“Escuchamos voces a favor y en contra, quedó ratificado el consenso social”
B. B. King: se crio en una plantación de algodón, se convirtió en el rey del blues y tuvo una relación idílica con su amada Lucille
Las plantaciones de algodón fueron, a principios del siglo pasado, la escenografía para un naciente blues que se instalaba como una forma musical folclórica. Por supuesto que el algodón en terr...
Las plantaciones de algodón fueron, a principios del siglo pasado, la escenografía para un naciente blues que se instalaba como una forma musical folclórica. Por supuesto que el algodón en territorios del Sur de Estados Unidos no fue su único telón de fondo, ya que esta música, instaurada como una tradición de doce compases, tomó diversas formas con el paso de los años. Incluso, adoptó el decorado de grandes urbes, como la ciudad de Chicago. Sin embargo, el algodonal es referencia esencial, su punto místico y el lugar donde nació uno de sus hijos dilectos: B. B. King.
Aquel “Blues Boy” (de ahí vienen las siglas B. B.) llamado Riley Ben King, nacido el 16 de septiembre de 1925, se crió en una plantación algodonera donde trabajaban sus padres, cerca de un pequeño poblado llamado Itta Bena, en el estado de Misisipi. Si el censo de 2000 registró poco más de 2200 habitantes en Itta Bena, no es difícil imaginar que eran bastante menos 75 años antes del nuevo milenio, cuando nació el pequeño King.
Se ha dicho que, incluso, el pequeño Riley trabajó en la recolección de algodón y, ya con edad suficiente, manejó un tractor. Más fácil de comprobar fue su destino en la música. Si los jóvenes que iban a la iglesia escuchaban música gospel, los que escuchaban blues buscaban otros destinos, como hacer pactos con el diablo (así lo cuenta la leyenda de Robert Johnson) o meter la guitarra en un estuche y salir en busca de bares.
Poco más de diez años antes de su muerte, ocurrida en 2015, a los 89 años, contó en una entrevista cómo fueron sus primeros acercamientos a la música: “Crecí en una zona donde se tocaba blues. Se escuchaba o gospel o blues. Cuando era adolescente, escuchaba jazz, pero sobre todo blues y gospel. La mayoría de la gente de la zona veía con buenos ojos el gospel y desaprobaba el blues. Mi madre era muy religiosa y muchas de sus amigas y conocidos eran muy religiosos, así que eso era todo lo que se escuchaba. Vivíamos sin electricidad, por eso no había radios. Y poca gente tenía fonógrafos, de esos que se les daba cuerda. Eso era todo lo que teníamos. No tuve guitarra eléctrica hasta la adolescencia. (...) Mi madre tenía una tía joven que compraba discos. Los favoritos en aquella época eran Robert Johnson, Lonnie Johnson y muchos otros. Y cuando mi madre la visitaba, me dejaba escucharlos. Y así fue como empecé”, contó durante una charla con Derek Paiva.
Eso duró poco tiempo. Cuando tenía cuatro años sus padres se separaron y poco después de cumplir 9 su madre murió. El pichón de guitarrista quedó al cuidado de su abuela materna y de otros familiares. “A mi padre lo recuerdo bastante, pero a mi madre no, porque murió cuando yo tenía 9 años. Apenas sé que era una mujer muy bella para mí”, recordó durante una charla con LA NACIÓN, en su penúltima visita a nuestro país.
Siempre dentro del estado de Misisipi, entre la niñez y la adolescencia tuvo varias mudanzas. Y también tuvo gospel antes que blues, porque aprendió los primeros acordes en una guitarra la iglesia bautista de Elkhorn (incluso ya convertido en un profesionales de la música, a finales de la década del cincuenta grabó un álbum llamado B.B. King Sings Spirituals).
Desde mediados de la década del cincuenta, gracias a los discos que comenzó a grabar y a su espíritu incansable para recorrer escenarios, comenzó a ganar prestigio dentro y fuera de su país. Ya no solo era el éxito de versiones de temas como “The Thrill is Gone” lo que acrecentaban su fama sino un estilo propio que había tallado, con un particular detalle en el sonido, en sus vibratos, en las notas largas, en las frases y, especialmente con los silencios, que no son tan usuales en las performances de los solistas. Convirtió solos en melodías “cantables” con las cuerdas de su guitarra. Y eso lo complementó con su voz, que se fue haciendo ronca y cada vez más inconfundible con el paso de los años.
