Vivir en Kenia, un lugar de costumbres insólitas y sabiduría esencial: “Nos falta aprender mucho como sociedad”
Cuando su marido le dijo que quería que lo acompañara a Kenia para quedarse por una larga temporada, Gina le dijo que no. ¿Por qué dejar la vida que tenía, si era una muy buena vida que había...
Cuando su marido le dijo que quería que lo acompañara a Kenia para quedarse por una larga temporada, Gina le dijo que no. ¿Por qué dejar la vida que tenía, si era una muy buena vida que había conquistado con mucho esfuerzo?
Julián, kinesiólogo al igual que ella, tenía un centro especializado para corredores profesionales llamado `Iten Running Center´, inspirado en la `tierra de los campeones´, Kenia. Él ya había estado cuarenta días en África un tiempo antes, y había regresado a la Argentina con una sonrisa enorme en su rostro, que su mujer solo recordaba haber visto el día de su casamiento.
Gina, que se hallaba muy comprometida con su trabajo y no estaba dispuesta a ceder, comprendía la necesidad de su marido. Kenia parecía ser su lugar en el mundo y hablaba de Iten como si hubiera habitado allí en otra vida. Julián necesitaba palpitar el día a día de los entrenamientos, embeberse de cotidianeidad y comprender mucho más de aquella sociedad para desplegar su pasión.
Fue así que Gina le dijo que vaya solo, que no reprima su sueño, y despidió a su marido por los siguientes seis meses, tiempos donde un `ruido´ en su interior comenzó a sonar con fuerza dentro de ella, el sonido de su propia esencia reprimida, apabullada por los mandatos de lo que creía que debía ser y hacer en la vida.
Una carrera sólida y una vida destinada a volar: “Me era difícil verme a los 50 años haciendo cada día lo mismo”Gina Gardini creció en un pueblo de 1500 habitantes llamado Coronel Charlone, en el interior de la provincia de Buenos Aires. A pesar de criarse en una comunidad pequeña, sus sueños siempre volaron, gracias a sus padres que le dieron alas y la educaron para abrazar con fuerza su autonomía. Sin embargo, esta búsqueda de autonomía traía una letra chica con una serie de mandatos del deber ser.
Su primer vuelo fue hacia Londres a los 15 años, en el marco de un intercambio. El segundo despegue del hogar nuclear fue hacia Buenos Aires, donde estudió Kinesiología en la Universidad de Buenos Aires, para luego especializarse en neurodesarrollo, lo que la llevó a descubrir una vocación profunda por mejorarle la vida a los niños con discapacidad, especialmente aquellos con parálisis cerebral, así como con bebés prematuros, en neonatología: “Los niños fueron mi mundo, mi cable a tierra”, asegura emocionada.
Su tercer desprendimiento ocurrió cuando se mudó a Bahía Blanca, la ciudad que eligió para vivir cuando se enamoró y se casó con su esposo bahiense, Julián. Aquel desembarco no fue sencillo. A pesar de tratarse de una ciudad, Bahía amaneció hermética, difícil de desentrañar. Dispuesta a insertarse, Gina buscó los caminos, hasta que la descubrió llena de oportunidades, como aquella que se desplegó con su trabajo voluntario en la Fundación de Equinoterapia, y que transformó a sus viernes en un día sagrado, donde se conectaba con su esencia y niñez.
Todo parecía perfecto en su vida en Bahía y así lo sintió por años a pesar del ruido interno, que no dejaba de murmurar. Pero fue recién en tiempos de pandemia, cuando su marido regresó de sus seis meses Kenia, que este ruido creció y Gina supo que era tiempo de un cambio: “Me era difícil verme a los 50 años haciendo cada día lo mismo. Algo estaba tenso, sentía que la vida era mucho más que eso. Que hoy estamos y mañana ya no. No me podía quedar encerrada en una misma vida para toda la vida, entonces le dije a mi marido: cuando abran las fronteras me voy”.
El plan era volar a Australia para hacer una maestría, pero las restricciones aún eran severas. Entonces Julián le propuso Kenia. Pero ¿qué había en Kenia para ella? Él podría continuar con su gran pasión en su lugar en el mundo, ¿pero ella?
El día menos pensado, Gina amaneció en Iten, Kenia, una porción del mundo que nunca pensó que iba a habitar. Y allí, en ese nuevo amanecer, de pronto comprendió todo: “Algo dentro mío me dijo que tenía que estar acá”.
