Hace dos años, cuando Nvidia se unió por primera vez al club de las empresas valuadas en más de US$1 billón, muchos inversores temieron que sus acciones ya estuvieran sobrevaluadas. Sin embargo, quienes compraron acciones del fabricante de chips de inteligencia artificial (IA) en ese momento, hoy cuadruplicaron su dinero. El 9 de julio, Nvidia se convirtió en la primera empresa en alcanzar una valuación de mercado de US$4 billones.
Los rendimientos explosivos que vienen disfrutando los inversores en tecnológicas cotizantes generaron envidia entre los capitalistas de riesgo (VCs) de Silicon Valley. Y no solo por Nvidia. CoreWeave, un proveedor de computación en la nube, vio su valor de mercado aumentar más de 300% desde que salió a bolsa en marzo.
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Con liquidez abundante y entusiasmo desatado por el auge de la IA, muchos VCs ahora buscan retener por más tiempo a las startups más prometedoras, con la esperanza de acompañar su valorización hasta niveles estratosféricos. Algunos ya no dudan: no se trata de si Silicon Valley creará una firma no cotizante de un billón de dólares, sino cuándo. Esta carrera está transformando el funcionamiento del capital de riesgo… y volviendo aún más volátil un negocio de por sí riesgoso.
De la resaca a la fiebreHasta hace poco —en 2023— la industria del VC vivía una crisis. En 2021, en plena bonanza de financiamiento durante la pandemia, se crearon 344 “unicornios” (empresas privadas valuadas en más de US$1000 millones) en EE.UU. Dos años después, el número cayó a solo 45, debido al impacto de las tasas de interés más altas. Muchas de las valuaciones de entonces resultaron tan ilusorias como las criaturas mitológicas que las bautizaron. Los llamados “unicornios zombis” de ese período —firmas cuyas valuaciones hoy serían mucho menores si se corrigieran— aún rondan el paisaje de Silicon Valley.
Pero la IA generativa volvió a desatar una fiebre aún más intensa que la anterior. Según PitchBook, casi dos tercios del dinero de capital de riesgo invertido en EE.UU. durante la primera mitad de este año fue a parar a empresas de IA. Los unicornios fueron superados por los “decacornios” (valuados en más de US$10.000 millones) y los “hectocornios” (más de US$100.000 millones). OpenAI, creadora de ChatGPT, fue valuada recientemente en US$300.000 millones. La firma de inversión Coatue estima que hoy existen más de US$1,3 billones invertidos en empresas privadas valuadas en más de US$50.000 millones, más del doble que hace dos años.
Estas valuaciones astronómicas son, en parte, fruto del exceso de capital disponible. El año pasado, los fondos gestionados por firmas de capital de riesgo estadounidenses alcanzaron los US$1,3 billones, más del triple que en 2015. El dinero remanente de la bonanza pandémica se redirigió con rapidez a startups de IA. Nuevos inversores internacionales, como fondos soberanos del Medio Oriente, han salido de compras con chequeras abiertas, reemplazando el retroceso de fondos de pensiones y donaciones.
De la semilla a la cosechaLos VCs también están destinando una proporción mucho mayor de su capital a startups maduras, en lugar de apostar por nuevas. En la primera mitad de 2025, estas empresas representaron el 78% del valor total de las operaciones de capital de riesgo, frente al 59% en el mismo período del año anterior. SoftBank, el inversor japonés conocido por su estilo extravagante, no se queda atrás: su CEO, Masayoshi Son, anunció que destinará US$32.000 millones a OpenAI antes de fin de año, más que cualquier salida a bolsa en la historia.
El hecho de que las startups permanezcan privadas por más tiempo refleja, en parte, la preferencia de los fundadores, que prefieren evitar el escrutinio y el tedio de los mercados públicos. Pero si antes los VCs los presionaban para salir a bolsa, hoy no tienen apuro. Al contrario: quieren capturar más del crecimiento de valorización a medida que las compañías escalan.
El dilema de la liquidezEl problema de alargar los horizontes de inversión es la necesidad de liquidez. Tradicionalmente, los fondos de VC deben salir de sus inversiones luego de algunos años para devolver rendimientos a sus inversores. Incluso antes de esta nueva fiebre, los financiadores de Silicon Valley ya experimentaban con modelos que les permitieran quedarse más tiempo con las startups. Hoy esas pruebas se aceleran.
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Una vía es el mercado secundario: ofertas que permiten a los primeros inversores y empleados con acciones venderlas sin esperar una IPO o una nueva ronda privada. Según PitchBook, en el primer trimestre de 2025 se concretaron transacciones por US$60.000 millones en este mercado, frente a US$50.000 millones en el último trimestre de 2024. Aun así, esta liquidez es mínima comparada con los mercados públicos: solo las acciones de Nvidia mueven un promedio de US$26.000 millones diarios.
Otra solución es el capital permanente. En 2021, Sequoia Capital —uno de los gigantes del VC— declaró obsoleto el modelo tradicional de fondos a diez años, y lo reemplazó por el Sequoia Capital Fund, una estructura permanente que mezcla inversiones en startups no cotizantes con participaciones líquidas en empresas públicas previamente respaldadas. Otros, como Lightspeed Venture Partners, recurrieron a “fondos de continuación”, que aportan nuevo capital para mantener posiciones.
Nuevo escenarioTodo esto está cambiando la naturaleza de la industria. Las firmas más grandes —Andreessen Horowitz, Sequoia, Lightspeed, General Catalyst— han crecido a escala colosal. Manejan decenas de miles de millones de dólares en múltiples fondos, con equipos masivos buscando oportunidades.
Al mismo tiempo, ha surgido un grupo más pequeño de firmas jóvenes como Thrive Capital (liderada por Josh Kushner) y Greenoaks (de Neil Mehta), que apuestan a una estrategia diferente: levantan grandes fondos propios pero los destinan a unas pocas empresas elegidas, con equipos pequeños que escriben cheques del tamaño de los gigantes. Vince Hankes, de Thrive —que ha invertido más de US$1000 millones en OpenAI— cree que dentro de su pequeño portafolio podrían surgir más de una empresa valuada en US$1 billón. Su firma también experimenta con un modelo similar al de los fondos de private equity: compra y combina compañías existentes, como proveedores de servicios IT, y las potencia con inteligencia artificial.
La transformación del capital de riesgo no está exenta de riesgos. Apostar sumas cada vez mayores a empresas que aún no demuestran rentabilidad, y mantener esas apuestas por años con la esperanza de que eventualmente lo logren, aumenta la probabilidad de pérdidas monumentales. Las valuaciones estratosféricas que hoy gozan las startups estrella podrían resultar tan infladas como las de los unicornios zombis de hace unos años. Podría sobrevenir una sequía de inversiones.
Pero frente a la posibilidad de una recompensa de un billón de dólares, cerrar la billetera es cada vez más difícil.