Mariana Enriquez: “Es obvio que me preocupa la guerra, pero que salga a hablar en las redes no aporta; solo son palabras histéricas”
SEGOVIA.— En aquel hotel estuvieron hospedadas estrellas de la talla de ...
SEGOVIA.— En aquel hotel estuvieron hospedadas estrellas de la talla de Joan Fontaine, Carmen Sevilla y Leopold Stokowski y acudieron a veladas de gala Grace Kelly y Frank Sinatra. Hay cierta mística en el ambiente y curiosos acuden a los pasillos para ver las fotos de las celebridades que brindaron con cava en sus salones, para impregnarse con aquella atmósfera rutilante. En el amplio salón de ese hotel está sentada Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973), pero ella no cree en los fantasmas ni en el star system. Cree en el poder transformador de la lectura y en la inutilidad de manifestarse todo el tiempo por una causa, aunque legítima, exigida por los likes de las redes sociales.
Enriquez comenzó una gira de promoción por varias ciudades de Italia y España para presentar dos libros: Cómo desaparecer completamente (Anagrama), la reedición de una novela publicada en 2004, y Archipiélago (Ampersand), una serie de ensayos donde la autora reflexiona sobre las lecturas que la forjaron como escritora y cincelaron su manera de entender el mundo.
LA NACION conversó con Enriquez en Segovia, en el marco del Hay Festival, donde la escritora mantuvo un diálogo público en el Teatro Juan Bravo, con Miquel Molina, director adjunto del diario La Vanguardia. En aquel encuentro aunó en su análisis el elemento fantástico de su literatura, al que constantemente acude, con el gobierno del presidente argentino: “Es confuso el sistema de creencias de Milei: quiénes son las fuerzas del cielo, no lo tengo muy claro, pero creo que él tampoco lo tiene muy claro. Sabemos que se comunican a través de Conan, el perro, que está clonado. Pero, cómo recibe Conan la información y cómo después esa información llega a él y se convierte en política económica, ahí me pierdo (y creo que él también). Si esta funcionara, a esta altura, si Conan fuese capaz de solucionarlo, no hay problema, pero lo que sean las fuerzas del cielo no están funcionando”.
–¿Cuán cerca estamos de los muertos? ¿Nos rondan fantasmas?
–No creo en los fantasmas. Nunca tuve una experiencia ni remotamente cercana a ellos. Una vez jugué al juego de la copa y se movió, pero nada más. Los fantasmas que aparecen en mis historias son buenos.
–Salvo quizá Angelita, en “El desentierro de la angelita”.
–Es que es muy fea, pobrecita, y asusta, pero no creo que sea mala.
–“Es delicioso leer terror. Quien no lo comprende, es porque nunca lo sintió, y no puede contagiarse”, escribís en Archipiélago. ¿Qué te genera terror en el presente?
–Si te digo que me voy a dormir y tengo miedo de la guerra o del cambio climático es mentira. Me da miedo la enfermedad, la mía o la de los demás, que me aparezca un lunar y sea cáncer. La decadencia del cuerpo y no poder hacer las cosas que hacía antes.
–¿Pudiste exorcizar miedos o traumas a partir de la escritura?
–No. Y me pasa algo tremendo: cada vez es peor. No se lo recomiendo a nadie. Escribir hace que cada vez entre más en mi cabeza, me enrosco y reviso cosas, vuelvo a ellas.
–Se acaba de reeditar Cómo desaparecer completamente, donde se aborda la historia de una adolescente llamado Matías Kovac que vive en un contexto adverso, violento, sin esperanzan en el futuro. ¿En qué contexto y circunstancias escribiste la novela?
–La escribí durante la crisis de 2001. Estaba en un momento personal horrible. Además de la violencia en la calle, mi estado de ánimo era catastrófico. La estaba pasando pésimo, como el chico de la novela, en esa misma sintonía, muy deprimida. Vivía en La Plata, pero me tuve que mudar un tiempo a lo de mi mamá porque no podía pagar el alquiler. Tenía mil trabajos a la vez. Escribía libros por encargo y hacía de todo para sobrevivir. Leía mucha ciencia ficción, a J.G. Ballard en particular. Mi vida era un caos y tenía la cabeza en cualquiera. Me habían rechazado una novela anterior que fue espantosa.
–Se puede leer Cómo desaparecer completamente como un caldo de cultivo para cuentos que van a venir en el futuro: el cuerpo descompuesto de un personaje llamado Carla, el chico sucio que aparece en la plaza, la violencia con todas sus máscaras, un leguaje que busca la coloquialidad lejos de la solemnidad. ¿Estás de acuerdo?