En los Estados Unidos le otorgaron la Medalla Nacional de las Artes y la Medalla Presidencial de la Libertad. Es parte del Salón de la Fama del Blues y, también, del Salón de la Fama del Rock and Roll. Sus giras mundiales y las ventas millonarias de muchos de sus más de 80 registros de estudio, en vivo y compilatorios le dieron con los años un cómodo pasar y una mansión en Las Vegas. Sus acciones benéficas se concentraron en las últimas décadas en la organización Little Kids Rock, defensora de la educación musical infantil gratuita.
La eterna LucilleLa estampa convertida en ícono del blues eléctrico es la de B.B. King con una guitarra Gibson de color negro, con herrajes dorados. Con los años, esa fábrica de guitarras le hizo un modelo especial que llevaba grabado su nombre en el mástil, entre los trastes. Sin embargo, a principios de los cincuenta el astro blusero tocó con guitarras Fender Esquire (hermana mayor de la Telecaster). De hecho, con uno de esos modelos hizo las grabaciones de aquellos años.
Lo curioso es que tiempo después terminó totalmente identificado con el modelo ES-355 de Gibson. Hay una conocida anécdota detrás del nombre que llevaron todas sus guitarras. En 1949, se encontraba en Arkansas, tocando en un salón de baile. Era invierno y, por costumbre, en esos años se colocaba un barril de kerosene con mechero para calefaccionar las salas. Aquella noche dos hombres comenzaron a discutir por una mujer llamada Lucille. La noche terminó con una pelea, el barril volcado en la pista y un incendio que obligó a evacuar el salón. “Cuando salí - acostumbraba a contar el músico, en las entrevistas- me di cuenta de que me había olvidado mi guitarra. Casi muero tratando de salvarla. Luego la bauticé con el nombre de aquella mujer para recordar que no debía volver a hacer ese tipo de cosas”.
Muchos años después, ya convertido en una celebridad, la casa Gibson le fabricó el modelo personalizado, con el nombre Lucille en el clavijero, que utilizó hasta el último día que subió a un escenario. “Tengo una relación muy especial con Lucille, pero prefiero a las mujeres. Las mujeres son cálidas, pueden hablarme suavemente, puedo pasarles mis brazos alrededor y me hacen pensar en cosas dramáticas. Mi guitarra, por supuesto, es como otra mano para mí. Ella es como un chupete para un bebe: me calma, me pacifica... Y me hace pensar en las mujeres”, decía a finales de los noventa, minutos antes de subir a un escenario de Buenos Aires.
El sentimiento del bluesEl firmamento blusero tiene muchos nombres grabados. Quizás B.B. King sea quien más lejos ha llevado el género. Algo así como el hombre que lo internacionalizó, desde un formato eléctrico que se terminó convirtiendo en un clásico. Sabía que lo habían entronizado como una leyenda. Pero tuvo la serenidad para seguir creyéndose un trabajador de la música. Llegó a dar 250 conciertos por año y supo leer y aprovechar cualquier posibilidad de compartir la música, como aquella vez que Eric Clapton dijo en una entrevista que le gustaría grabar un disco con B.B.King y, rápidamente, el hombre del Misisipi se contactó con él para que aquello terminara siendo posible.
Fue un rey del mundo de la música, pero nunca indagó en el origen del mote. Incluso lo adjudicó a un juego de palabras con su apellido. En una de varias charlas con LA NACION lo contó con la misma simpleza que se escuchaban sus notas sobre las cuerdas agudas de la guitarra: “La verdad, no sé de donde viene lo de rey del blues. Nunca me llamé a mí mismo de esa manera. En mis comienzos me dijeron Beale Street Blues Boy, luego Blues Boy King y, finalmente, B. B. King, pero no sé quién comenzó a llamarme The king of blues. Quizá sea un juego de palabras, aprovechando que King es mi apellido verdadero".
Y también habló de las raíces del género que lo convirtió en ese rey: “Como sucede con cualquier otro tipo de música, el blues tiene algunas canciones tristes y otras que no lo son. Sobre todo en el country blues, algunas canciones fueron pensadas para ser tristes y aún hoy siguen teniendo esa connotación. Pero otras fueron concebidas para que transmitan diversos sentimientos y los detractores del género suelen ignorarlas. Nosotros no nos planteamos esta discusión, simplemente cantamos la canción A para la alegría y luego la canción B para la tristeza, sin ningún problema".
