El fin del posteo casual

Estuve a punto de publicar en Instagram una foto del rico vino que disfruté con amigas el lunes, pero no lo hice. Pensé en compartir un momento del paseo de ayer con mi sobrino y luego desistí. Hace unos años no hubiera dudado en hacerlo, porque de eso se trataba: las redes sociales eran nuestra plaza pública emocional. Entre selfies, desayunos perfectos y fotos de mascotas, compartíamos lo cotidiano con una espontaneidad casi ingenua, sin mayor expectativa que un puñado de likes y algún comentario de un amigo. Pero hoy, esa versión social está mutando.

No soy yo, somos todos. Cada vez menos gente publica. Las razones son múltiples y, en muchos casos, acumulativas. Por un lado, el contexto global nos pesa. En un feed donde conviven guerras, economía tambaleante y desinformación generada por inteligencia artificial, ¿tiene sentido subir una foto del desayuno? Una colega amiga me confesó que había borrado varias fotos de comidas en restaurantes porque: “con todo lo que está pasando en el mundo y en nuestro grupo en particular me siento insensible y juzgada.” Compartir una alegría o disfrute genera culpa o incomodidad.

Cómo entrenar la mente para vivir mejor: consejos, experiencias y el retiro que lo cambió todo

Kyle Chayka, especialista de cultura digital de The New Yorker, sigue con agudeza este viraje cultural que en menos de una década pasó de la sobreexposición a la cautela o rechazo. En sus crónicas, Chayka dice que nos acercamos al “Posteo Cero” y describe cómo el impulso de compartir fue reemplazado por una estética del silencio, o al menos del control extremo. Donde antes había conexión, hoy se impone la distancia. Su trabajo revela que lo que parece una decisión individual —postear o no postear— en realidad responde a tensiones culturales, tecnológicas y económicas mucho más profundas. A esto se suma el cambio generacional. Ni mi hijo de 19 años ni ninguno de sus amigos tiene un feed frondoso. La mayoría tiene dos cuentas. Una juntando polvo digital y la otra llena de stories y momentos efímeros al que solo accede su grupo de amigos. Scrollean mucho, sí, pero no postean. Persiguen una estética también y quieren escapar a lo que Kile llama como “vulnerability hangover”, es decir, una especie de resaca emocional por haberse expuesto.

Detrás de este cambio hay una transformación estructural que tiene que ver con la profesionalización y monetización del contenido. Lo que comenzó como expresiones improvisadas terminó en clips con estética de spot publicitario potenciado por la IA. Publicar ya no es un gesto genuino, sino una producción. Las plataformas lo exigen y los influencers responden. ¿El resto de nosotros? A veces tratamos de seguir el ritmo y otras despotricamos contra el devenir digital cultural. El que no está abandonando las redes, está renegociando su relación con ellas. Muchos estamos observando para luego decidir nuestra presencia, o no, en ellas.



Fuente: https://www.lanacion.com.ar/economia/negocios/el-fin-del-posteo-casual-nid02082025/

Comentarios

Comentar artículo