Era el secreto mejor guardado de muchos. Pero bastó que Osvaldo “Ova” Sabatini, Javier Iturrioz o Iván de Pineda revelaran quién era el creador de los impecables trajes que lucieron en casamientos, cumpleaños y galas para que su nombre se hiciera viral. Nicolás Záffora (48), un platense criado en Azul, provincia de Buenos Aires, está considerado uno de los grandes sastres de la región. No son pocos quienes aseguran que, en Zaffora Bespoke Tailoring –su atelier, que está ubicado a pocas cuadras de donde vive, en Retiro– él y su equipo crean los Rolls-Royce de los trajes: “Eso suena un poco pomposo”, le dice él a ¡HOLA! Argentina, pero lo cierto es que, muchas veces, crear uno de sus trajes demanda más de 100 horas de trabajo artesanal. Detallista e inconformista, fanático de los deportes, en especial del boxeo y del jiu-jitsu –el arte marcial japonés–, Záffora aprendió el oficio en un monasterio. Él, en realidad, iba a ser monje.
–¿Cómo es esa historia?
–Había hecho los votos para toda la vida. A los 18, en el último año del liceo militar, donde cursé el secundario, conocí a un sacerdote quien, aseguró que yo tenía vocación religiosa. Ingresé en un monasterio, en Luján. Un día, cuando tenía 20 años, mi superior me dijo: “Tenés que ser el sastre”. Y tuve que buscar a alguien que me enseñara: la sastrería es muy compleja. Hasta mis 28 años, que fue cuando decidí abandonar el monasterio, fui sastre de sotanas: hice prendas a gente que no se miraba al espejo.
–¿Y te lanzaste a hacer trajes no bien dejaste el monasterio?
–No inmediatamente. Cuando salí, a los 28 años, fue un momento difícil: si bien tenía a mi hermana Sabina que me recibió en su casa, yo no tenía ni dinero ni profesión. Pero sabía que quería ser mi propio jefe. Un amigo me hizo una gran pregunta: “¿Qué sabés hacer?”. ¡Sabía coser! Como no quería ser un sastre remendón, pensé en qué podía mejorar. Una de las enseñanzas que me dejó el monasterio fue la búsqueda de la excelencia. Los sastres con los que me formé me transmitieron su conocimiento sobre este oficio cuyas técnicas artesanales se remontan al siglo XVI y que tiene mucho de arte.
–¿Qué fue lo más difícil?
–Armar “mi caja de herramientas”. Pero tengo incorporada la disciplina militar y la resiliencia de un monje. Con estudio, esfuerzo y dedicación, revertí la atrofia del gusto que tenía tras quince años de usar uniformes. En 2010, instalé un taller en el comedor de mi casa. Trinidad, mi hija mayor, tenía un año y medio .
–Ova Sabatini te eligió para que le confeccionaras el traje para el casamiento de su hija, Oriana, con Paulo Dybala.
–Fue un placer trabajar con él. Llegó con Catherine Fulop. Muchos clientes llegan con sus mujeres, pero, después, prefieren seguir viniendo solos: quieren discreción. Porque además del amor por las prendas bien hechas, entre las reglas no escritas de los sastres, la discreción es una de las más importantes.
–En 2024, estuviste ternado como diseñador de moda masculina de los Martín Fierro de la Moda.
–Fue una gran emoción. Es un reconocimiento que valoro mucho porque refleja el trabajo y la pasión que pongo en cada prenda . Los premios, ganes o no, te estimulan a seguir creciendo.
–Iván de Pineda, que cocondujo la ceremonia, lució un diseño tuyo.
–Con Iván somos vecinos. Un día, me dijo: “Tenemos que hacer algo juntos”... y, tiempo después, surgió el desafío de crear el smoking que llevó en los Martín Fierro.
–Tus creaciones trascendieron nuestras fronteras: ya desembarcaste en otros países de la región y, al ser el único representante argentino en la Pitti Uomo –la feria de diseño de Florencia, Italia– hiciste pie en Europa. ¿Soñás con vestir a alguna celebridad de Hollywood? ¿A algún rey?
–No tengo esos sueños. Atiendo sin importar si son famosos o no. Mi compromiso es con su imagen: cada persona que viene tiene que quedarse contenta con la prenda que se lleva. A mis clientes les enseño cómo planchar las camisas y si quieren revisar su vestidor para ver qué va y qué no va, lo hago.
–¿Qué te sugiere el adjetivo formal?
–En la escala de formalidad, el traje –que tiene más de 300 años de historia– es imbatible. ¡Siempre recurrimos a un traje para estar bien! El tema es qué traje… tampoco hay que irse al otro extremo. Aunque sean cómodos, el combo de remeras-joggins-zapatillas no va bien en determinados contextos: en ciertas ocasiones, debemos vernos serios, elegantes y no tan cómodos y juveniles, algo que muchos hombres –en especial, los de mi generación, los cuarentones y cincuentones– están buscando. La idea es que haya coherencia entre nuestras ideas y la vestimenta. El hábito sí hace al monje.