“No sé por qué me llama todo el tiempo. Le debe gustar trabajar conmigo. A mí me encanta trabajar con él. Yo ya era fanático de su cine antes de que me convocara. Es un lujo ser el actor fetiche de Daniel Burman. Y ahora somos grandes amigos”. Era inevitable que el comienzo de la extensa charla que LA NACION comparte con Gustavo Bassani incluyera una mención al director que le cambió la vida a un intérprete que hasta ese momento era casi un desconocido.
“Estuve mucho tiempo buscando poder trabajar. Ni siquiera hablo del trabajo propiamente dicho, sino de poder trabajar. Hice castings por todos lados, publicidad, venía luchándola. Hasta que llegó Iosi. Esa serie fue un antes y un después en la carrera de todos. La mía, la de Daniel, la de Martín Hodara, la de Sebastián Borensztein. No lo digo por decir, Ellos me lo contaron a mí”, asegura Bassani, consciente del cambio que inauguró para él otra etapa, la que hoy disfruta como uno de los protagonistas de Las maldiciones, la miniserie que llega este viernes al catálogo de Netflix.
“Las maldiciones es un thriller político envuelto en un sutil aire western que esconde en su núcleo un profundo y complejo drama familiar”, dice Burman en la presentación oficial que hizo la plataforma de este relato dividido en tres episodios, filmado entre Punta del Este y la geografía del norte argentino.
El personaje de Bassani, asistente del ambicioso político de la región encarnado por Leonardo Sbaraglia, resultará decisivo en la trama, sobre todo en el momento en que la campaña por una gobernación se mezcla con delicadas cuestiones familiares. Alejandra Flechner, Monna Antonópulos y la niña Francesca Varela son los otros protagonistas de este relato escrito por Burman, Martín Hodara (además codirector), Natacha Caravia y Andrés y Pablo Gelós.
-¿Qué le pasa a un actor cuando el nivel de confianza con un director supera los niveles acostumbrados?
-Daniel llega siempre a los rodajes con una gorra que dice “Después vemos”. Eso quiere decir que va para adelante. Y resulta que se encontró con un actor que trabaja de la misma manera. Vamos los dos para adelante, manejamos la misma pasión. Hoy siento que lo principal es el respeto y la admiración que siento por él. Lo mismo me pasa con Martín Hodara, con quien pronto volveré a filmar en Canadá. Lo digo así porque me tocó trabajar con otros directores que no me inspiraron las mismas sensaciones. Y yo tengo un gran problema con la autoridad.
-¿Cómo es eso?
-Todo lo veo como una ficción, como algo que nos inventamos nosotros. No es que la naturaleza apareció un día y trajo, por ejemplo, un problema económico. Todo funciona de determinada manera porque alguien lo decidió así. Desde esa concepción me cuesta mucho encontrar figuras que inspiren respeto. Decir: “Yo sigo a estas personas”. Es lo que me pasa con Daniel y con Martín. Se me hace mucho más fácil trabajar con ellos porque puedo cumplir con lo que me piden. Nunca los voy a cuestionar porque detrás de cada decisión siempre hay una respuesta lógica, razonable.
-Después de verte en Iosi, el espía arrepentido, y ahora en Las maldiciones es posible que Burman te haya elegido porque representás variantes de un mismo personaje: parco, misterioso, enigmático, con un pasado que no conocemos.
-Por eso disfruté mucho también haber hecho con Burman Transmitzvah, con un personaje totalmente diferente, más expansivo, que hasta me permitió bailar. Pero a la vez es muy cierto que me interesa como actor esto de decir mucho sin palabras. Hablar con una mirada, con una respiración, con un movimiento.
-O con un silencio.
-Es lo más difícil de hacer para un actor. Y a mí me atraen los personajes más bien oscuros, gente que en la vida está rota, partida. Vemos mucho esto en nuestra sociedad. Mi terapeuta una vez me dijo: “Nosotros vivimos como en una espiral”. Hay gente que no puede salir de allí, no sabe escapar a esos traumas. Esas son un poco las maldiciones que transmitimos de padres a hijos. Y después los hijos tienen que entender que el trauma no les pertenece, no es de ellos. En Iosi hay un tema muy claro de mi personaje con un padre ausente. En Las maldiciones también, pero se suma una madre de la que hay que hacerse cargo. Son conductas muy propias de la gente del interior. Y yo me identifico con eso.
