiera formado parte de nuestra pequeña manada. Recuerdo la primera vez que voló. Se fue como si quisiera explorar el mundo, pero tres horas después volvió por el balcón, desde entonces repite el mismo ritual: sale por un balcón y reaparece por otro, como si solo necesitara probar que puede volar, aunque sin ir demasiado lejos”.
Desde entonces, los dos balcones del amplio y luminoso departamento donde Andrea vive siempre están abiertos. No solo dejan entrar la brisa marina que forman las olas de Playa Grande, en Mar del Plata, sino también a Palo que, a diario, sale a hacer sus vuelos para sentir el viento bajo sus alas.
Parte de la fauna urbana, las palomas también son habitantes de la ciudad. Llegaron con los barcos de los inmigrantes y siempre dependieron del ser humano para sobrevivir; por eso anidan en las ciudades. Aunque son aves granívoras, que requieren de una alimentación equilibrada en base a granos y semillas, al vivir en las calles, como cualquier animal, suelen comer lo que encuentran: sobras y muchas veces basura, restos de galletitas y alfajores, alimento balanceado de perro y gato, semillas de árboles y más.
“Son sensibles, amorosas y con una profunda memoria”“La paloma urbana es súper inteligente y sensible y lo que se llama enteramente una especie resiliente. Ha podido sobrevivir en la difícil y dura ciudad”, dice con énfasis Clara Correa, Presidenta de la Asociación Civil de Ayuda a las Aves Pájaros Caídos que protege, rescata, rehabilita y reinserta todo tipo de aves. “Son sobrevivientes en un entorno hostil donde domina el cemento, la rapidez, el vértigo, el estrés, la adrenalina. Mientras todos corremos, ellas intentan sobrevivir: buscando un pancito o un palito para armar el nido. Lo que las caracteriza como especie es su sensibilidad, su amorosidad y una profunda memoria con recuerdos muy nítidos de quien las ayudó y fue empático con ellas“.
Andrea puede dar fe de ello. Palo es mucho más que una Paloma, es parte de la familia. Se adaptó a las rutinas y horarios de la casa. Se baña en la ducha con agua tibia en invierno, duerme en la cama. El momento de comer también es compartido. Aunque al comienzo, Andrea alimentaba a Palo con papilla a través de una jeringa, hoy la paloma comparte la mesa con los perros: cuando los galgos comen, Palo también pide que le den ese alimento. “Le pongo arroz o avena porque se planta y quiere comer cuando ellos comen”, dice entre risas Andrea.
Palo reconoce voces y emociones. “Tiene una sensibilidad única, entiende cuando alguien está triste o enfermo. Se queda cerca, como un perro, como alguien que ama”, dice emocionada Andrea. Y, hablando de amor, Palo tiene su corazón ocupado: está enamorado de Chula, la misma perra que lo rescató. Le baila, la sigue, intenta llamar su atención como si fuera parte de su especie. La escena es tan insólita como conmovedora.
Con Betún, el otro perro, la relación es diferente. A veces lo pica o le da golpes con las alas. Sin embargo, él jamás intentó defenderse ni mucho menos atacarlo. “Se miden, es increíble, pero ellos se entienden”, confiesa Andrea.
“Conmigo, su vínculo es aún mas fuerte. Me ama, me reconoce entre todas las voces y no permite que nadie más lo acaricie. Nuestra conexión es única, profunda, casi inexplicable. Siempre me gustaron las plumas (tengo una tatuada) y desde chica guardo las que encuentro en el camino. Palo me mostró un mundo nuevo y ahora todo tiene sentido. Nunca pensé que me podía pasar con un pájaro esto que siento por Palo. Con Palo aprendí que no hay animales mejores que otros. Que la empatía no tiene especie. Que incluso quienes han sido históricamente despreciados, como las palomas, tienen tanto amor para dar como cualquier otro ser. El me eligió, pero también yo lo elegí a él. Su presencia me transformó. Me enseñó a mirar más allá de los prejuicios, que cada vida tiene valor y que a veces el corazón más grande late en el cuerpo más pequeño. Ojalá esta historia ayude a generar consciencia. Porque si abrimos los ojos y el alma veremos que el mundo está lleno de Palos, esperando ser vistos, cuidados y amados”.
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