Faltaban dos minutos. Cuando no se puede ganar con destrezas y engaños, el pizarrón es un recurso elemental. Tiro libre de Malcorra, un fuera de serie, cabezazo demoledor de Quintana, suerte de mariscal de los suburbios. Y se acabó el suspenso.
Estudiantes tenía un jugador menos: se lesionó Carrillo y debió salir del campo de juego, en un equipo que ya había hecho todos los cambios. El gigante, seguramente, iba a defender con disciplina táctica la pelota parada. No pudo, envuelto en lágrimas en el banco. Y ganó Central, que selló el triunfo con un bombazo de Campaz, en un final de fiesta, adrenalina y empujones, tan propio de nuestro fútbol. Y fue expulsado Eduardo Domínguez, que se sintió perjudicado por algunos fallos de Andrés Merlos, el árbitro del encuentro.
FINAL PICADO Y FIESTA CANALLA: Rosario Central derrotó 2-0 a Estudiantes en los octavos de final del #TorneoApertura.
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Suele ocurrir en la Copa Libertadores, en la Sudamericana, en la Champions, hasta en el Mundial. Cuando se juega por la continuidad o la eliminación, apenas en 90 minutos, cualquier cosa puede ocurrir. Se trata de la magia del fútbol: diferente a prácticamente todos los otros deportes. No siempre gana el mejor, no siempre el mejor posicionado sigue en carrera. Los antecedentes quedan desteñidos en un borrador.
Rosario Central estuvo arriba de todos en la primera etapa, con 35 puntos, líder del Grupo B y con más unidades que ningún otro (Argentinos, en la otra frontera, acabó con 33). Estudiantes se clasificó como octavo, último en la zona, después de perder por 4 a 0 en la Paternal, al aprovechar las dudas existenciales de Newell’s y Defensa y Justicia, en otras canchas.
El León finalizó con 21 unidades, apenas mejor que Lanús (20) e Instituto (18). Central sumaba 7 victorias seguidas en el fuego de Arroyito, Estudiantes había ganado por última vez en el ámbito local en el Monumental: un exagerado 2 a 0 sobre River. Parecía una diferencia abismal: así se presentaba en sociedad.
Sin embargo, el canalla es un buen equipo, pero no una maravilla. Y el León, campeón repetido en los últimos años, tiene la experiencia necesaria para este tipo de desafíos. Duro, parejo, sin grandilocuencias: el desarrollo no tuvo relación directa con los antecedentes.
Esquirlas de los fuegos artificiales cayeron sobre la cabeza de Andrés Merlos, el árbitro del encuentro, antes del partido, cuando los hinchas de Central armaron una fiesta de música y color, aunque con accidentes que pueden terminar siendo graves. El juez se tomó el cuero cabelludo, recibió atención médica, bebió un trago de agua mineral y empezó la acción.
ATENCIÓN: una esquirla de los fuegos artificiales golpeó a Andres Merlos, el árbitro del partido.
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Durante la primera mitad, corrieron, metieron, se equivocaron y se lastimaron apenas, con un par de pelotas paradas. Tiro libre de Malcorra y cabezazo de Copetti, que se fue por arriba, para el equipo local. Cabezazo fortísimo de Carrillo, que Fatura Broun alcanzó a contener en la línea, para el conjunto visitante.
A medida que transcurrieron los minutos, la tensión fue en aumento. Central quería, pero no podía. Estudiantes prefería la cautela, aunque no tan cerca de Mansilla. Santiago López, Copetti y Malcorra mostraron el camino, con una serie de destrezas y engaños, aunque sin la pimienta de otros partidos. Evidentemente, la presión juega.
“Movete, canalla, movete”, cantaba la gente, impaciente cuando Estudiantes salió de la lógica del equilibrio, se soltó un poco. Bicho Campaz aquí, Facundo Farías, allá: las hipótesis de los revulsivos tomaron nota de la máxima tensión general, cuando se presenta el capítulo en el que un gol, un acierto, un error, puede definirlo todo.
Carrillo se lesionó, Estudiantes ya había hecho todos los cambios, por lo que debió jugar con un futbolista menos durante 25 minutos. Quiso frenar el balón, a la sombra de Quintana, pero rápidamente sintió un fuerte dolor y se tomó la rodilla derecha. Salió preocupado, se sentó en el banco de suplentes y se largó a llorar.
Como si se tratara de una broma del destino, Quintana saltó más alto que todos y terminó con el suspenso, a los 43 minutos del segundo tiempo, un cabezazo demoledor que definió la serie. Carrillo, seguramente, hubiera defendido esa pelota parada con alma y vida. De 1,91 metros, era una pieza clava en el balón detenido.
Por una cabeza gritó Central, por la zurda mágica de Malcorra y la efervescencia de su gente. Ocho partidos en casa, ocho triunfos. Lo definió Campaz, en un final de fiesta, luego de dos salvadas sensacionales de Mansilla en la misma jugada. Ahora, espera por el triunfador de Huracán-Deportivo Riestra. Ganó el mejor. A veces, el fútbol tiene la lógica de la pasión.