-¿De dónde sos?
-De Tristán Suárez.
-Eso es el tercer cordón, casi entrando al interior profundo de la provincia de Buenos Aires.
-Ahí estaba mi casa, donde sigue habiendo calles de tierra. Yo iba en sulky a la escuela. Tenía nutrias en la esquina de mi casa, un campo que estaba medio abandonado. Y había un gallinero y una serpiente que se comía los huevos. Cosas así. En el interior no se vive como acá, donde siempre hay algo para decir o para opinar.
-Decís que tu personaje en Las maldiciones, Román, está roto, partido. Pero al mismo tiempo mantiene cierta cordura y humanidad. A su alrededor hay gente mucho más rota que él.
-Eso es lo que los hace humanos y en algún punto hasta llegan a redimirse. Si llevamos las cosas al terreno psicológico, en la serie vemos que hay personajes que necesitan llenar un vacío con poder. Y otros que dicen: “Yo necesito saber qué es ese vacío, hasta dónde puede llegar”. Tal vez sea eso lo que le pasa a Román y fue lo que más me atrajo.
-Tus mejores trabajos aparecen en este nuevo formato híbrido de series producidas para el streaming, creadas por directores que vienen del cine. ¿Cómo te sentís en ese lugar?
-Lo que estamos viviendo hoy me hace acordar a otro momento espectacular de tránsito, en este caso del cine mudo al sonoro, como Damian Chazelle lo muestra en Babylon. Yo no pasé mucho por la tele, mi camino se abrió con las plataformas. A veces siento que necesito ser más popular, pero enseguida pienso que ese es un modelo viejo. La popularidad venía antes con la tele y también te permitía llenar un teatro. Hoy eso ya no pasa, porque consumimos series de todos lados con actores que no sabemos quiénes son. Vienen de Dinamarca, de Noruega, de Francia. Este es un modelo nuevo que estoy todo el tiempo tratando de analizar y todavía no pude desentrañar del todo.
-¿Y qué balance provisional podrías hacer en este momento?
-Lo único que sé y tengo claro es que este trabajo se hace en equipo y que muchas veces los productos están condicionados por los algoritmos y por otro tipo de tomas de decisiones. Yo quería estar en la tele, pero ahora me gusta mucho todo lo que está pasando. Tal vez porque no estoy contaminado de aquél mundo.
-Y más allá de la popularidad, ¿un protagónico tan importante como el que tuviste en Iosi, reconocido por el público y por la crítica, te abre oportunidades?
-Si te sabés mover, sí. Por eso estoy trabajando y haciendo esta entrevista. Ojo, conozco muchos casos de gente que explotó con un personaje y después se quedó. Por eso insisto en que este es por sobre todas las cosas un trabajo en equipo. Y cada uno es un pequeño engranaje, nada más. Si creés que sos el único que puede llevarlo adelante y por eso te merecés todo, caés en una equivocación enorme. En este trabajo siempre hay un montón de humanidades que se están cruzando y merecen el mismo respeto que vos. Me saca de quicio que ese respeto no exista. Acá no hay secretos, alcanza con cumplir una serie de reglas fundamentales.
-¿Cuáles?
-Para ser un buen profesional hay que llegar temprano, saber la letra e irse sin molestar a nadie. Así se trabaja con Burman, con Martín Hodara, con Sebastián Borensztein. Y si podés sumar a todo eso un poco de talento se te abren más puertas todavía.
-Se le atribuye a Alfred Hitchcock una frase en la que recomienda a los actores no trabajar con chicos o con animales. Te tocó compartir en Las maldiciones varias escenas muy importantes con Francesca Varela, una actriz infantil. ¿Cómo viviste esa experiencia?
-Fue muy fácil. Francesca es talentosa, curiosa, respetuosa, muy profesional. Me sorprendió todo el tiempo. Cada escena era un mundo para ella y en cada escena entendía perfectamente lo que estábamos contando, todos los subtextos. Como decíamos antes, en esta serie hay muchas cosas importantes debajo de lo que se dice. Actuar es eso también, ¿no?
-¿Y cómo fue trabajar con Sbaraglia?