Kenia, una porción de mundo con carencias, desafíos y grandes aprendizajes: “La gente vive como nuestros ancestros y es como viajar en el tiempo”El plan era quedarse unos meses y regresar, pero la vida tenía otros planes. Julián consiguió un contrato ilimitado con atletas de élite y, en el caso de Gina, nuevas oportunidades comenzaron a emerger.
Ella había preparado a su entorno querido para la posibilidad de dejar Argentina, pero nunca creyó que Kenia sería el destino, y si bien el apoyo fue unánime, la despedida fue dura y sufrió mutaciones ante la perspectiva de que unos meses se estaban transformando en una vida. En un comienzo, sin embargo, todo fue desconcierto: “Sabía que llegaba a un pueblo chiquito, rural, con carencias”, rememora Gina al repasar su llegada a Iten.
“Llegué y mi cabeza primero pensó qué hice, qué hago acá, qué voy a hacer acá. Y en medio de eso lo veía a Julián tan feliz, pero tan feliz, que pensé: yo no sé si en algún momento voy a llegar a ser tan feliz como él, y lo sigo sosteniendo. Kenia no es mi lugar feliz, pero es el lugar donde siento que hoy tengo que estar, del cual tengo mucho que aprender”, asegura Gina.
“Todo me sorprendía cuando llegué, sobre todo el afecto de la gente, la sonrisa”, continúa. “Y después las cosas más insólitas. Las personas viven como nuestros ancestros y es como viajar en el tiempo. Acá hay mucha gente que no tiene agua corriente, no tiene luz eléctrica, o tienen pero el ahorro es total y solo la prenden entre las 18 y 19, que es la hora de la cena. Iten está a la altura del ecuador, no hay estaciones, la salida y la puesta del sol es bastante estable, y se vive al ritmo de la luz solar”.
“Hay pobreza, pero es pobreza digna. Hay mucha ayuda entre ellos”, cuenta Gina. “Sin embargo, la amistad me sigue impactando. Yo soy muy sociable, tengo muchos amigos en Argentina, y acá, después de cinco años, tengo una sola amiga de verdad, que es keniana, nació en Nairobi y tiene una cabeza muy abierta, pero después es muy difícil, por un tema de confianza. Ellos mismo lo dicen: no confían ni en su hermano, porque por dinero lo venden. En serio, saben que se pueden vender. Esto me costó y me sigue sorprendiendo”, continúa la mujer argentina, quien junto a su marido vive en un complejo para extranjeros, que cuenta con las comodidades necesarias: “Como agua caliente, la mayoría no tiene agua caliente. Juntan agua del pozo y la ponen al sol para que la caliente”.
Reinventarse, ayudar a cumplir sueños y nunca dejar de ver con ojos de extrañamiento: “Cosas muy locas como una moto que lleva una vaca”Julián tenía entre sus manos el trabajo de sus sueños y Gina entendió que deseaba quedarse para acompañarlo en su travesía. Con aquella certeza, otra revelación emergió clara: debía reinventarse.
Revalidar sus estudios era complejo y las ofertas de trabajo estaban en Nairobi, pero ella no quería dejar Iten atrás. Nairobi era demasiado grande, contaminada e insegura. Por otro lado, Gina recordó aquel ruido interno que había sentido en el pasado, esa sensación de no querer dedicarse a la kinesiología para toda la vida. Era tiempo de volver a empezar y allí estaba su oportunidad: “Tenía que poner en juego otras cosas, aunque no fuera lo que mis papás esperaban de mí, entendí que yo podía hacer lo que quería hacer”.
“Mi padres me dieron alas, pero había mandatos familiares que me pesaban mucho. Yo sentía que los había defraudado por dejar mi profesión, mi vida armada, por algo desconocido. Pero eso mismo fue lo que me permitió explorar algo nuevo relacionado a mi pasión de viajar”, cuenta Gina, quien creó -junto a Julián y otro socio- su propio emprendimiento, Home of champions, donde cumple el sueño de aquellas personas que desean ir a Kenia a correr en la tierra donde lo hacen los mejores del mundo: “Me daba cuenta de que la gente nos consultaba para venir. Empecé a desarrollar este otro costado que tanto me gusta, que es ayudar a la gente a cumplir un sueño. Es muy a pulmón, pero me llena de orgullo. La mayoría de los que vienen son españoles, de a poco argentinos y latinoamericanos. Me encanta, me encanta verlos disfrutar, me permiten ver la magia que hay acá cada día, que vas normalizando, cosas muy locas como una moto que lleva una vaca encima”, dice con una sonrisa.
