Gastón Pauls vuelve a la pantalla de América, el canal que lo vio nacer hace más de treinta años, cuando todavía no había debutado como actor y conducía un programa de videoclips. El domingo 14, a las 22.30, estrena Ser humanos, un espacio con entrevistas e historias de vida transformadoras. El mismo Gastón es resiliente y de eso conversa con LA NACION. Durante la charla cuenta cómo dejó atrás sus días oscuros en los que luchaba con adicciones, y revela qué hace para estar bien. Además, habla sobre el trabajo de la Casa de la Cultura de la Calle, fundación que creó hace 21 años y ayuda a chicos y chicas a lo largo y ancho del país.
–En un mundo tan violento, Ser humanos parece un espacio que refuerza los valores que, a veces, olvidamos como sociedad, ¿es así?
–Por la clase de programa que es, de alguna manera tiene puntos en común con otros que conduje entre el 2003 y el 2006. Tomamos Ser de Ser urbano y Humanos de Humanos en el camino. Es como un cierre de una trilogía de búsqueda en lo personal y espiritual. Fue un proyecto que me acercó Martín Caramela, que es productor. Un día vine a América como invitado a un programa de Teté Coustarot para hablar de la película Iluminados por el fuego y él me dijo que tenía ganas de hacer algo conmigo, y ahí apareció Ser humanos, que tiene que ver con resiliencia, con transformación. Siento que es un momento de mucha angustia generalizada, no solo en Argentina sino también en el mundo. Los domingos a la noche son particulares porque para muchos son momentos de bajón, de depresión, de análisis. Y por eso nos interesa contar historias de superación, sin violencia, donde haya encuentro. Y acá estamos.
–Entonces fuiste como invitado a un programa y conseguiste trabajo…
–Fue loco (risas). Se dio todo. No sé si haría otra cosa como conductor, por lo menos ahora. Además, arranqué en este canal porque el primer programa que conduje en mi vida fue en América y era de videoclips. Tenía 20 años y ni siquiera había trabajado como actor. Después de eso vino Montaña rusa, y al tiempo Juan Castro me llamó para coconducir Zoo, que recién empezaba; sentía que lo teníamos que hacer juntos. Le agradecí y le dije que no me animaba a conducir todavía. Eso fue en el 2000 y unos años después se armó a Ser urbano. Evidentemente había algo que Juan vio antes que yo, y tenía que ver con lo testimonial, con las entrevistas, con historias de superación. En medio de tanta crisis y mucha humanidad perdida hay gente que no sabe qué hacer, o hace cosas y aún así sigue sintiendo un gran vacío. Ojalá este programa sirva para, por lo menos, pensar un poco más y encontrar algo que nos haga bien. Hay muchas historias para contar y puedo decirlo porque recorro el país desde hace más de 11 años, dando charlas de prevención de adicciones; ya me escucharon más de 700 mil personas, lo que me convierte en un termómetro muy concreto sobre lo que está pasando. Conozco muchos testimonios de gente que se estaba muriendo, que había intentado suicidarse o no le encontraba la vuelta y que hoy están bien. Yo necesito un final feliz porque es lo que les quiero mostrar a mis hijos, que hay un camino… Sino todo es desesperanza, frustración, opresión.
–Vos sos un ejemplo de superación y resiliencia porque tuviste días muy oscuros, y hay un final feliz.
–Sí, es un día a día que está buenísimo y también por eso tengo ganas de mostrar que ciertas cosas son posibles. Se puede salir de cierta oscuridad, de cierto dolor, de cierta autolesión y auto sufrimiento. Y hablo en primera persona sin levantar el dedo acusador. Mi deseo es mostrar un camino posible y que recomiendo, y es tratar de hablar de lo que a uno le pasa y declararse derrotado para empezar a ganar. La palabra humano viene de humus, que es tierra. O sea, el humano tiene que ver con la tierra, con estar con los pies en la tierra. Y la palabra humildad también viene de tierra. Entonces, humano y humildad deberían ir de la mano, cosa que no ocurre generalmente. Pero debería y ahí está el ejercicio que quiero hacer conmigo y ojalá el programa lo transmita.
–¿Qué te hizo entender que necesitabas ayuda porque ya no querías la vida que estabas viviendo? ¿Hubo algo que te sacó de ese lugar?
–Creo que los adictos y las personas con patologías mentales tienen un montón de alarmas que apagan. Es como cuando estás durmiendo y querés quedarte en la cama cinco minutos más, y apagás la alarma y después volvés a apagarla una y otra vez. Los adictos hacen eso. Muchísimo. No pueden salir de un loop, de un círculo vicioso. En mi caso yo tuve un montón de alertas: la muerte de amigos, el suicidio de amigos, los accidentes de amigos. Y yo decía: “a mí no me va a pasar”. Hasta que las balas cada vez picaron más cerca, y en un momento me harté de estar harto y descubrí algo en los grupos a los que sigo yendo y es el don de la desesperación... La desesperación puede ser algo horrible que no deseamos ni para nosotros ni para nadie. Pero ahí hay un don también cuando descubrís que esa desesperación te puede llevar a salir del lugar en el que estás. Reconocés qué te está pasando, que estás en el fondo de un pozo, derrotado, que no te están saliendo las cosas como creías y que necesitás ayuda. El mundo, en general, nos invita a ser autosuficientes, porque si no nos mostramos perfectos nos van a venir a matar, a sacar el laburo. Entonces tenés que mostrarte invulnerable. Y el secreto es decir no… No necesitás mostrarte invulnerable por lo que te está pasando… Necesitás ayuda y la vas a recibir como puedan dártela.