-Además del talento, la pasión y el modo en que te inspira, Leo es un profesional extraordinario. Llega temprano, sabe la letra de memoria. No solo la suya, la tuya también y la del actor que va a venir. Y como compañero es súper divertido. Si lo admiraba antes como actor, ahora también me encanta trabajar con él. Es un tipazo.
-¿Qué actores te gustan o te inspiran?
-Jorge Suárez, Mercedes Morán, Pilar Gamboa. De afuera me encantan Leo DiCaprio y Daniel Day-Lewis.
-Suárez y Gamboa también son grandes actores de comedia. Un lugar al que todavía no te animaste.
-Me gusta la comedia, me encanta. Pero siento que me están viendo hoy en estos personajes más oscuros o problemáticos, seguramente más cómodos para un actor como yo. Pero mi formación en teatro fue haciendo comedia, y me iba bastante bien. La comedia es puro ritmo, entiendo sus códigos. En algún momento la voy a hacer. Ahora estoy por arrancar como espectador la segunda temporada de División Palermo. Soy fan de la primera. También me hizo reír un montón Viudas negras. Soy fan de Pilar y además fui alumno de ella.
-¿Qué es lo más importante que un actor como vos saca de su formación, de pasar por una escuela?
-Yo nunca estuve en una escuela de actuación. Lo que hice fueron talleres. Mi maestro de teatro es Santiago Doria, un director muy conocido, que me enseñó a trabajar en equipo, a respetar al productor porque es la persona que apuesta al arte con su dinero, a respetar a mis compañeros llegando en horario y sabiendo lo que hay que hacer. Y después fui buscando. Hice un poco de mimo para entender cómo funcionaba mi cuerpo, un poco de canto para aprender a proyectar la voz, un poco de clown.
-Te vimos hace poco en Córdoba como uno de los presentadores de los premios Sur de la Academia de Cine. ¿Cómo ves la situación del audiovisual argentino en este momento?
-Ya que nos gusta mirar tanto a los países del Primer Mundo, lo que ellos hacen es promover la cultura, vendérsela al mundo. Por eso me parece una idea bastante estúpida tratar de cercenarla. Toda la gente que conozco en este medio se hizo a partir del apoyo del INT en el teatro o del Incaa en el cine. Por eso, cuando nos vanagloriamos del cine que tenemos o de los actores que viajan por el mundo recibiendo premios gracias a obras surgidas del incentivo del Estado eso no significa que te regalen la plata, te están diciendo: “Che, sos bueno en esto, dale, adelante, nos vas a representar muy bien”. El fomento cultural y educativo siempre van a ser positivos.
-Los proyectos que te consagraron surgieron fuera de ese ámbito, impulsados sobre todo por las plataformas de streaming: Iosi a través de Amazon Prime Video, ahora Las maldiciones por Netflix.
-Hay algo de Netflix, específicamente, que me gusta mucho. Llevar las ficciones a Bariloche, Jujuy, Cataratas o Mendoza, contratar gente y darle oportunidades a actores del lugar. Un actor de Bariloche no va a tener un papel protagónico, pero si se destaca en una producción bien argentina como Atrapados o El Eternauta, con miles de visualizaciones en todo el mundo, en la próxima oportunidad va a aprovechar ese back up.
-¿Y cómo se consigue eso?
-Los que aparecemos en cámara siempre somos cinco, pero detrás hay 150 personas que limpian, cocinan, mueven a cámara, tiran cables, ponen micrófonos, editan, asisten. Es fácil encontrar una figura que no está políticamente de acuerdo con vos para que termines odiando a todo el mundo. Pero si corrés a esa figura que a vos tanto te molesta detrás hay un montón de gente que tal vez sí piense igual que vos y que al mismo tiempo trabaja de esto, tiene hijos a los que hay que alimentar y mandar a la escuela.
-Antes hablabas de tu eterno problema con la autoridad. ¿Es lo que te llevó en su momento a estudiar ciencias políticas?
-No. Hice la carrera dos años y ya dejé. Cuando vi que el mundo era mucho más grande del que tenía en mi pueblo pensé que estudiar ciencias políticas y entrar en el Servicio Exterior de la Nación me iban a permitir salir al mundo y conocerlo, porque no tenía un peso. Después me metí en turismo, pero también me cansé. Hasta que al final me dije que lo que siempre quise era ser actor. Y bueno, hoy trato de ser coherente con eso.