Kenia, un lugar para conectar con la esencia, que brinda siempre, y con niños que bailan y ríen: “A nosotros nos falta aprender mucho como sociedad”Gina dejó Bahía Blanca atrás sin imaginar que unos meses se transformarían en un lustro. `No quiero ir a Kenia´, le había dicho a su marido, a quien alentó a que desplegara sus alas sin ella porque, en definitiva, eso hace el amor, ayudar a los otros a cumplir sueños, aunque no los involucre de manera directa.
Ella siempre se dejó llevar por su corazón y por su único miedo, el miedo superior: “No vivir todo lo que quiero vivir en esta vida, que es solo una”, dice. Hubo un tiempo en que sentía que debía estar para los bebés prematuros, para los niños con discapacidad y con parálisis cerebral. Pero, tras doce años acompañándolos, comprendió que necesitaba ver otras realidades para seguir armando el rompecabezas del sentido de la vida. Y Kenia, la porción de tierra que en un comienzo había rechazado, le obsequió una pieza clave.
“Agradezco a Kenia esta oportunidad, donde sigo ayudando, pero ya no desde el dolor, sino desde la alegría. Haber podido transformar eso fue increíble. Estoy orgullosa de lo que hacía en Argentina, pero estoy ahora tan orgullosa de esto y no podría volver atrás. Ya no soy la misma que se fue, me atravesaron otras cosas...”, agrega Gina, pensativa.
“Argentina, mientras tanto, siempre será hogar, donde está mi familia y mis amigos queridos, pero no es el lugar que elijo para vivir. No nos fuimos por una necesidad económica, sino por ganas de vivir otra experiencia. A Argentina sé que siempre puedo volver. En cada ocasión que estuve lejos, aunque fuera difícil, sabía por qué me había ido. Con Kenia es lo mismo. Las despedidas siguen doliendo, porque uno no sabe qué puede pasar, pero ahí es donde uno tiene que entender que sucede así por elección propia. Yo elegí esta vida”.
“Y volver es extraño. Tengo la sensación de pertenencia, pero veo las rutinas de mi gente, y ellos siguen con la vida que tenían, entonces ahí me doy cuenta de que yo cambié. En esos instantes siento que, si bien soy parte, ya no encajo. Me encuentro con otros intereses, otras formas de ver las cosas. El primer regreso en ese sentido me chocó muchísimo, uno siente que vuelve al mismo lugar, pero uno, el que vuelve, es otra persona. Ahora que ya lo sé me lo tomo diferente. Me pongo en el lugar de observadora, hacia adentro y hacia afuera, sin juzgar”.
“Kenia me dio la posibilidad de reconstruir mi vida, de hacer cosas que nunca imaginé hacer. Me dio la oportunidad de entender que podía elegir, más allá de los mandatos, de lo que se esperaba de mí. Entendí que, mientras yo me sea fiel a mí misma, ya está. Este lugar en el mundo es una clase intensiva cada día, sobre todo de paciencia y flexibilidad mental. Kenia me pone a prueba, me da cachetadas de realidad. Yo, que tengo muchas más comodidades de quienes son de acá, me impactó al ver cómo ellos, que tienen tantas carencias, me dan todo. A mí y a todos”, dice emocionada. “Ellos viven al día y en el presente puro. Si alguien llega a casa y no le alcanzó lo que ganó para esa jornada, le van a dar de comer a ese vecino. A nosotros nos falta aprender mucho como sociedad. Sin dudas tengo días complejos, no es un país fácil por muchas cuestiones, e irme sería muy simple. Tenemos muy pocas cosas materiales y nada es un impedimento, sin embargo, elijo quedarme. Mi corazón me dice que tengo más cosas para generar y dar acá. Y cuando toque irme, no seré la misma que llegó”, continúa.
“Creo que lo que es Kenia se refleja mucho a través de los niños. Pueden estar horas jugando con un palo, bailando y riendo, llenos de creatividad. Hay una conexión con la naturaleza y con la vida impresionante. Nosotros tenemos mucho desarrollo, pero muchas carencias de este tipo, nos desconectamos de nosotros mismos. A mí Kenia me ayudó a volver a mí, a mi esencia, ser yo, sin prejuicios, como cuando uno es chico. Libre”, concluye.
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