La ciudad es un viaje en el tiempo: el espíritu del pasado se hace presente en sus abadías, catedrales y murallas defensivas del Medioevo. A dos horas de Dublin, Irlanda, en el extremo suroriental de la isla y sobre el mar, este enclave costero fundado por los vikingos a comienzos del siglo IX es una visita imprescindible en el país de los pubs, antes o después de disfrutar del ambiente de la capital y alguna pinta de Guinness.
Para llegar a Wexford -conocida como Loch Garman en gaélico-, oficialmente considerada la más radiante del país de James Joyce, por sus vastas y soleadas playas, la mejor opción es abordar el ferrocarril en Dublin; es conocido como Scenic Train, por las amplias y sorprendentes ventanillas que permiten contemplar todos los ángulos de ese paisaje inolvidable.
El tren, diseñado para disfrutar de vistas panorámicas, rodea durante un tramo las orillas de un mar azulado, cruza ríos, atraviesa túneles de montaña, valles de un verde deslumbrante y bosques de avellanos, pinos rojos y cerezos silvestres. Tras recorrer 140 kilómetros y pasar por las estaciones de Gorey y Enniscorthy, se arriba a destino en menos de dos horas. La estación de Wexford North fue bautizada con el nombre de un héroe irlandés, Michael O’Hanrahan, uno de los líderes nacionalistas que se levantaron en la Pascua de 1916 contra el dominio británico y que, como represalia, fue ejecutado.
Wexford, además de ser famosa por tener las playas más amplias de Irlanda, hace un culto de su pasado. La historia se ha transformado en una de sus atracciones turísticas: se manifiesta como en capas superpuestas en sus fortalezas celtas, sus castillos normandos, sus vestigios vikingos; los normandos desembarcaron en estas tierras a principios del 1100 y la dominaron durante 200 años, extendiendo su influencia hasta el siglo XIX. El alcázar de Ferns, legado de estas culturas, se yergue en el centro de Wexford, como un recordatorio de su largo predominio sobre la región.
Playas, faros y vestigios del pasado medievalLa torre de Westgate, un prodigio de piedra del siglo XIII, muy cercana del alcázar y a escasos metros de los terrenos de la Selskar Abbey, operaba en el Medioevo como una de las siete puertas que permitían el ingreso a la ciudad. En una época, Wexford estuvo protegida por una gran muralla defensiva; la construcción empezó tras la invasión de los normandos.
El recorrido por el casco céntrico no debería excluir a la Iglesia anglicana de San Iberio, de un estilo georgiano, simétrico y rígido, que alberga una interesante leyenda. El templo actual se erige donde hubo antes otro santuario construido como homenaje a San Ibar de Beggerin, un santo local cuya obra monástica duró hasta el año 1000, cuando sufrió el asedio de los paganos daneses que destruyeron la impresionante biblioteca que había organizado junto a sus discípulos. San Ibar fue considerado un enemigo de la calumnia y el falso testimonio: durante el Medioevo era costumbre hacer un juicio de veracidad que consistía en tocar la imagen de madera de de San Ibar; si el acusado de calumniar quedaba pegado a la imagen se lo consideraba culpable, caso contrario se aceptaba su inocencia.
Un bisabuelo de Oscar Wilde -John Elgee, abuelo de la poeta Jane “Speranza” Wilde, notable escritora y madre de Oscar Wilde- fue cura y rector de San Iberio. Si bien Wilde no nació en Wexford, está íntimamente asociado al condado: Jane, que sí era nativa de la ciudad, fue una activa defensora del movimiento nacionalista en contra del dominio británico, un rasgo que está adherido a Wexford y la obra del agudo escritor es especialmente recordada en los muy recomendables paseos literarios en el magnífico Johnstown Castle, donde se explora la conexión del escritor irlandés con Wexford leyendo algunas de sus obras y se conecta su legado con los lugares que moldearon su genio artístico.
El Johnstown Castle es un paseo imperdible, especialmente para los amantes de los jardines por su diseño, con sus pavos reales y las aguas espejadas del lago artificial como marco. El castillo tuvo ampliaciones y modificaciones a lo largo del tiempo. Lo primero que se construyó fue una casa torre que se terminó a finales del siglo XII. En 1810, la familia Grogan lo reconstruyó en estilo gótico sobre los cimientos de la casa torre.
