“Bahía es la ciudad de la alegría”, “Bahía es puro color, sabor y música”, dicen quienes la conocen. “Todo, todo en Bahía nos hace amarla”, canta Caetano Veloso en Terra. Definitivamente, Bahía es un concepto más que una referencia geográfica o un destino de playa en Brasil.
La historia del país se inicia aquí. Fue la primera capital desde 1549 hasta 1763.
La devoción religiosa de sus habitantes llevó a la construcción de una gran cantidad de iglesias, en el centro histórico prácticamente hay una por cuadra, y se podría ir a una iglesia distinta cada día del año porque se estima cerca de 360. Entre las más conocidas y visitadas está la Iglesia do Senhor do Bonfim, el santo patrono de la ciudad y escenario de la fiesta más popular de Salvador –después del Carnaval–, y la Iglesia de São Francisco, con su interior bañado en oro. Una de las tradiciones de Bonfim, desde 1809, es regalar a otra persona una fita, una cinta de color que se debe atar a la muñeca con tres nudos y pedir tres deseos, que se cumplirán cuando la cinta se corte sola. ¿El más pedido? Volver a Bahía. Porque después de conocerla, solo se quiere volver.
Si bien esta zona del país se desarrolló económicamente a través de la exportación de productos como el azúcar y el cacao, recién a fines de los 70 comenzó la explotación del turismo, hoy su principal industria. Las playas de arenas claras y aguas transparentes y cálidas son, sin duda, su mayor imán con resorts all inclusive a lo largo de toda la bahía.
Pero si bien la tentación de pasar una semana en una reposera frente al mar, en contacto con la naturaleza, todo incluido y resuelto, es grande, Salvador merece reservarse al menos dos días para recorrerla y conectarse con su cultura, colores, sabores y sonidos. O, en el mejor de los casos, dedicar un viaje exclusivamente a la ciudad para descubrir las raíces afrobrasileñas y sus tesoros más preciados.
Naturaleza a plenoIncluso disfrutar de sus playas urbanas, que son muchas y muy variadas, o hacer una escapada en lancha, barco o catamarán para pasar el día en las islas cercanas. Pequeños paraísos como la isla de Itaparica a 10 kilómetros, la isla de Maré a una hora por agua, la isla dos Frades a dos horas, y la más lejana, el Morro de São Paulo, a tres horas. Una de las playas más lindas de la ciudad es la de Itapua, donde Vinicius de Moraes –autor de Garota de Ipanema– eligió vivir en una casa frente al mar y le dedicó una canción. La propiedad ahora es un hotel boutique, Casa Di Vina, al que se le añadió un edificio moderno junto a la casa de Moraes que fue conservada y puesta en valor. La Suite Vinicius es la mismísima habitación donde dormía el poeta con su séptima esposa (tuvo nueve). Con 52 m2, una biblioteca con sus obras y el ventanal con vista al mar que enamoraba a su célebre dueño, una noche puede costar alrededor de US$282.
La playa de Itapua tiene uno de los dos faros existentes en la ciudad, con rayas rojas y blancas, que invita a ver los atardeceres desde allí. Siguiendo el camino marítimo se suceden otras playas amplias, con buenas olas y nombres singulares, como la playa de la Poesía, del Romance, de la Música y de la Paciencia, llamada así porque era el sitio donde las mujeres de los pescadores esperaban que sus maridos vuelvan del mar. En la época de la Tropicália, Caetano Veloso, Gal Costa y Gilberto Gil compraron un terreno en esta playa y se hicieron una casa cada uno, en altura y frente al mar. Caetano aún la conserva.
La playa de Porto da Barra, la zona donde las propiedades tienen el valor por metro cuadrado más caro de Salvador, (alrededor de US$1890), es considerada una de las más lindas del mundo y dicen los bahianos que es la preferida de Caetano. El agua es calma y en cada extremo hay dos fuertes de la época colonial portuguesa del siglo XVI, que se pueden visitar y subir hasta lo alto.
Alejadas del continente hay alrededor de 50 islas pero no todas son propiamente islas, más de una docena son bancos de arena que se dejan ver por sobre el agua. Itaparica tiene una fuente de agua natural y un paraíso poco conocido: Coroa do Limo. Se trata de un banco de arena en altamar bastante alejado de la costa, al que se puede acceder con una lancha cuando hay marea baja. La arena blanca emerge del mar turquesa como una columna vertebral, formando un camino largo y firme sobre el agua, de dos o tres metros de ancho, y por allí se puede caminar con la sensación de estar abriendo los mares con rumbo al horizonte. El agua es cristalina, cálida y con pececitos que acompañan en cada chapuzón en medio de la inmensidad.
@jeanoliveira994Coroa do Limo - Itaparica Bahia📍 . . . #coroadolimoitaparica #coroadolimo #itaparica #itaparicabahia #ilhadeitaparica #paraiso #paraisotropical
♬ Vilarejo - Marisa MonteAl retornar a la costa, se puede hacer una parada en la isla dos Frades y comer en un restaurante atípico. Preta es una marisquería bahiana sin paredes ni ventanas, está ubicada en medio de la vegetación y su decoración shabby chic invita al relax: mesas y sillas conviven con hamacas, camas y camastros adonde se puede pasar a comer el postre y, por qué no, tomar una siesta a la sombra. Otra sucursal de Preta está en pleno centro de Salvador, dentro del Palacete Chiratapéu, con una decoración elegantemente urbana.