–Y de ese primer pedido de ayuda pasaron 17 años….
–17 años, 8 meses y 12 días. El 29 de diciembre del 2007 pedí ayuda. Y sigo yendo a los grupos todas las mañanas, y sigo hablando, compartiendo, escuchando. En realidad, es el gran planteo de los adictos que consumen todos los días, pero después quieren que la recuperación sea una vez por mes. Es un día a día. Entonces, así como antes consumías todos los días, ahora metete una hora y media en un grupo todos los días. Es por vos… como ir al gimnasio todos los días. Este es mi gimnasio. Es parte de mi rutina para sentirme bien.
–Y también das charlas….
–Sí. La demanda de información es cada vez mayor y la desesperación también, porque hay gente a la que se le mueren los hijos en los brazos. A veces parece que soy fatalista y pueden pensar… “¡Uy! éste viene otra vez con el discursito…”. Pero veo que se está muriendo mucha gente.
–¿Por esa razón armaste la fundación?
–Sí, hace 21 años y cuando todavía estaba en consumo. Un día lo conté en la mesa de Mirtha y me acuerdo que lloró. Un sábado a las 4 de la tarde estaba en Plaza Italia y en un colchón había 8 pibes que debían tener entre 8 y 15 años; uno fumaba paco, el otro estaba con una jeringa, otro con una bolsita de pegamento. Me acerqué a uno que se llamaba Ale y tenía 11 años, y le pregunté si le gustaría pintar, dibujar, escribir, cantar una canción, tocar la guitarra. Y me dijo, totalmente drogado, “yo necesito un lugar para expresar lo que me pasa”. Y ahí armé la fundación. A los pocos meses lo fui a buscar y me dijeron que se había ido a Devoto; en Devoto me dijeron que estaba en San Temo, y cuando llegué me contaron que se había muerto. Siempre pensé que llegué tarde, pero hay muchos Alejandros más.
–Debe ser una presión muy grande sentir que tenés que salvarlos….
–En algunos momentos siento esa presión, porque sé que la situación es muy cruda, que se están muriendo nenes de 8, de 10, de 12 años y te desespera. Por momentos hay mucha presión, mucha tristeza, mucha angustia. Y, al mismo tiempo, me genera mucho placer recibir 500 mensajes por día y diciendo que hace dos meses que no consumen, o que la hija que estaba viviendo en la calle volvió a la casa. Ese es el laburo.
–En este momento necesitamos hacer una lista de cosas lindas que tenemos y que nos pasan….
–Y esa es la idea de Ser humanos porque también pasan cosas buenas. Hace años entrevisté a un nene que tenía una enfermedad terrible y un pronóstico malo. Hoy tiene 22 años y está bien y creó una fundación y ayuda a pibitos que están en la misma situación por la que pasó él. Es lo mismo que me pasa con la Casa de la Cultura de la Calle, porque yo estuve en un lugar horrible y pude salir. Vamos a tratar de que la mayor cantidad de gente posible la pase mejor.
–¿Cuál es tu lista de cosas lindas?
–Mis hijos, Muna y Nilo. Mis amigos, la Casa de la Cultura de la Calle y la gente con la que trabajo, mis hermanos Nico, Ana, Alan y Christian, mis sobrinos, mi vieja, mi viejo que me sigue acompañando desde donde está. Es un montón. Y la madre de mis hijos, Agustina (Cherri), con quien tenemos buena relación y también es un montón. Entendimos que estamos acompañando a dos seres hermosos y la mejor manera de hacerlo es dándonos la mano y compartiendo. Para mí es una bendición.
–Muna está de novio, ¿sos un papá celoso?
–Muna está en pareja y está recontenta. Lo conozco y me cae muy bien. Soy un padre moderno, amoroso. Es la elección de mi hija y es hermoso. Nos llevamos bien.
–Decías que sos un papá amoroso, ¿cómo los acompañas?
–Con Agus vivimos a una cuadra, en el mismo barrio. Y compartimos mucho. Juego con Nilo a la pelota, lo llevo a la escuela o lo busco. Debutó en Margarita y ahora está haciendo la tercera temporada también. Pero muy tranquilo y sin presiones. Y Muna canta maravillosamente bien y va por ese lado; está desarrollando sus canciones y es muy posible que ya se lance. Y nosotros los acompañamos. Nada de lo que hago tendría sentido si no puedo acompañar a mis hijos al colegio, a una grabación, a un show. Eso es lo que más alegría me da.
–¿Vas a volver a actuar?
–Sí. Este año se estrena la segunda temporada de Barrabrava, por Prime video. Y tengo dos o tres proyectos: una película sobre Manuel Puig y otra que se llama El cruce, de Marcelo Páez. Y estoy desarrollando un proyecto propio como director y guionista.