Su historia con la ArgentinaB.B. King llegó hasta la Argentina más de media docena de veces. En su primera visita (1980) ofreció dos conciertos en un lugar que se perfilaba como templo rockero, el Estadio Obras. Desde entonces regresó varias veces. Fueron cinco durante la década del noventa (1991, 1992, 1993, 1996 y 1998) y una última en 2010, cuando ofreció un concierto en el Luna Park. Hay un par de músicos argentinos que tuvieron el honor de compartir el escenario con él. El primero fue Pappo, que lo abordó en su primera visita, junto a otros rockeros fans del rey del blues, en el camarín del Estadio Obras. Se dice que B.B. King lo bautizó Mr Cheese (señor Queso), porque en aquel primer encuentro Pappo le llevó de regalo una botella de vino y una horma de queso.
Más de una década después, Pappo fue telonero de uno de los conciertos de King, en 1992. Y así recordó la anécdota El Carpo: “El viejo venía en limusina por Libertador y, ya llegando a Obras, empieza a escuchar ‘Blues local’. Cuando paró la limusina se bajó y se golpeó en el pecho diciendo: «Who is this guy? I want him in the show» y se fue para adentro. A mí nadie me dijo nada. Terminé de tocar, me puse en bolas y me tiré en la pileta de los basquetbolistas que hay en el vestuario de Obras. Al rato viene un asistente mío y me dice: ‘Carpo, te está llamando el negro desde el escenario, vestite, apurate’. Tenía mojados los pantalones de cuero y no me los podía subir; me puse una camiseta y subí al escenario con medio culo al aire, y al segundo paso que di el pantalón hizo plic y subió. Le di la mano a B.B. King, le dije: «Nice to meet you sir, thank you», y después me di vuelta para irme. Pero él pidió que me dieran una guitarra. Empecé a tocar y fue como estar en Fórmula 1." Esa misma noche el blusero lo invitó a otro concierto. El encuentro se concretó sobre el escenario del Madison Square Garden.
Salinas y su “recuerdo para siempre”Años después fue Luis Salinas el privilegiado que compartió improvisaciones con el rey del blues. Luis recuerda que se sintió un poco engañado cuando le preguntaron si quería ir a Brasil para tocar como invitado de B. B. King. Dice que, para principios de la década del noventa, él había grabado para el sello GRP y en las oficinas de Universal Music le hicieron la propuesta. “¿Hay que ver si él quiere?, les dije y me dijeron que le encantaba la idea. Me fui emocionado a Brasil, por primera vez, con lo que me estaba pasando. Fui a la prueba de sonido y por suerte reconocí a su baterista, con quien yo había tocado en Oliverio . Después, en el camarín, vi al maestro. No me conocía pero la gente de Universal le había dado mi disco y dijo: “Si te produce Tommy LiPuma debés tocar muy bien. Vamos a tocar el último tema y si a la gente le gusta, seguimos”.
Salinas asegura que le empezó a temblar la mano derecha a medida que se acercaba el momento de entrar en escena. “Cuando llegó el momento se produjo la magia. Había un duende que me decía: ‘tranquilo que por algo estás acá’. Eso sumado a la mirada del maestro, que era como si me dijera: ‘Bienvenido a la fiesta’. Le gustó mi actitud. Mi viejo siempre decía: cuando vayas de invitado, hacé solo una vuelta y no des el paso adelante, porque no es tu público. Como decir: en casa ajena no abras la heladera. Por eso me quedé en mi lugar. Bueno, creo que a B. B. King le gustó eso y terminamos tocando cuatro o cinco temas. Al final me fui al lado del batero, que era al único al que conocía. Pero el maestro me fue a buscar para saludar al público. Yo no podía hablar de la emoción. Fui al camarín y me puse a llorar. Al día siguiente le dije que no venía del blues pero él me dijo que le gustaba porque era sincero”.
La fiesta con B. B., ese bautismo en un escenario de Río de Janeiro, luego tuvo otros bises, un par de días después en San Pablo y más tarde en el Gran Rex de Buenos Aires. Esa última vez también fue con Pappo.
“Me acuerdo que cuando entré al escenario yo era como un equipo chico que entraba a la cancha. Cuando entró Pappo se vino abajo el teatro. Pero nos despidieron más o menos igual cuando nos fuimos. Fue muy hermoso que estuviera Pappo también, fue un regalo muy grande. Lamento que no haya registros de audio ni video de eso. Con el tiempo tiene más valor en mi vida. Fue un regalo de Dios que trato de transmitirle a mi hijo, que también es guitarrista”.
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