Belén es la ciudad más importante del oeste catamarqueño, tiene una dinámica casi urbana y es ampliamente reconocida por sus muchos tejedores. Para entender el proceso del tejido en telar es clave visitar la casa de Elsa Hortensia Miranda, una de las pocas hiladoras de vicuña autorizadas en la zona. El Estado provincial es el único habilitado para esquilar este animal, que es una especie silvestre. La lana sólo se vende a los tejedores autorizados y cada pieza, una vez lista, recibe un certificado de legalidad.
Antes era muy distinto, los pobladores de las montañas bajaban a la ciudad y vendían los cueritos de las mismas vicuñas con que se alimentaban, pero ahora esa práctica está prohibida.
Los Miranda nos esperan con café y un bizcochuelo de nuez. En el patio, Elsa nos muestra cómo se limpia la lana. Luego despliega sus artes hilando y torciéndola a mano. Pablo, su hijo, hace este proceso a máquina; ella prefiere la práctica ancestral. Después, ambos arman la urdimbre. El tejido es una tarea compartida en la que participan varias tejedoras de Belén, de lo contrario se tardaría demasiado en terminar una pieza.
La siguiente visita nos lleva hasta la casa taller de Antonio Avar Saracho. Él es de Buenos Aires, pero hace años vive en Catamarca. Empezó buscando piedras raras hasta que descubrió los textiles. “En mis viajes siempre me ofrecían telas: un día me traje unos pujos (mantas) y en Buenos Aires despertaron mucho interés”, dice Antonio, quien arrancó vendiendo textiles de otros en la capital y en Europa. Más tarde se propuso aprender las técnicas y los diseños, y armó un emprendimiento familiar. “Yo me dedico al diseño y al teñido; mi mujer, a la urdimbre, y mis familiares tejen, todo en telar criollo, con lana de oveja y vicuña”, cuenta.
Las reproducciones de ponchos históricos son uno de sus logros. Primero fue el de Rosas, luego el de Lucio V. Mansilla, y finalmente se animó con uno del general San Martín, cuyos originales se exhiben en el Museo Histórico Nacional.
Para conocer la región nos alojamos en Los Remenizos, dos cabañas ubicadas en La Ciénega, a unos 22 km de Belén. Al se llega por un camino de curvas y contracurvas de paisaje muy atractivo. Es necesario llevar provisiones desde la ciudad, ya que no hay servicios cerca. Las cabañas son cómodas y están pensadas para dos porque tienen un solo dormitorio, aunque pueden albergar a cuatro. Diseñadas con cocina comedor totalmente equipado y parrilla, están ambientadas con gracia y color. Alrededor, sólo el campo y el cerro El Mojón como telón de fondo.
Tesoros de HualfínHualfín convoca con la capilla de Nuestra Señora del Rosario, que según dicen, tiene un altar maravilloso. La entrada al pueblo está surcada de viñedos dispuestos sobre ambas manos de la ruta. Para visitar la iglesia es preciso anunciarse en la oficina de Turismo (depositaria de la llave de la capilla), que está junto al museo arqueológico. Allí nos espera Alan Pereira, responsable del área, y él mismo nos conduce hasta el tesoro del pueblo.
La iglesia, según se informa en el dintel, es de 1770. Fue construida gracias a los recursos que aportó doña María de Medina y Montalvo y es una joyita de la arquitectura colonial.
Las pesadas puertas de algarrobo se abren de par en par y es necesario entornar los ojos hasta que entra la luz exterior. El altar es precioso, muy diferente a cualquier otro. Se cree que fue pintado sobre el muro por manos indígenas, con ingenuos motivos en tonos pasteles; abunda en guardas florales y detalles decorativos poco habituales, como una serie de animalitos en la parte inferior. Todo tiene un tono naif y alegre. El confesionario y el púlpito de madera son de la misma época, igual que las campanas que suenan en lo alto de la torre.
