Amor, fortuna y tragedia: de linaje real y construido por un gran estudio de arquitectura del siglo XX, el edificio Lancaster cumple cinco décadas

Está ahí desde hace tanto que parece haber estado siempre. Nadie en el Lancaster recuerda cómo ni cuando llegó el retrato de María Teresa de Austria, pero parece natural que haya elegido ese lugar: una sala que le es acorde, donde la espera tiene algo de ceremonia. El hotel y el retrato, sin saberlo, comparten el mismo linaje. Según los anfitriones, la pintura podría tener un valor considerable, aunque lo único cierto es que encaja con la historia del edificio, que no nació de una inversión ni de un plan de negocios sino de algo tan imprevisto como un encuentro romántico en París.

Amor, fortuna, realeza y tragedia en proporciones cinematográficas rodean a esta obra sin firma ni fecha, testigo silencioso de la saga de este hotel anclado en la barranca del bajo porteño desde el verano de 1945, cuando abrió sus puertas. Luego de una larga temporada alejado del ritmo de la ciudad, el Lancaster acaba de concluir una etapa de profunda remodelación con vistas a su próximo cumpleaños número 50 ( y desde hace 10 bajo la marca NH Colecttion). La puesta a punto coincide también con la recuperación del barrio de Retiro y su intenso circuito artístico, reactivado luego de los efectos letales que dejó en el área la pandemia.

El mármol, los pisos, las lámparas, los pasillos con sus salones alineados y el cuadro de la reina de Francia siguen intactos aclara Oscar Azanza, su director. La actualización de los espacios incluyó la adecuación, reforma y equipamiento de las habitaciones y pasillos de sus ocho pisos; también la recepción, restaurante, barra y salones de eventos, todo en diálogo con la tipología y el lenguaje arquitectónico original proyectado a mediados del siglo XX por el estudio Acevedo, Becú y Moreno, autores de las residencias más elegantes de Buenos Aires.

A la manera de un transatlántico de lujo

El edificio del Lancaster, como el Alvear, ocupa un cuarto de la manzana que da sobre la calle Reconquista, entre Avenida Córdoba y el pasaje Tres sargentos. Cualquier peatón que mire hacia arriba advertirá su simétrica fachada de estilo inglés con ladrillo a la vista, zócalo en piedra Mar del Plata y mansarda metálica en el remate, donde se ubican unas hermosas buhardillas antiguamente destinadas a los huéspedes VIP. En todos sus detalles interiores se respira el encanto de los años cuarenta, cuando sus fundadores, los condes Serguei y Rosario Zoubov decidieron dejar Ginebra por un tiempo y planificar un pied a terre en Buenos Aires para que sus amigos de la nobleza europea pudieran refugiarse, mientras las bombas de la segunda guerra mundial asolaban al viejo continente.

Una hacendada de Santa Fe y un conde ruso venido a menos

Serguei Platonovitch Zubov era nieto de Platón Zubov, un hombre común cuyo mérito mayor fue convertirse a los 22 años en el último amante de Catalina la Grande, que entonces tenía 60. Tras la caída del imperio ruso y la llegada de la revolución bolchevique, Platón y familia huyeron a Paris, donde afrancesaron el apellido -Zoubov- y mantuvieron su aristocrática vida hasta dilapidar la fortuna que les quedaba, obligando a sus descendientes a trabajar para subsistir.

Como eran de gustos refinados, hacia la primera década del siglo XX los herederos de Platón abrieron una tienda de antigüedades y fue probablemente allí donde Serguei conoció a Rosario Schiffner Larrechea, una joven argentina nacida en la provincia de Santa Fe, hija de un acaudalado terrateniente de origen suizo. Rosario había pasado la mayor parte de su vida en Europa, donde formó una exquisita colección de arte. Tenía una hermana y su padre las había educado para administrar ellas mismas su propia fortuna, cosa que hicieron son solvencia y rigor, recuerdan las pocas crónicas sobre esta socialité discreta y benefactora. Ya era viuda de un conde italiano cuando conoció a Serguei y quedó deslumbrada por el porte y los modales del noble venido a menos. Se enamoraron enseguida y se casaron en Ginebra, en 1922. Tuvieron una única hija, Tatiana, nacida en 1923.

