BAHÍA BLANCA (Enviado especial).- Pasaron 447 días entre una y otra tragedia. Entonces un temporal con ráfagas de viento de más de 120 kilómetros por hora. Hace un rato nomás, un literal diluvio con registros históricos, con casi 400 milímetros en unas pocas horas. Entre las de allá y las de acá, hasta ahora 39 muertes confirmadas. En aquella y esta, la solidaridad pronta e inmensa que brota de la comunidad bahiense para salir al rescate de una ciudad sacudida, sumergida en las secuelas de una verdadera catástrofe.
Y las principales víctimas de entonces son parte de la respuesta al problema de estos días. Sufrieron y lloraron, desde la tarde del 16 de diciembre de 2023, cuando un paredón del gimnasio de su Bahiense del Norte cayó sobre una tribuna colmada de público. Bajo esos escombros murieron 13 personas, en su mayoría familiares de alumnas que practican en patín artístico de la institución.
Este club de barrio, donde se respira básquet por donde se mire y se iniciaron en la disciplina campeones olímpicos como Emanuel “Manu” Ginóbili, Juan Ignacio “Pepe” Sánchez y Alejandro Montecchia, tiene por estas horas una cancha de pádel y pasillos repletos de donaciones que así como llegan, se reparten entre algunos de los más de 230.000 vecinos –casi 70% de la población– que vieron cómo el agua avanzaba sobre sus casas y comercios. En alto porcentaje, para dejarlos sin nada.
“Ropa lado derecho, a la izquierda limpieza y comida”, se escucha el grito con voz de mujer en el inicio de la cadena humana que nace en el extremo trasero de un camión semi-remolque que llegó desde Palermo hasta el interior de la sede, donde pibes, varios de sus padres y entrenadores y directivos del club improvisan un pasamano para descargar miles de litros de agua mineral y lavandina, ropa, catres y colchones.
Todos dan una mano. Ahí va Ciro, que tiene 10 años, juega al básquet en infantiles y anda con la camiseta del Inter que usa otro bahiense pero futbolista, Lautaro Martínez. Hasta alguno que llegó para pedir, porque el temporal le destrozó casa e instalaciones, se sumó a esa hilera de buena voluntad: “si total no puedo ir a laburar porque el negocio está destrozado”, dice y ayuda a pasar bolsa tras bolsa.
Irma tiene 82 años y es vecina. Fue portera del edificio lindero, donde hoy vive, y bastón en mano bajó hasta la vereda para ver bien de cerca, emocionada, a tantos chicos y no tanto dedicando horas, ganas y buena onda para ayudar. “Acá respiramos mucho dolor, Bahía Blanca ya sufrió mucho aquella vez y ahora de nuevo”, dice a LA NACIÓN y recuerda ese día de sonido de sirenas, paso de patrulleros y llegada de ambulancias que veía desde su sexto piso, sin saber demasiado qué había ocurrido.
Aquella tarde de hace casi 15 meses, cuando todo parecía listo para una exhibición y fiesta de fin de año de patín artístico, los fuertes vientos que cruzaron esta ciudad, derribaron una pared lateral del gimnasio que está en el fondo de la sede de Salta 28. Justo donde estaba la tribuna principal, ya repleta de público listo para ver a hijas, hermanas, sobrinas, nietas o amigas. Entre esos asistentes hubo13 fallecidos y decenas de heridos.
Poner “el hombro acᔓCon dolor y sufrimiento, con mucho sacrificio pero también con mucho apoyo de tanta gente se salió adelante”, coinciden Martina García Faur, miembro de comisión directiva, y Leandro Bolino, uno de los varios entrenadores que tiene el club. “A 20 días de mudarme perdí todo, me quedó todo bajo el agua, pero había que poner el hombro acá”, dice a LA NACIÓN el joven responsable de un grupo de infantiles de básquet que relegó su casa para colaborar estos días desde el club.
Lo que se vive en Bahiense del Norte es una primera señal de la capacidad de resiliencia de esta comunidad, shockeada por aquel temporal que además arrasó con decenas de edificaciones y dejó casi sin árboles las principales plazas de la ciudad. También entonces se generó una cruzada de ayuda para asistir a los que peor la habían pasado. Pero nada equivalente a la monumental asistencia que desde todo el país, en un camión tras otro, también en tren, está llegando a Bahía Blanca.
“Se empezó con la idea de ayudar en la emergencia a la gente del club que estaba en problemas y con gente del club, pero se nos fue de las manos”, reconocen por la cantidad de apoyo recibido en mercadería. Primero de otros clubes de la zona, con los que conviven en competencia deportiva regional y federal. “¿Qué necesitan? Les mandamos”, llegaban los mensajes y un día después, el envío en camionetas primero, camiones en estos últimos días.
Una publicación en redes de Manu Ginóbili, a mitad de semana, terminó de disparar este fenómeno solidario. A través de Fundación Sí pidió canalizar ayuda. El semi-remolque que terminaban de descargar era parte de esta convocatoria. Y habrá más en estos días. “La gente del club puso a disposición sus vehículos y reparte y reparte, todo el día”, acota García Faur.
La figura de Ginóbili no es ajena a esta reconstrucción del club de sus orígenes. Tampoco su apellido. Su padre fue presidente y ese mismo cargo lo ocupa hoy su hermano, Leandro. “Esto es un quilombo, pero un lindo quilombo”, dice frente a la enorme cantidad de donaciones que así como entran a la sede, se clasifican y se reparten allí donde se necesita. “Es enorme la respuesta de la gente”, comenta a LA NACIÓN.
Aquellos destrozos de la sede y sus consecuencias, que han puesto a la institución en una situación complicada por las derivaciones judiciales del caso, también se lograron superar a pura ayuda. En aquel momento y por tres días estuvo la sede social cerrada, clausurada y reservada para completar los peritajes de la investigación. Enseguida, apenas llegó desde tribunales la autorización y con participación del Ejército, se despejó el gimnasio de todos los restos de escombros.
Fue el paso previo a la reconstrucción. Detrás de la figura de Ginóbilli llegaron donaciones de dinero desde todo el mundo. Así se hizo frente a la compra de ladrillos y otros materiales, estudios técnicos y profesionales, mano de obra y el levantamiento de una nueva tribuna. Por estos días se cumple un año de la reapertura de ese gimnasio, renovado y mejorado.
La emergencia de estos días ha hecho que se suspendan parcialmente buena parte de las actividades del club. Solo están activas las prácticas de las divisiones que compiten. El resto está liberado, pero con sus padres andan por un club que aun así está muy concurrido, con más de 30 personas en la cancha de pádel seleccionando y clasificando mercadería y otros tantos que pasan con bolsones y cajas hacia la vereda, donde cargan vehículos que distribuirán en los barrios.
García Faur y Bolino reconocen que esta enorme ola de solidaridad, de alcance nacional, disparó también y por estos días algunas suspicacias y rumores sobre desvíos o problemas de logística en la distribución de la ayuda. Incluso lo han escuchado en persona, entre que bajan la mercadería que llega y la despachan rumbo a los damnificados.
“En esta cruzada colabora toda gente que pertenece y quiere al club, hoy hay que confiar”, coinciden en este ratito de respiro que se tomaron para contar cómo se vivió aquella tragedia desde adentro. Y cómo, esta vez, un poquito más desde afuera. En Bahiense del Norte saben de dolor. De sufrimiento. De sacrificio. Saben que, con ayuda y mucha solidaridad, después de la tragedia siempre es posible volver a ponerse de pie.