Podemos abordarla en clave liviana, como quien habla desde la tribuna acerca de la separación de Jennifer López y Ben Affleck, o de manera existencial y profunda, como cuando el tema toca la propia puerta y sentimos que lo que se pone en juego es la misma existencia del amor, mientras el dolor se hace insoportable.
Sea como sea, la separación de las parejas es un tema de gran intensidad en cualquiera de los registros posibles.
Con la ligereza propia de aquellos que han tenido malas experiencias que tienden a universalizar, o de los que carecen de horas de vuelo en la vida, algunos hablan ya del final del amor de pareja, dada la liquidez de los tiempos virtuales que hace que muchos vínculos sean llevados por el viento y sus caprichos.
A la vez, los susanitos del mundo siguen buscando algún tipo de plenitud en una relación, pero pretenden una suerte de solución “institucional”, con anillo ofrecido de rodillas, vestido blanco y todo eso, sin ahondar en aquello que hace que los vínculos puedan mantenerse vivos, sabiendo que, además, la eternidad no es homogénea ni carente de complejidad.
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Para el caso, no sabemos si los miembros de la pareja de “infieles” escrachados en el recital de Coldplay se separaron de sus respectivos cónyuges, ahora que todo salió a la luz, pero seguramente a nivel afectivo algo de esa separación, que imaginamos probable, ya había ocurrido antes. El ejemplo sirve para graficar que el punto final de una pareja siempre tiene una previa, y que, sin esa previa que genera una grieta en la relación, no habría tanta posibilidad de que el tercero ingrese a la ecuación.
A esta altura de la historia no son muchos los que pretenden continuar con una relación embalsamada, que sirve para fotos o para sostener la ilusión de estar cumpliendo con meras formas soñadas en la infancia. No significa que una pareja que tenga sus años requiera que la pasión inicial siga igual al primer día, y tampoco significa que descalifiquemos la importancia de un orden legal, de una cotidianidad y hasta una rutina funcional, sobre todo, cuando hay hijos de por medio. Pero si no hay un intangible afectivo la relación se mineraliza y deja de palpitar. Cuando esto ocurre, surgen las crisis, y es allí que aparecen o las resurrecciones o las separaciones de las parejas.
No ayuda en nada a la vida de pareja el hecho de que se venda permanentemente la noción de que en otro lugar hay algo mejor que acá, y que nos lo estamos perdiendo. Se ha generado una suerte de mandato que ordena ser felices, olvidando que la felicidad no se alcanza a fuerza de imperativos y que eso llamado felicidad puede ser una trampa, sobre todo cuando se vende como el lugar en el que no hay conflictos, enojos ni tormentas. Muchos logran liberarse de la pareja, pero no de esos mandatos ocultos que los acompañarán perturbando cada vinculo, susurrando al oído que en otro lado hay algo mejor, una relación sin problemas ni desencuentros, generando el ya conocido FOMO afectivo que angustia tanto.
Por lo que vamos viendo a lo largo de los años, evitar las molestias y vaivenes de las relaciones no es sinónimo de abrir puertas a la plenitud, ni mucho menos. Lo lindo de emprender un viaje es tener un lugar al cual volver, una querencia. Como decíamos, problemas y desencuentros hay y habrá siempre en los vínculos, pero a veces se encuentra con quien vale la pena transitar dichos problemas y desavenencias y darle para adelante.
Pero claro, hay límites a lo antedicho, y las separaciones por algo existen y ocurren en una gran proporción de relaciones. Para muchos llega ese día en el que se empacan las valijas, o simplemente se lleva a otro lugar el cepillo de dientes. A veces el acto de separarse implica dejar atrás una forma de vida de décadas, cotidianeidad con los hijos y lejanías profundas; otras veces la separación, también dolorosa, es el fin de otra ilusión alimentada a Tinder. En todas esas circunstancias hay algo en común: el dolor.
A favor de la perduración de las relaciones podríamos decir que es difícil que algo crezca si solamente se pretende que ese vínculo ofrezca felicidad sin invertir nada en él. A la vez, perdurar en un vínculo que, por la razón que sea, no palpita, no tiene sentido y hay que separarse, sin vueltas. Sabemos que no puede morir lo que no vive, pero a veces hay que tener el coraje de firmar el certificado de defunción.
¿Respuestas absolutas acerca del tema? Sabemos que no hay. Las relaciones de pareja seguirán siendo un territorio en gran medida insondable, en el cual el simplismo en las respuestas lo único que hace es perturbar las cosas. La separación existe y es bueno saber qué significa para cada uno: si se trata de dejar atrás una relación que ya no late ni con desfibrilador, o separarse de un ideal de perfección, para abrazar la relación que se tenga para así continuar el camino.