Durante casi ocho meses Alejandro Demel venía planeando lo que para él iba a ser un viaje de ensueño: iría a visitar Yemen con el objetivo de conocer la Ciudad Antigua de Saná (Old City Sana), joya arquitectónica y Patrimonio de la Humanidad, y desde allí tomar un vuelo hacia uno de los lugares más remotos del mundo: la isla de Socotra. Sin embargo, el destino le tenía preparado otros planes.
Poco antes de viajar a Yemen, comenzó a sentir algo de miedo porque ese país estaba al borde del “colapso”. Esa palabra significaba que estaban viviendo un conflicto armado, con escasez de recursos, bloqueos y bombardeos. Pero Alejandro no iba a renunciar a su sueño por lo que se vio casi obligado a cambiar la estrategia para pasar desapercibido en un lugar que estaba en guerra.
Entonces, contrató un guía y comenzó a estudiar las costumbres de los yemenitas: cómo se vestían, cómo se saludaban, cómo rezaban, su alimentación, sus horarios. Hasta aprendió a no mirar directamente a las mujeres y a respetar el momento del qat (unas hojas que se ponen dentro de la boca y se les hincha el cachete). Además, se había comprado en Irán una túnica larga y holgada (thobe) y un pañuelo (keffiyeh).
“Quería parecerme a ellos. No como una burla, sino como un intento sincero de respeto y como una estrategia de supervivencia. No era disfrazarme, era adaptarme. Sentía que cuanto menos resaltara, menos riesgo correría. Era también una manera de mostrarles que no iba como un turista curioso, sino como alguien dispuesto a aprender y a convivir”, expresa.
¿Bienvenido a Yemen?Procedente de Irán, Alejandro llegó a Yemen el 6 marzo de 2015, pocos días antes de que comenzaran los ataques aéreos desde Arabia Saudita.
“Era el único turista entrando al país. En migraciones no lo podían creer. Me miraban una y otra vez el pasaporte, me preguntaban desde dónde viajaba, con qué objetivo. Yo respondía lo básico con la ayuda de mi guía, que hablaba algo de inglés. ¿Qué hacía un argentino entrando a Yemen justo cuando todos querían salir? Como en ese momento los hutíes habían tomado el control de la ciudad, no querían espías extranjeros, esa era la orden.
Apenas logró salir del aeropuerto, junto al guía, se trasladó hacia el hotel que había reservado en Antigua de Saná. Sin embargo, cuenta, cada cinco cuadras los detenían hombres armados con ametralladoras. “Se acercaban a la ventanilla, nos apuntaban con la mirada fija y no paraban de hacerme preguntas”.
Saná en ese entonces, explica Alejandro, estaba controlada por los hutíes (Ansar Allah), que habían tomado la capital en 2014 con el apoyo de las fuerzas del expresidente Ali Abdullah Saleh. El presidente Abdrabbuh Mansur Hadi ya había huido al sur y, mientras tanto, el resto del país se fragmentaba en facciones armadas: en algunas regiones operaban milicias separatistas del sur, en otras dominaba Al Qaeda en la Península Arábiga, y los leales a Hadi resistían con el respaldo de Arabia Saudita.
“Sentí el caos y la desesperación”Alejandro vivió esos días con mucha tensión e incertidumbre. Cuando estaba en la calle, intentaba pasar desapercibido, regalaba alguna que otra sonrisa, mostraba el pasaporte cuando se lo exigían y hablaba lo menos posible.
“Cuando comenzaron los bombardeos no estaba preparado para lo que era escuchar cazas sobrevolando. No vi morir gente, pero sí sentí el caos y la desesperación. Cuando volvía la luz, aunque no entendía nada del idioma, miraba los televisores que estaban prendidos en la calle donde se veían explosiones en centrales eléctricas y los bunkers donde guardaban combustibles. Los hoteles tenían generadores de energía que prendían un ratito a la noche”.
Alejandro confiesa que tuvo miedo a morir, especialmente por los bombardeos aéreos. “No sabía dónde iban a caer las bombas. En esos momentos fue cuando dudé si iba a salir vivo de ahí”.
“Esperaba que no se viniera el techo abajo”El mayor peligro se daba por las noches donde Alejandro tenía que convivir con el rugido de los cazas que rompían el silencio. “De pronto, una explosión a lo lejos. Otra más cerca. Te quedabas sin luz. Sin internet. La ciudad quedaba completamente a oscuras. En más de una ocasión, me escondí bajo el escritorio del hotel, esperando que no se viniera el techo abajo”.
Alejandro describe sus días en Antigua de Saná como una mezcla de adrenalina, miedo y aprendizaje. Vivía el presente, minuto a minuto. “Me cuestioné muchas cosas, pero siempre cuando salía el sol y las personas volvían a sus trabajos, los veía ahí esforzarse y me daba cuenta que eran buena gente y eso me mantenía en paz. Rescato su hospitalidad en medio del caos. Los niños jugando como si nada. Las mezquitas milenarias. El contraste entre la guerra y la belleza de la ciudad antigua”.
“Sabía que en esa isla mágica no iba a caerme un misil en la cabeza”Finalmente, y tras días de tensión, logró volar a Socotra, lugar al que define como la isla más enigmática del océano Índico y uno de los sitios más surrealistas que existen.
“Apenas aterricé en Socotra, sentí que había cambiado de país. Por primera vez en días, pude vestirme como occidental: pantalón corto, camisa suelta, ojotas. Nadie me miraba raro. No había retenes, ni armas, ni miedo. Solo el sonido del mar. Respiré paz. Sabía que en esa isla mágica no iba a caerme un misil en la cabeza”.
Ya pasaron 10 años de ese viaje, y aunque más de una vez pensó si haber cambiado el momento de hacer las valijas no hubiera sido mejor, hoy, Alejandro no se arrepiente de haber pasado por esa experiencia que, dice, lo marcó para siempre.