River es un equipo indescifrable. Juega bien de a ratos, entusiasma de vez en cuando, sufre bastante, suele perder la brújula. Como ocurrió en la última bola de este lunes, cuando hay que bajar el ritmo. Centro de Canelo, definición de Castillo, un goleador serio. Armani todo no lo puede evitar: al fin de cuentas, es humano. El 1-1 contra Lanús en la Fortaleza es un enorme llamado de atención por la 6° fecha del torneo Clausura. Uno más, en realidad.
Sin embargo, sigue de pie: no le gana nadie. Al menos, no le gana nadie desde hace dos meses, cuando cayó por 2-0 con Inter, en el Mundial de Clubes. Claro: no pierde, pero el impacto en la Fortaleza se parece mucho a una derrota. River no avanza ni retrocede: sigue envuelto en la intrascendencia, más allá de los números positivos. Se le escapó el triunfo en el final, nada de lo que su juego no haya avisado bastante antes.
El segundo ciclo de Marcelo Gallardo en River vive en un permanente estado de construcción. Cambios de nombres, de formas, de tácticas, aunque siempre con la intención de tomar el control de los partidos, la pelota y la ambición. Eso no se discute: la sensación de que los partidos suelen jugarse al ritmo millonario. El problema es más global: lejos de un equipo de memoria, suele caer en la trampa de la edificación permanente. Nunca se acaba.
Es posible que las lesiones rompan la armonía de la planificación ideal. Salas, Montiel, Paulo Díaz, el Chino Martínez Quarta, Driussi, el Pity Martínez y tantos otros, sufren del mal de ausencias. Germán Pezzella, por caso, ya no estará hasta 2026. En esa búsqueda constante, el equipo juega habitualmente 5, 6 puntos. Rara vez brilla, de vez en cuando decepciona, como en el desquite contra Libertad, por los octavos de final de la Copa Libertadores. Lo sostiene Armani.
Sin embargo, sigue adelante, lo que no es poco. El gen Gallardo se mantiene desde el aura, algo lejos del césped. Sigue en camino en las tres competencias de la segunda parte del año: protagonista en el torneo Clausura, con vida en la Copa Argentina (se viene Unión) y con ilusión en la Copa Libertadores (se aproxima Palmeiras). No es fácil derribarlo.
Lanús es un buen equipo. Y, además, sigue en carrera, también, en tres frentes. Argentinos lo espera en la Copa Argentina (un cruce adelantado a River) y Fluminense lo aguarda en la Copa Sudamericana.
Encontró un número 9 serio, como Rodrigo Castillo. Si no está en plenitud Marcelino Moreno (destellos de una magia que ya no hay en el fútbol argentino), aparece Franco Watson. Cali Izquierdoz y Toto Salvio recuperaron un digno nivel y Sasha Marcich es toda una revelación. Con vaivenes, Lanús va.
Con un equipo maquillado de suplentes (Boselli, Portillo, Rivero y Casco), un River ciertamente renovado jugó con la ambición (y los deslices defensivos) de siempre. El caso Lencina refleja cierto desconcierto del Muñeco: de titular repetido a suplente de los suplentes.
Miguel Borja, en el arranque, demostró que sigue peleado con el arco: de frente, en soledad, sacó el balón del estadio. Antes y después de esa insólita situación, el desarrollo tuvo ritmo, intensidad, buenas intenciones, lejos de la prepotencia del área.
En el final del primer capítulo, la clase de Marcelino chocó con las manos mágicas de Armani, en un disparo al primer palo vigoroso. Y Losada salvó a Lanús por una arremetida de Portillo, como para sacudir la modorra general, en un espectáculo que era puro amago. En el mientras tanto, Gallardo mandó a entrar en calor a… cuatro jugadores. Driussi, Quintero, Montiel y Salas, nada menos.
La segunda parte, al final, tuvo apenas dos cambios: los ingresos de Juanfer Quintero y el potente delantero por un deslucido Meza y un Borja que cada día se siente más lejos de Núñez. Dos disparos lejanos de Salas, bien controlados por Losada, dejaron en evidencia su ímpetu: arrollador, por momentos, sin claridad, en buena parte de sus decisiones. Pero empuja y River lo necesita como el agua, como los ingresos de Driussi y Montiel, en los últimos 30 minutos.
Un centro de Juanfer encontró la picardía de Galoppo (estaba a punto de ser reemplazado y pidió salir después del córner), que encontró el botín zurdo de Montiel, de 9 y en el área chica. El rubio exvolante de Banfield, tan desordenado tácticamente como indispensable en el mediocampo (sobre todo, en el ataque), se reía al salir inmediatamente después, con Gallardo y Matías Biscay, su mano derecha.
Lo mejor del partidoLanús atacó envuelto en una enorme confusión, River se liberó y desperdició un par de situaciones claras. Hasta que apareció Castillo, un número 9 de los de antes, y selló el empate en la última bola. Lo merecía Lanús ante un River que sigue siendo una moneda al aire. Tan enojado se fue Gallardo que no hizo declaraciones: todo un síntoma de cómo lo dejó la última jugada.