El título nobiliario les abrió las puertas de la sociedad porteña, mientras que la fortuna y la visión comercial de Rosario fueron el motor de los varios emprendimientos que inauguraron en la Argentina, por ejemplo, en Mendoza y Santa Fe. En 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, el matrimonio decidió construir un edificio en Buenos Aires que sería una extensión de su intensa vida social en Europa, pensado para recibir diplomáticos, nobles exiliados, artistas y amigos, además de la aristocracia local. Encontraron un terreno perfecto en la zona de la barranca del Río y encargaron los planos a los arquitectos Juan Manuel Acevedo, Alejandro Becú y Pablo Moreno, que para entonces habían empezado a incursionar en el ladrillo a la vista y otras reminiscencias de los palacios ingleses del siglo XVIII.

El estudio fue uno de los más influyentes de la arquitectura argentina entre 1920 y 1950. Su legado incluye residencias aristocráticas en Palermo Chico y Barrio Parque, hasta chalés en Mar del Plata y edificios institucionales como el Sanatorio del Centro Gallego y las tribunas del Hipódromo de San Isidro, entre otras tantas obras. Con maestría absoluta pasaron del academicismo francés al racionalismo moderno, describen las crónicas, manteniendo siempre una elegancia sobria hecha con materiales de calidad, composiciones simétricas y elementos clásicos adaptados a la funcionalidad de la época. Basta pararse en el acceso principal del Lancaster, sobre avenida Córdoba, y observar la planta que se extiende en línea recta hilvanando una sucesión despojada de salones hasta la esquina de Tres Sargentos, donde antes se ingresaba al restaurante.

La planta baja mantiene sus molduras originales, pisos de madera y luminarias de época. En el sótano se instalaron depósitos, cocina y áreas de servicio, mientras en los pisos superiores enlazados por una espléndida escalera de mármol, se ubican habitaciones distribuidas en tres frentes que en su momento contaban con aire acondicionado central, toda una innovación. El último piso, bajo la mansarda, conserva las famosas buhardillas que, aunque de dimensiones discretas para los estándares de los hoteles cinco estrellas contemporáneos, mantienen intacto su encanto poético; abajo, en el piso siete, las habitaciones cuentan con balcón a la calle y vista al río (hasta que los edificios la fueron tapando).

La tragedia y la conexión con el Museo de Arte Decorativo y la Fundación Tamara Zoubov

Durante sus primeros años, el Lancaster fue escenario de grandes recepciones. En sus cuartos durmieron desde Nelson Rockefeller y el escritor Graham Greene—quien lo menciona en su libro Viajes con mi tía—hasta el último rey de Croacia, Tomislav II, fallecido en una de sus habitaciones en 1948. Y durante largas temporadas residió allí Dulce Liberal de Martínez de Hoz, una de las mujeres más bellas de la Argentina (aunque era brasileña).

Rosario y Serguei eran la pareja del momento hasta que la tragedia los golpeó. Su hija Tatiana, eximia amazona casada con un aristócrata francés, murió de repente a los 33 años en un accidente de auto en Uruguay. Serguei no soportó la pena y falleció siete años después. Sola, Rosario decidió retirarse para siempre de la vida social. En 1959, viéndose sin herederos, comenzó a desprenderse de sus bienes, en particular de su colección de arte y antigüedades. En nombre de su hija concretó la donación al estado de Ginebra de gran parte de su fabuloso patrimonio formado por pinturas de los siglos XVII, XVIII y XIX, porcelanas de Sevres, valiosos tapices y objetos de arte oriental, entre ellos un monumental quemador de incienso de la dinastía Qing y delicados esmaltes de Cantón, la mayoría procedentes de los célebres palacios Pavlovsk y Stroganov de San Petersburgo, así como del Palacio Imperial de Pekín. Rosario en persona diseñó el montaje de las obras que hoy se exhiben en el Hotel Sellón, una mansión del siglo XVIII ubicada en el casco antiguo de Ginebra donde residió la familia y hoy funciona el museo que lleva el nombre de Tatiana. Las habitaciones de la casa siguen decoradas tal como las dejó la condesa, y por el estilo, es probable que en alguna de aquellas paredes haya estado colgado el retrato de María Teresa de Austria, hasta que partió a su destino final, el Hotel Lancaster de Buenos Aires.

En 1977 donó el resto de su colección al Museo Nacional de Arte Decorativo. Cerca de 250 piezas entre obras francesas e inglesas del siglo XVIII, mayormente retratos, porcelanas, muebles y una importante colección de miniaturas (a las que era aficionada), única por su calidad y procedencia, -según describen los textos en el Salón de Familia-, que se pueden apreciar en el primer piso del Palacio Errázuriz. Rosario falleció en Ginebra, en 1984, a los 92 años.



Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/amor-fortuna-y-tragedia-de-linaje-real-y-construido-por-un-gran-estudio-de-arquitectura-del-siglo-xx-nid19072025/

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