El manejo del Estado por parte de Javier Milei le está abriendo la puerta a decisiones que podrían resultar sorprendentes a primera vista. Son hendijas por donde se filtra cierta concepción desarrollista en el gobierno libertario. Una de ellas tiene que ver con el compromiso oficial con la implementación de un plan nuclear. La otra, con la carrera argentina por el espacio.
El Gobierno tomó en los últimos meses una decisión trascendente. Pese a las grandes restricciones presupuestarias que atraviesan casi todas las dependencias, dio la orden de reanudar el proyecto para fabricar un nuevo satélite hecho aquí que esté en órbita en tres años. El satélite se llama Arsat-SG1 y brindará Internet en zonas rurales.
Costará US$265,8 millones, de los cuales US$243,8 millones provienen de un préstamo otorgado por la CAF, que ya puso una parte sustancial. El resto correrá por cuenta de la Argentina.
La Casa Rosada decidió reactivar el proyecto en mayo pasado, luego de un análisis técnico, económico y financiero. Desde ese momento, el Tesoro tuvo que pagar casi la totalidad de las facturas adeudadas con proveedores internacionales y se eliminó el riesgo de rescisión unilateral por falta de pago de 16 de los 18 contratos. Arsat trabaja ahora para lograr el reinicio de cada contrato.
Como en los casos anteriores, la fabricación correrá por cuenta de Invap, una sociedad del Estado cuyas acciones pertenecen a la provincia de Río Negro.
El dispositivo está rodeado de condimentos políticos. Es, por ejemplo, un proyecto que había sido frenado durante el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner.
Además, reemplaza a la generación anterior de satélites, los Arsat-1 y Arsat-2. Fueron lanzados en 2014 y 2015, respectivamente, y se convirtieron en los primeros dispositivos de ese tipo construidos en el país que llegaron al espacio.
El 16 de octubre de 2014, a las 18.45, el cohete Ariane 5 despegó desde la base de Kourou, en la Guayana Francesa, con el Arsat-1, el primer satélite geoestacionario diseñado y construido en la Argentina. Y en septiembre del año siguiente, partió el segundo. “El futuro ha llegado”, dijo en aquel momento la Presidenta.
El Arsat-SG1 promete superarlos. Es la segunda generación de unidades geoestacionarias de telecomunicaciones, pensado para operar en la posición orbital 81° Oeste, en banda Ka. Se trata de un lugar del espacio que está a 36.000 kilómetros de la Tierra y está asignado a la Argentina.
El Arsat-SG1 es distinto, porque representa un salto de generación frente a los satélites anteriores. Mientras aquellos fueron concebidos principalmente para ofrecer telefonía, televisión y datos, el SG1 está diseñado para brindar Internet de alta velocidad, con una capacidad de transmisión varias veces superior. En este punto, la comparación se acerca a los servicios de Starlink, la empresa del magnate Elon Musk.
Otra diferencia clave está en la propulsión. Los modelos anteriores usaban un sistema químico, lo que los hacía más pesados, mientras que el SG1 es 100% eléctrico, más liviano y eficiente. Es por eso que su masa pasó de tres toneladas a poco menos de dos, lo que facilita su lanzamiento y operación.
En términos de potencia y capacidad, la evolución también es evidente. El Arsat-SG1 supera los 9 KW de potencia y puede transmitir más de 70 gigabits por segundo, frente a los 1203 MHz de los primeros satélites. Esto se traduce en mayor velocidad y calidad de conexión para los usuarios.
Los satélites anteriores, además, estaban pensados para ser puestos en órbita exclusivamente con el Ariane V, el cohete europeo más utilizado en ese momento.
En cambio, el Arsat-SG1 es compatible con distintos lanzadores, entre ellos el Ariane VI (el sucesor del Ariane V), el Falcon 9 de SpaceX y el Glenn, lo que amplía las opciones para elegir proveedor, reduce costos y evita depender de un único vehículo espacial.
El espacio es muy particular. Lo que no se usa, se pierde. De manera que si la Argentina no emplea la posición orbital 81° Oeste, deberá cederla. Hoy el lugar está asegurado mediante satélites interinos —Astra 1H y Hylas-1— hasta agosto de 2028. En ese momento debería estar listo el Arsat-SG1, según fuentes oficiales.
El país estuvo cerca de sacrificar ese recurso espacial. La posición orbital en cuestión estuvo sin utilizar desde 1998 hasta 2005. Debía ocuparla el satélite Nahuel II antes de 2002, pero la empresa Nahuelsat no logró hacerlo.
La Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), que le había dado ese derecho a la Argentina, le concedió una prórroga hasta el 19 de octubre de 2005.
Dos días antes de que venciese el plazo, el 17 de octubre de 2005, la Argentina puso en órbita un satélite que el secretario de Comunicaciones, Guillermo Moreno, alquiló a Canadá.
El aparato, llamado Anik E2, había sido lanzado en 1991 y estaba fuera de uso por haber sido alcanzado por una tormenta solar. Moreno lo rebautizó: “Pueblo Peronista 1 (PP1)”, según cuentan Diego Cabot y Francisco Olivera en el libro El buen salvaje.
Apenas 33 días después, el PP1 dejó de funcionar y nunca más emitió una señal. En abril de 2006 se creó Arsat.
Desde hace años, el espacio está cerca de la política argentina. Quizás una de las piezas más interesantes de esa colección la dio Carlos Menem el 4 de marzo de 1996 en una escuela en Tartagal. El Presidente dijo: “Dentro de poco tiempo se va a licitar un sistema de vuelos espaciales mediante el cual desde una plataforma, que quizás se instale en la provincia de Córdoba, esas naves espaciales con todas las seguridades habidas y por haber, van a salir de la atmósfera, van a remontar a la estratósfera y desde ahí elegir el lugar donde quieran ir, de tal forma, que en una hora y media podamos estar desde Argentina, en Japón, en Corea o en cualquier parte del mundo”.