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“No quiero tener sangre en mis manos”: un cuadro expoliado por los nazis, en el centro de una trama dramática
El estreno de la película ...
El estreno de la película El cuadro perdido (Le tableau volé, 2024), dirigida por Pascal Bonitzer, abre una ventana de actualidad sobre un asunto que resonó recientemente en la Argentina por el cuadro Retrato de dama, del pintor italiano Giuseppe Ghislandi, hallado en Mar del Plata en el living de la casa de Patricia Kadgien, hija del jerarca nazi Friedrich Kadgien.
La obra, que había pertenecido al galerista judío Jacques Goudstikker -uno de los más relevantes de los Países Bajos- fue saqueada tras la invasión alemana de 1940. Sus herederas -su nuera Marei von Saher y sus nietas Charlene y Chantal- reclamaron el cuadro a la familia Kadgien, que lo tenía en su poder desde hacía décadas. El caso demostró hasta qué punto los expolios nazis atraviesan generaciones y fronteras y se convirtió en un ejemplo local de un fenómeno global.
La película, que llegó hoy a los cines argentinos, sigue a André Masson (Alex Lutz), un subastador parisino que recibe una carta inesperada: un trabajador de la ciudad de Mulhouse asegura poseer un cuadro del pintor austríaco Egon Schiele perdido desde 1939, cuando fue confiscado por el régimen nazi. Lo que comienza como una duda profesional se transforma en un torbellino de disputas legales, dilemas éticos y pulsiones económicas que ponen de relieve un tema central en el mundo del arte contemporáneo: ¿Qué sucede cuando una obra robada por funcionarios nazis reaparece de manera fortuita?
Aunque se trata de una ficción, el guion de Bonitzer está inspirado en hechos reales. En 2005, un cuadro de Schiele titulado Los girasoles marchitos (Otoño Verano II) fue hallado en la casa de un obrero y posteriormente vendido en subasta. Y no fue un caso aislado. A lo largo de las últimas décadas, numerosas pinturas y esculturas sustraídas durante la ocupación nazi han reaparecido en museos, depósitos privados o incluso en departamentos. Uno de los hallazgos más resonantes ocurrió en 2012, cuando la policía alemana encontró más de 1200 piezas en Múnich, en el departamento de Cornelius Gurlitt, hijo de un coleccionista vinculado al Tercer Reich. Entre ellas había obras de Picasso, Matisse y Renoir.
El problema, como muestra la película, no termina con el hallazgo. Allí comienzan los reclamos. Cuando los nuevos poseedores no se ofrecen voluntariamente a restituir las obras, los herederos de familias judías expoliadas suelen enfrentar procesos judiciales que pueden extenderse durante años, muchas veces contra museos de prestigio o coleccionistas que alegan haber comprado las piezas “de buena fe”. En El cuadro perdido, en cambio, el obrero parisino que encuentra el Schiele accede de inmediato a devolverlo y lo hace con una frase que condensa su decisión: no quiere tener “sangre en las manos”. El debate no es solo jurídico: también es simbólico. Para quienes reclaman, no se trata únicamente del valor económico sino de restituir una herencia truncada por el genocidio.
Casos como el de Retrato de dama en Argentina muestran que el mapa del expolio no se limita a Europa. Muchas piezas cruzaron el Atlántico en la posguerra y terminaron en colecciones privadas de América Latina. El saqueo sistemático de bienes culturales está reconocido en el derecho internacional como un crimen de guerra, y por eso organismos como la UNESCO y la ONU, junto con convenios internacionales, trabajan para que los Estados investiguen y colaboren en la restitución de estas obras, garantizando que las reclamaciones de los herederos avancen y que se repare, en la medida de lo posible, una injusticia histórica.
El mercado del arte añade otra capa de complejidad a este tema. Cada vez que una obra expoliada reaparece, su precio suele disparar en subastas internacionales o genera acuerdos millonarios. En 2006, por ejemplo, un Schiele, Casa con ropa tendida de colores-Suburbios II, restituido a los herederos de Jenny Steiner, se vendió en Christie’s por 27 millones de dólares. Algo similar ocurrió con el célebre Retrato de Wally, también de Schiele: tras un litigio de más de una década, el museo Leopold de Viena llegó en 2010 a un acuerdo extrajudicial y pagó 19 millones de dólares a los herederos de Lea Bondi Jaray para conservar la obra. Para las familias, estas cifras representan la posibilidad de reparación económica, pero también ponen en evidencia cómo el mercado capitaliza un trauma histórico.
En El cuadro perdido, esas tensiones se condensan en un relato ágil, pero que en el fondo apunta a un dilema todavía irresuelto: la coexistencia entre la memoria, el derecho y el dinero. ¿A quién pertenece un cuadro con una historia de violencia? ¿Qué significa restituirlo? ¿Puede el mercado corregir una injusticia que excede lo material?
Algunas de estas historias inspiraron otras películas, como Operación monumento (2014), dirigida por George Clooney, que revive el trabajo del programa de Monumentos, Arte y Archivos (MFAA), creado en 1943, con el que un grupo de hombres y mujeres del ámbito cultural del bando aliado emprendió las primeras pesquisas para recuperar piezas robadas por los nazis. Gracias a esa tarea, obras emblemáticas como el Altar de Gante —también conocido como El retablo del cordero místico, de Hubert y Jan Van Eyck, que hoy puede verse en la Catedral de San Bavón en Bélgica— o la Madonna de Miguel Ángel, que se conserva en la Iglesia de Nuestra Señora en Brujas, regresaron a sus lugares de origen junto con miles de pinturas, dibujos, grabados y objetos.
Otra película, La dama de oro (2015), dirigida por Simon Curtis, reconstruye la extensa batalla legal que la judía Maria Altmann emprendió en Viena para recuperar, entre otras obras, Retrato de Adele Bloch-Bauer I (1907) de Gustav Klimt, confiscado a su familia. Su caso se convirtió en uno de los más emblemáticos tanto por el debate jurídico como por las cifras que movilizó: tras su restitución en 2006, la pintura fue adquirida por Ronald Lauder para la Neue Galerie de Nueva York por 135 millones de dólares, un récord que ilustró el poder de atracción del mercado del arte cuando se trata de piezas expoliadas.
Más allá de la ficción, el estreno de hoy dialoga con un presente en el que las obras expoliadas siguen apareciendo. Cada hallazgo reactualiza las preguntas y enfrenta a coleccionistas, museos y herederos a un mismo espejo: el de una herida del siglo XX que, a 80 años del fin de la guerra, aún no termina de cerrarse.
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