–Sí, totalmente. Ahora hace poco la releí y hay cosas que me gustan y otras que no, pero lo que es evidente es que cuando la escribí tenía 25 años. Es una novela dura donde ni los adolescentes ni los adultos saben bien qué hacer, pero no es tan pesimista como Nuestra parte de noche. Sobre el lenguaje, me acuerdo que me costó mucho escribirla porque el narrador, que no es Matías, es un adolescente y no tiene un vocabulario extenso, entonces tenía que hacer todo el tiempo el esfuerzo para ser coherente con el mundo y la expresión de Matías, de 16 años.
-Abordás el tema del abuso sexual infantil. ¿Conocés a alguien que haya padecido el abuso? ¿Qué recursos utilizaste para hacerlo?
–Sí, conozco a mucha gente, hombres, mujeres, que han sido abusados. Ahora entendí, o mejor dicho, ahora le puedo poner una palabra a algo que no quería hacer cuando escribí la novela: revictimizar a la víctima. Me costó trabajo crear ese personaje, porque además él no es interesante, no es muy inteligente, no es atractivo, está estancado en un lugar muy conflictivo.
–Matías es una buena persona, a diferencia de otros adolescentes del amplio abanico que aparecen en tus historia, como las chicas de “La virgen de tosquera”.
–Sí, Matías es muy bueno. Su problema es que no tiene herramientas de supervivencia y no está entero, necesita de alguien que sí lo esté. Las chicas de “La virgen de la tosquera” son reguachas, malas, envidiosas, pendientes de su cuerpo, del de las otras.
–¿Te vengás en ocasiones de los personajes malos, de los villanos de tus historias?
–¡Sí! Y me encanta.
–Aparece la inmigración en la novela. Todavía con los ramalazos de la crisis de 2001, un personaje de va a Barcelona, que parece ser un destino de salvación. Hoy también hay un flujo, especialmente de jóvenes, a España. Pero de lo que no se habla quizá es de la discriminación, del racismo. ¿Sentís que hay todavía una mirada despectiva hacia América Latina fuera de la región?
–Sí, totalmente. Vine a España en un avión desde Lima y la policía de Barajas, antes de salir del aeropuerto, paró a tres hombres que venían en mi avión para pedirles papeles, solo por la cara. A mí no me pararon, pero está claro que es así, y en especial para los más jóvenes. Yo estoy grande, no le voy a sacar el trabajo a nadie, pero sí siento esa mirada como de superioridad.
–¿Leíste los artículos académicos sobre tu obra? ¿Aparecen ahí incluso teorías con las que no están de acuerdo?
–No, la verdad es que no leo nada. Pero hay algo que siempre aparece cuando se habla de lo que escribo y es el gótico o se señala que mi literatura es gótica, y en realidad, no estoy muy de acuerdo con ese concepto. Lo que escribo no tiene nada que ver con castillos o páramos, esa literatura de lo gótico inglés. Yo prefiero hablar de barroco, creo que esa mi manera de describir las ciudades y los personajes.
–Hablás de lo barroco en Archipiélago a través de la mención de Manuel Mujica Láinez y en particular de Bomarzo.
–Sí, totalmente, mi escritura es una conjunción entre Mujica Láinez, ese maximalismo, donde todo desborda, y J.G. Ballard, con esos cuerpos llenos de cicatrices. Siempre parto del realismo, pero el realismo no es suficiente y ahí aparece lo barroco.
Muy lejos, en TasmaniaDesde marzo pasado Enriquez vive en la isla de Tasmania, en Australia, con su marido australiano, Paul Harper. Muy lejos de la ciudad de Buenos Aires, escenario de tantos de sus relatos, muy lejos de la situación política, económica y social argentina, que siempre aparece en sus tramas, Enriquez concretó este proyecto familiar que rondaba su cabeza desde hace muchos años. Lejos queda ahora Parque Chacabuco, donde vivió en los últimos años; lejos, Valentín Alsina y Lanús, donde pasó su infancia, coordenadas donde hoy se erige un mural en homenaje al barrio que inspiró a tantos de sus relatos y hay incluso un tour turístico por los escenarios de Mariana Enriquez. La distancia es hoy física, pero Enriquez continúa conectada con la Argentina: sigue escribiendo para Radar, el suplemento cultural de Página 12. Además, trabaja en una novela que quizá vea la luz a mediados del año próximo.
¿Pensás que tu literatura es política?