Ingresar al Johnstown Castle es una oportunidad única de observar detalles de otros tiempos, como delicados candelabros de cristal, o rozar paneles de madera y ventanas de estilo gótico arqueadas por virtuosos artesanos . También se puede recorrer el piso inferior, subterráneo, de 86 metros de largo, que mantenía a la servidumbre fuera de la vista de los dueños. Otra experiencia es ingresar en la alcoba donde durmió Oliver Cromwell, en octubre de 1649, la noche previa al saqueo que produjo en Wexford quemando casi toda la ciudad, incluido el puerto. Aquella devastación sigue siendo recordada cada 2 de octubre como una atrocidad infame que alimenta los sentimientos antibritánicos de los irlandeses.
El segundo castillo en importancia, Sigginstown, está en Tacumshane y fue construido por Tomas Siggins en el siglo XVI. Actualmente lo administran sus nuevos propietarios, Gordon y Liz Jones, quienes organizan visitas guiadas en las que narran y teatralizan la historia del lugar. Se han convertido en amantes y especialistas en Wexford, aunque viven parte del año en Connecticut.
La mayoría de los castillos de este tipo, a menudo llamados torres, se construyeron entre fines del siglo XV y fines del XVI. La familia Siggins poseyó Sigginstown, Siginshaggard y sus tierras hasta los terribles tiempos de Oliver Cromwell. Junto con otros terratenientes católicos de la época, Edward Siggins fue acusado de traición y perdió sus tierras para siempre en Wexford. Fue uno de los pocos que decidieron irse para salvar su vida.
Para profundizar en la historia de la región, incluyendo la época de Cromwell y la conquista de Irlanda, es recomendable visitar el Museo del Condado de Wexford, situado en el castillo de Enniscorthy, en la ciudad homónima, a 24 km de la capital.
Aparte de los alcázares, fortalezas y palacios, Wexford alberga una activa vida cultural. En octubre, pleno otoño, la ciudad es una fiesta. Es el momento en que las hojas de los abedules se vuelven doradas y comienza el esperado Festival de la ópera, celebrado en el National Opera House. En simultáneo, en las calles se multiplican las exhibiciones artísticas organizados por el Fringe Festival. Hay de todo: conciertos, ballet, saltimbanquis, títeres y obras de teatro. La gente celebra en la bulliciosa North Main Street, una calle que lleva hasta sinuoso río Slaney de aguas serenas y portador de una sugestiva leyenda basada en la historia de Garman Garbh, un lugareño que murió ahogado en las marismas del Slaney, producto de un hechizo (de esa fábula proviene el nombre de la ciudad, Loch Garman, en irlandés).
No se puede abandonar Wexford sin conocer el Faro de Hook, el más antiguo del mundo, que sigue en funciones. Allí está a orillas del cabo de Hook, firme como un soldado desde hace 800 años, para orientar y advertir de peligros. Desde el balcón del faro, pueden observarse kilómetros de un mar sereno.
Las playas más famosas como, la Curracloe (donde Spielberg filmó la película Salvando al soldado Ryan), la Rossland Strand , o la Ballimoney Beach, además de ser vastas y las más soleadas de Irlanda, atraen a diferentes pájaros marinos.
Para quienes practican el avistaje de aves es imperdible realizar una expedición a las Islas Saltee, un paraíso natural de aves marinas; allí, junto a las habituales gaviotas se detectan un centenar de especies, entre ellas, variedades curiosas como frailecillos, pardelas pichonetas y hasta alcatraces. Aunque las islas están a 5 kilómetros de la costa, hay que abordar un ferry en Kilmore Quay, lo que requiere llegar hasta allí en bus. El recorrido toma algo más de una hora.
Para la despedida, qué mejor que conocer los pubs más tradicionales de Wexford, como el The Sky and The Ground , o el T Morris Bar, donde la alegría de la música celta en vivo es el mejor acompañamiento para disfrutar de algún plato popular como el Fish and Chips o el Guinness Stew (un estofado elaborado con cerveza Guinness). De postre se impone el Wexford Strawberry Pudding, una delicia dulce local que se explica porque Wexford se especializa en el cultivo de fresas y grosellas.