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Recital de Aigul Akhmetshina (mezzosoprano) con el acompañamiento de Jonathan Papp (piano). Programa: arias de Rossini, Cilea, Tchaikovsky, Saint-Saëns, Massenet y Bizet. Canciones de Rachmaninov, Minkov, Buday y Roussanova (Mujer fatal, en estreno mundial), Guastavino y Gardel. Trio de guitarras para los tangos Por una cabeza y El día que me quieras: Felipe Traine, Hugo Rivas y Adrián Lacruz. Participación de Germán Alcántara (barítono). Teatro Colón. Ciclo AURA. Nuestra opinión: excelente

Veintinueve años y ya es una estrella. Una de esas que surgen cada tanto cuando los astros se alinean en una conjunción perfecta. Tal es el caso de la mezzosoprano rusa Aigul Akhmetshina presentada en el Ciclo Aura, el nuevo abono de recitales con lo mejor de la lírica mundial en el Teatro Colón.

Una diva por los atributos de una voz impactante de rara belleza: el timbre de color oscuro y aterciopelado, el volumen de una potencia sobresaliente y la extensión de un rango amplísimo. La ductilidad que le permite abordar con solvencia tanto las demandas belcantistas en el registro agudo —la agilidad y el filo con que cincela coloraturas y ornamentos—, como las exigencias de los roles dramáticos en sus pasajes de mayor intensidad. Cualidades de sobra para relucir su talante de intérprete: presencia, personalidad, expresividad y carisma. Sumado a la energía que emana su belleza exótica, Aigul es una artista infrecuente. Una de esas cantantes excepcionales que en cuanto emiten el primer sonido nos dejan la certeza de que han nacido para el género, porque ya en el cuerpo de su voz destella todo lo operístico: una voz nacida para el drama y la tragedia.

Fue un concierto en dos partes, con sorpresas fuera de programa. La primera mitad dedicada a la ópera —con una presencia permanente de la cantante en el escenario, sin intermedios instrumentales que le dieran una pausa para recuperarse entre personaje y personaje—, una consistente y generosa selección de ocho arias en las que mostró el dominio de una técnica impecable, una vasta paleta de matices y aptitudes diversas en tres idiomas (italiano, francés y ruso). Desde Rossini, haciendo alarde de dicción, contrastes y cambios de carácter, hasta su receta infalible de sensualidad lírica —el caballito de batalla al que le debe su estrellato—: la Habanera y la Seguidilla de Carmen. Pasando por Adriana Lecouvreur con la agitación emocional que reclama la Principessa (remarcada con exuberante movilidad escénica), luego dos arias de Tchaikovsky (Evgueni Onieguin y La dama de Picas) que en el repertorio de su lengua materna le prodigó lucimiento al nivel más alto. Y la ópera romántica: de Massenet el aria de Charlotte y de Samson et Dalila, Mon coeur sòuvre à ta voix, la elección más acertada para exhibir el temperamento, el legato y fraseo de una de las páginas más exquisitas de mezzo dramática.

Canciones poéticas

En el cierre de la primera parte, La ci darem la mano de Mozart con la participación del barítono Germán Alcántara en una de las inclusiones fuera de programa. En la segunda, y tras un cambio de vestuario que aportó gracia y brillo, retomó el ruso en una sucesión de canciones poéticas, entre ellas dos del más fino melodismo de Rachmaninov y un estreno mundial en español: de Elena Roussanova, pieza a partir de la cual continuó el programa en castellano con pronunciación y memoria notables. Una versión densa de La rosa y el sauce de Guastavino —lo mejor de su homenaje musical a la Argentina— y dos (innecesarios) tangos de Gardel para los que despidió al pianista —un acompañante correcto el inglés Jonathan Papp con una nota de color en sus calcetines naranjas—, y recibió al trío de Rivas, Traine y Lacruz para entonar junto a las guitarras tangueras Por una cabeza (extravagante en la voz femenina) y El día que me quieras (a dúo con Alcántara) Entre los seis bises (Tchaikovsky, Rimsky-Korsakov y Bernstein) sumó la incómoda Yo soy María de Piazzolla/Ferrer.

Y por si algo le faltaba a esta estrella para cautivar al público con su arte sugestivo y natural: un dulce canto a cappella —El ruiseñor—, la canción de su tierra, con la que Aigul aprendió a cantar.