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El Palacete Chiratapéu es un verdadero ícono en el corazón de Salvador y desde su construcción, a principios del siglo XX, fue testigo de los momentos más importantes de la ciudad. Ocupa toda una esquina en la Rua Chile (la primera calle de Brasil), es un punto de referencia y un emblema de la arquitectura ecléctica de esta urbe. Su creador, el italiano Rossi Baptista, fue un referente indiscutible que marcó el perfil arquitectónico de la ciudad transformando su paisaje con edificios de fachadas impresionantes, entendiendo las necesidades estéticas de su época.
La arquitectura de Salvador, diversa y admirada, permite que convivan innumerables edificios art déco (los más emblemáticos: el Oceanía frente al mar y el lujoso hotel Fasano) con iglesias ultrabarrocas y casas coloniales que forman en cada cuadra un arcoíris.
Desde la misma esquina del Palacete Chiratapéu, se pueden optar por dos caminos a pie: llegar hasta el centro histórico, el tesoro de Salvador, el famoso Pelourinho; o ir en dirección al elevador Lacerda, un ascensor público de 1873, que conecta la ciudad alta con la baja y permite llegar hasta el puerto náutico, el Mercado Modelo y el Museo de la Música.
Quien elija descender por el elevador, podrá hacer compras en el Mercado Modelo, el exedificio de la Aduana, con más de 250 tiendas de artesanías, alimentos y productos locales. En el último piso está el restaurante Maria de São Pedro, con 80 años de antigüedad, que ofrece una magnífica terraza con vista al mar azul y las embarcaciones amarradas en el puerto.
Recuerdos de AmadoY para el final, siempre se reserva lo mejor. Quienes hayan elegido tomar el otro camino, hacia el Pelourinho, podrán ir subiendo y bajando por las calles angostas y empedradas, y maravillarse en la caminata con las casas antiguas, pintadas de colores e impecablemente preservadas. Lila, celeste, amarillo claro, verde agua, salmón, rojo, ocre, y algunas sencillamente blancas, muchas de ellas convertidas en hoteles o restaurantes.
Una parada obligada en la Plaza da Sé es el puesto callejero de acarajé de Mary, una bahiana que luce su pomposa falda multicolor abultada por las capas de tela, su cabello cubierto con un turbante, enormes aros y collares y kilos de maquillaje que se retoca cada media hora sin preocuparse por el calor. Rodeada de ollas y cacerolas despacha los aclamados acarajés: una especie de albóndigas que se hacen con una pasta de frijoles blancos, cebolla y aceite de dendé (un imprescindible en la cocina bahiana) y se fríen en ese mismo aceite; luego se abren al medio y se rellenan con vatapá, una pasta picante a base de harina, gambas o camarones, castañas de cajú o maní triturados, aceite de coco, jengibre, pimienta y otros condimentos.
Y así como el acarajé puede sacar fuego por la boca, hay una bebida que bajo el sol agobiante refresca como ninguna: el jugo de limón con leche de coco, que creó Milton y solo él lo vende con su carrito por US$1,80. Todos los días se ubica al pie de la escalinata que conduce a la casa celeste de Jorge Amado, el autor de Doña Flor y sus dos maridos, entre otros libros, y comparte el espacio con un grupo de músicos que hacen sonar sus tambores mientras otros bailan capoeira en la calle. La casa del escritor hoy es un museo y fundación, ocupa tres pisos y es un ícono del Pelourinho a metros de la Asociación Brasilera de Capoeira y del restaurante de la Escola Senac, experiencia imperdible.
Se trata de una escuela de cocina bahiana que tiene un restaurante con la mayor variedad de moquecas posibles. La moqueca es una cocción en cacerola, de origen indígena, que se hace con pescado, chile, cebolla, tomate, cilantro, leche de coco y aceite de dendé. En este restaurante escuela, bajo un sistema de tenedor libre, se enfilan varios metros de cacerolas que ofrecen infinidad de moquecas coloridas y aromáticas.
Sin dudas, Salvador de Bahía es una ciudad vibrante para degustarla, bailarla y caminarla. La mezcla en dosis exactas de las raíces portuguesas, indígenas y de raza negra está presente en sus sabores apimentados, en la música que nunca se detiene, en la arquitectura, en las costumbres, en su gente. Y la playa, siempre la playa.
Datos útilesCómo llegar: Jueves, sábados y domingos hay vuelos directos de Gol desde Aeroparque a Salvador de Bahía, con retornos los lunes, miércoles, viernes, sábados y domingos. También Gol ofrece vuelos desde Buenos Aires hasta Porto Seguro, en la costa sur de Bahía. Desde Salvador se puede conectar a otros 14 destinos en Brasil.
Mejor época: En verano de diciembre a marzo es la mejor época; junio y julio es temporada de lluvias.
Suvenires: Alguna salsa picante bahiana; castañas de cajú recubiertas con miel, sal y semillas de sésamo; cintas multicolores del Senhor do Bonfim; un vestido blanco con encajes o calados; una canasta o un sombrero hechos con pajas.
Cambio: Un dólar equivale a 5,72 reales. Un real son 200 pesos argentinos.
Museos: Con una misma entrada de US$4 se accede a la Galería, un espacio de arte subterráneo abajo del Mercado Modelo, para conocer en fotos la historia del edificio y sus alrededores y al Museo de la Ciudad que está enfrente.