Después hacemos una caminata corta hasta el Pozo Verde, siguiendo el curso de un arroyo. El camino avanza por un cañadón, un recorrido que es obligatorio hacerlo con guía (también se gestiona en la oficina de turismo), para evitar que la gente vaya por las suyas cuando es peligroso.
El pueblo tiene una bodega municipal construida gracias a las regalías mineras. Los vinos se elaboran con la producción de los viñedos de pequeños y medianos productores de la zona. Aquí se producen un tinto malbec y un blanco torrontés que se comercializan con la etiqueta Finca Hualfín.
Entre cuestasPonemos rumbo este hasta Andalgalá. En esa ciudad nos espera Yaqui Yampa para subir la cuesta más larga de Sudamérica, que conduce hasta el pueblo de Minas Capillitas, a 3.000 metros de altura. Allí, la familia Yampa construyó Refugio del Minero. Muy cerca, su padre, don Miguel Yampa, descubrió una de las minas más importantes de rodocrosita de nuestro país.
La camioneta de Yaqui está repleta de víveres, leña, combustible y otras vituallas, perro incluido. Adentro vamos nosotras y los dos pequeños hijos de Yaqui –Sixto y Susana–, con su parloteo divertido, hacen que el tiempo pase volando.
La ruta de tierra serpentea la montaña y describe unas 400 curvas con pronunciados precipicios. Es de una sola mano y manejar por allí requiere mucha pericia. Lo más sensato es dejar el auto en el hotel de turismo de Andalgalá, que también es de la familia Yampa, y contratar el traslado, que lo suele hacer el hermano de Yaqui.
El camino tiene una vista maravillosa sobre la montaña, que ahora está tapizada de verde. Son 57 km, pero subir implica un poco más de dos horas. Construir este acceso llevó varios años y fue necesario contratar un equipo de obreros yugoslavos, especialistas en el uso de la piedra, que se encargaron de hacer las pircas en las múltiples curvas para evitar derrumbes.
Llegamos a destino al caer la tarde. El refugio es cómodo y cuenta con luz y agua caliente, que se obtienen de la energía eólica. Por la noche, la temperatura baja bastante y, como no hay calefacción en los cuartos, las camas tienen una montaña de frazadas para abrigarse.
Después de unos ricos tamales y un frangollo —una especie de guiso de la familia del locro — charlamos junto a la estufa a leña, el lugar más codiciado.
Mundo rodocrosita
Don Miguel Yampa trabajo toda su vida en la mina de rodocrosita del pueblo que por entonces explotaba Fabricaciones Militares hasta que cerró en la década del 80.
Probó con la agricultura, pero lo suyo era la minería. Volvió a Minas Capillitas y pasó dos años caminando la montaña, recordando lo aprendido junto a los geólogos hasta que encontró la gran veta.
Comenzar a explotar esa mina fue una tarea titánica, pero al fin lo consiguió. Durante años la rodocrosita fue el sustento de los Yampa pero también de todo el pueblo.
La rodocrosita o Rosa del Inca es un carbonato de manganeso y es la piedra nacional argentina. Se usa en joyería, para hacer objetos ornamentales, incluso en la industria del acero por el manganeso.
Ahora la producción en la mina Santa Rita, así la bautizó Don Miguel por una promesa a la santa de los milagros imposibles, está suspendida.
La boca más cercana al hotel se puede visitar. El primer tramo del túnel de 240 metros fue convertido en museo con rocas de todo el mundo. Al final se llega a una vertiente natural donde, gracias a nuestras linternas podemos observar estalactitas de limonita.
Luego vamos hasta el pueblo de Minas Capillitas donde la mayoría de las casas son de piedra y tienen un oratorio que es la habitación más linda de la vivienda, hecho que denota una profunda religiosidad.
Al día siguiente bajamos la cuesta y ponemos rumbo a San Fernando del Valle de Catamarca para emprender el regreso a casa.