–Sí. Casi siempre. Aparecen las crisis, todas de la Argentina, pero no escribo para denunciar. Lo que hago es una observación y desde una capital sudamericana, o lo hacía, porque ahora me mudé, donde todo siempre fue un espanto. Hoy la situación no es diferente porque el mundo está complicado, pero de donde vengo, de esa región del mundo, no necesitás la guerra para angustiarte, y eso está en lo que escribo.
–¿Las redes sociales entorpecen el debate de la situación actual o pensás que es posible cierta discusión?
–Hay algo con lo que no estoy de acuerdo de esa necesidad de manifestarse en las redes sociales por cualquier tema, esa demanda que tenemos por obtener un like. Hace poco una mujer me escribió y me dijo: “Te dejo de seguir porque usás tu Instagram solo para promocionarte”. ¿Y para qué es el IG si no? Yo necesito pensar en soledad, no se puede pensar todo el tiempo con tanto ruido. Estamos expuestos a información y también a desinformación. Es obvio que apoyo causas y que la guerra me parece un horror. Es obvio que me preocupa el genocidio en Gaza y Ucrania. Pero que yo salga a hablar, como hace mucha gente a la que no le creo nada, y llora, no contribuye al debate. Solo son palabras histéricas.
–¿Cómo ha sido tu experiencia migratoria?
–Mudarnos a Tasmania es algo que teníamos en mente con mi marido hace muchos años. Es mentira que me fui por Milei o por Macri o por el que sea. Mi marido es australiano y era algo que tarde o temprano se iba a terminar dando. No es un exilio, para nada, eso es otra cosa, pero sí noto el desarraigo, salir a tomar un café con tu amiga, sentir que hablan en castellano por la calle. Mi idea es volver siempre que pueda a la Argentina. Lo necesito y quiero hacerlo.
–¿Vivís en un lugar rodeada de naturaleza?
–No, estoy a 300 metros del centro, del cine, de todo, pero todo cierra temprano. Con mi marido queríamos tener una vida más reposada. Hoy se puede escribir desde cualquier lado y eso me gusta. Trabajo por las mañanas y busco tener las tardes libres.
–Tenés lectores-fans. ¿Tuviste algún caso cual Misery, de Stephen King?
–No, son muy buenos. Me regalan cosas que suponen me van a gustar. En la última Feria del Libro un chico sacó de su mochila un frasco con algo que no sabía bien que era al principio. Era una tarántula y me la puso delante de mí. Todos los de la editorial se espantaron y me dejaron sola con esa cosa. Era la muda de la piel de la tarántula, no había una tarántula. Él me lo explicaba, pero hasta que lo entendí, pasaron algunos minutos. Me la quería regalar, pero no me gustan los insectos.
–Se terminó de filmar la serie de Netflix Un lugar soleado para gente sombría, dirigida por Pablo Larraín, inspirada en tus cuentos; hay una obra de teatro de Las cosas que perdimos en el fuego; se estrenó en Sundance la película La virgen de la Tosquera. ¿Cómo te impactan las adaptaciones de tus libros?
–Y también Analía Couceyro hizo algo muy loco en el cementerio de la Chacarita, Nada de carne sobre nosotras. Yo veo actores, una representación y algo muy diferente a lo que imaginé, pero me gusta que los libros les pertenezcan a los lectores. Los directores y quienes adaptan las obras son eso, lectores. Pablo me contactó a través de los canales institucionales, la editorial, y me contó la idea de su adaptación, porque quería fusionar algunos cuentos en una misma serie, porque él veía puntos en común entre distintos cuentos. Trabajamos en lo que se conoce como la Biblia, la parte previa al guion. No hice el guion porque no sé escribir uno. Creo que la serie va a ser muy oscura; si le aceptaron el proyecto a Pablo es porque es una persona poderosa de Hollywood que presenta sus películas en Venecia. Será súper dark.
–¿En qué estado de la producción audiovisual se encuentra Nuestra parte de noche?
–Sé que se han renovado los derechos que compró antes de la pandemia una productora internacional. No sé en qué plataforma saldrá. Habían pensando en una serie, después de una película. Ahora mismo no sé en qué está ese proyecto.
–¿Qué aprendiste del mal, de la oscuridad, después de tantos años escribiendo sobre ella?
–Que es inevitable, estamos rodeados de horror y la oscuridad es necesaria sobrevivir, nos rodea y la tenemos dentro de nosotros; nadie es ajeno a la oscuridad.
–¿Qué crees que pasa cuando nos morimos?
–Nada, creo que cuando nos morimos ya está. No hay nada después. No lo sé… ojalá haya algo más.
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