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La bella y la bestia: los desafíos de un rodaje nada poético ni ensoñador, en una Europa desolada por la guerra
Es uno de los cuentos de hadas más célebres de todos los tiempos que, integrado como relato en El almacén de los niños en la pluma de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, tuvo su versión más di...
Es uno de los cuentos de hadas más célebres de todos los tiempos que, integrado como relato en El almacén de los niños en la pluma de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, tuvo su versión más difundida hasta el presente. La historia del príncipe maldecido a convertirse en monstruo que despierta el amor de una joven tan hermosa como bondadosa fue, entre 1756 y 1945, exclusiva construcción mental de los lectores que sumaban a su imaginación alguna ocasional ilustración, según la edición de La bella y la bestia que se dispusiera entre manos.
El enorme impacto en la cultura popular en el siglo XX de este cuento hizo que se contaran al día de hoy varias películas, especiales de televisión, musicales de Broadway y hasta videojuegos. Y aunque hoy la música de Alan Menken y Howard Ashman para la versión animada de Disney parezca ser la cumbre de la fama visual para este relato, el origen cinematográfico de La bella y la bestia (al igual que el del cuento), es francés y celebra 80 años de su rodaje. Así será este viernes cuando los espectadores se reencuentren con el gran clásico de Jean Cocteau que puso el foco en el relato de Beuamont por primera vez para la pantalla grande, y construyó un envolvente y onírico marco visual para que el perfil de Jean Marais fuera, por vez primera, el de la Bestia de corazón sensible. En el Teatro Colón, será el Ensable Arthaus que pondrá en escena la revisita que el impar Philip Glass hizo de la película de Cocteau en 1994. Se verá completa, pero con otra banda sonora que en vivo sustituye con canciones las palabras y con música del propio Glass aquella partitura de Georges Auric que había formado parte del original.
El rodaje de La bella y la bestia no fue todo lo poético y ensoñador que sus imágenes transmiten. Sumido en los contratiempos de su salud -y de una Europa que había culminado tan solo pocos meses antes la tragedia de la Segunda Guerra Mundial-, Cocteau sintetizó el complicado devenir de la experiencia en La bella y la bestia: diario de una película, donde escribe el origen del proyecto y el desarrollo del rodaje que se extendió desde el 27 de agosto de 1945 al 1 de junio de 1946, cuando fue proyectada a los técnicos intervinientes en los estudios de Joinville. Para Cocteau todo el proceso de adaptación de la historia significó múltiples relecturas, pero también la posibilidad de un refugio privado que devendrá en uno de los más enormes y populares clásicos del cine francés.
En pleno escenario de la guerra, el poeta que no se sentía cineasta culminaba su primer borrador en 1944, mientras los aliados bombardeaban la Francia ocupada y se sucedían tragedias como la invasión nazi a Hungría o la masacre de las Fosas Ardeatinas en Italia. Ante el horror del mundo, Cocteau vuelve a un relato que conocía desde su infancia para conseguir refugio en su imaginación. “Me cuesta mucho hacer entender a los artistas que el estilo de la película exige una profundidad sobrenatural y falta de naturalidad. Hay poca conversación. No hay espacio para la más mínima vaguedad. Las frases son muy cortas y muy precisas. Todas estas frases, que desconciertan a los intérpretes y les impiden ‘actuar’, forman los engranajes de una gran máquina, incomprensible en sus detalles”, se quejaba el director. “Hay momentos en que me avergüenza exigirles una disciplina que solo aceptan por su confianza en mí. Una confianza que me arrebata la mía y me hace temer no ser digno de ella”, anotaba en agosto de 1945, durante un rodaje pleno de contratiempos técnicos, incomprensiones con su equipo técnico, y un estado de salud que osciló en todo el proceso entre diversos males de origen infeccioso y alérgico. “Me pregunto si estos días duros no son los más dulces de mi vida. Llenos de amistad, discusiones tiernas, risas y control sobre el paso del tiempo”, escribía más relajado el 5 de septiembre de 1945
Jean Marais, que se reserva para sí el papel de la Bestia, fue quien propuso a Cocteau el desarrollo del guion y trasladar al cine uno de los clásicos de fantasía más importantes de todos los tiempos. Del cuento extrae Cocteau su imaginario, a excepción de elementos puntuales como los criados que sólo son brazos, y provienen de La Gata Blanca, de Marie-Catherine d’Aulnoy. También se señala que la obra de Alexandre Arnoux (una versión teatral de 1913) tiene elementos coincidentes con el tratamiento de la historia por parte del director.
En origen, el poderoso sello Gaumont iba a concretar el proyecto con Cocteau y Marcel Pagnol, pero Josette Day -quien fue la fulgurante Bella del relato- era la mujer de Pagnol entonces y, tras su separación y la unión de este con Jacqueline Bouvier, derivó en la imposibilidad de continuar conjuntamente el proyecto. Pagnol rompió el contrato, y el sello Gaumont decidió retirarse. Day se opuso a abandonar el proyecto y Cocteau nunca dejó de pensar que ella era la Bella más bella que podía imaginarse. La conocía desde los años treinta y como amante de Paul Morand, quien asistía a los círculos literarios de Cocteau y en entreguerras era parte de las “cenas de sábado” de Cocteau en el cabaret parisino Le Boeuf Sur Le Toit.
Manteniendo firmemente a su pareja protagónica y consiguiendo nuevo productor, el rodaje de La bella y la bestia transcurrió en estudios y en diversas regiones de Francia. Una de las escenas más características fue rodada en el pórtico de caza del castillo de Raray, perteneciente entonces a la familia Doignaire, fue el enclave elegido por su decoración de su balaustrada coronada de esculturas de animales. “Cocteau a veces me felicitaba y otras me criticaba”, recordaba el experimentado fotógrafo Henri Alekan a la televisión francesa. “Me criticaba en particular el hábito contraído con otros operadores que consistía en tramar la foto. Poner en el objetivo diferentes artificios para romper la luz. Abandoné esta costumbre gracias a Cocteau, que me hizo ver que una foto difusa no era forzosamente una buena foto”, recordaba el enorme director de fotografía formado con Eugen Schüfftan, el padre de la fotografía del realismo poético francés con El muelle de las brumas de Marcel Carné.
En el muro barroco los tramoyistas construyeron un pasillo de seis metros de alto por cuarenta metros de largo para que el suelo real estuviera a la altura de esos animales de piedra y los actores circularan entre ellos con total libertad. Para Alekan significaba buscar continuamente un clima visual que se correspondiera con la historia, algo difícil con jornadas sin sol, viento, frío y lluvia. Todo era diferente dentro de los estudios (el rodaje fue en los de Franstudio de Saint-Maurice, y en los parisinos Èclair y Joinville), donde podía controlarse el decorado y la luz.
“Un día estábamos rodando en un hermoso decorado de Christian Bérard, en el cuarto de la Bella en el Castillo de la Bestia”, recordaba Alekan sobre esa habitación de ilusión poblada de plantas que buscaba asimilarse a los grabados de Gustav Doré que fascinaban a Cocteau. Pero la escena no era nocturna como pensaba el fotógrafo, sino diurna, y eso obligaba a perder dos horas en una nueva puesta de luces. “No, hijos, no cambien nada, le diré a Jean Marais lo que debe decir. Voy a sacar partido de este incidente”, resolvió Cocteau y así la Bestia llega al balcón y exclama: “Mi noche no es la vuestra. Es de noche en mí y de día en vos”. Por las restricciones de la posguerra en el set, solo tenían electricidad por la noche, lo que obligaba a rodajes extendidos desde las siete de la tarde hasta el amanecer.
El equipo desarrolló varios trucos visuales, simples técnicamente pero que aún hoy deslumbran, como el encantamiento de las velas que se encendían solas ante la vista y que para la cámara solo demandaba filmar al revés pero con todos los gestos de los actores en igual sentido. Así, Marcel André, el padre de Bella, debía caminar hacia atrás y el travelling de cámara acompañar igual sentido. La filmación se repitió 10 veces porque, entre las sombras, los técnicos debían soplar todas las velas juntas y siempre quedaba una encendida. Convencido en su superstición, Cocteau abandona el set y acto seguido la escena pudo concluirse: “René Clement y Alekan, ya ven que pueden filmar si mí”, dijo al ver las tomas al día siguiente a su asistente de dirección y a su fotógrafo.
Mientras, Cocteau debía suspender cíclicamente el rodaje por sucesivos eccemas generalizados, forunculosis, urticaria gigante, linfagia y flemones, tampoco Jean Marais salvó su rostro de otra reacción alérgica por el voluminoso y complejo maquillaje de la Bestia. Moulouk, el perro del actor, sirvió de modelo para el bestial perfil y ese rostro obligaba a tres horas para fijar la máscara de la Bestia y una hora extra para cada garra y los colmillos; se trataba de una engorrosa caracterización para vivir con eso noches enteras, por lo que luego Marais solo podía beber líquidos y la cena era un obligado caldo.
La Bella y la Bestia se estrenó en París en el cine Le Colisée, de los Campos Elíseos, y en el cine La Madelaine, de los Grandes Bulevares, el 29 de octubre de 1946. Fue un éxito descomunal, ganó el premio Louis Delluc y el premio para su actor protagónico. Con una de sus restauraciones, Philip Glass estrenó su ópera con la película de fondo y en escena la mezzosoprano Janice Felty como la Bella. Ese rol en el Teatro Colón será cubierto por Jaquelina Livieri junto a Victor Torres como la Bestia, Constanza Díaz Falú como Félicie; Daniela Prado en el rol de Adélaïde; Alejandro Spies como Ludovico y Gustavo Gibert, como el padre.
“Sin duda, para que mi semilla vuele un poco a todas partes”, respondía Cocteau seguro de su trascendencia en el mundo de las artes y la recurrencia de su evocación y su cíclico regreso dan cuenta de su genio y permanencia. La bella y la bestia añade la expresión de ese potente mundo interior entremezclado con la fascinación de los ricos recuerdos infantiles, aquellos que nos emocionan a todos
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