Si en el futuro las presidencias de Donald Trump serán recordadas, entre otras cosas, por su política comercial y la guerra de aranceles, los historiadores deberán hurgar en la figura y el pensamiento de Robert Lighthizer, quien fue representante de Comercio en su primer mandato y el verdadero autor intelectual de esa estrategia.
Lighthizer es un predicador convencido de que Estados Unidos y el mundo occidental han tenido desde principios de siglo una postura ingenua frente a China, que aprovechó el discurso del libre comercio para cooptar su capacidad industrial y sus empleos. En su razonamiento, expuesto en un libro titulado No trade is free (No hay comercio gratis), no es viable ese camino cuando un rival de semejante envergadura se planta no solo como competidor sino que también desafía su rol global.
“Tenemos dos opciones de futuro, no es distinto a lo que fue la primera Guerra Fría, donde había dos sistemas y había que elegir. Eso no quiere decir que no vayamos a tener relaciones con China, pero la gente debe entender que el objetivo del régimen chino es expandir un sistema totalitario, y eso no está en el interés de casi nadie”, dijo en una entrevista con LA NACION en su paso por Buenos Aires, adonde vino invitado por el Grupo Techint, como parte de las actividades organizadas por su Boletín Informativo.
Pese a ser un gladiador contra el libre comercio, entiende que no todos los países están en la misma situación que Estados Unidos. Por eso no ve contraindicaciones con los postulados de Javier Milei, a quien elogia por haber reducido “la cantidad excesiva de intervención estatal”. “Tengo la impresión de que está tratando de regresar a un sistema más funcional y desarmar algunos de los problemas y rigideces del sistema. Y eso tiene que ser bueno para la Argentina, y parece que lo está siendo”, señaló.
-¿Por qué cree que el libre comercio global ha perjudicado a la economía de EE.UU. y no le ha reportado beneficios, considerando que es la más importante del mundo?
-Bueno, mi posición no es que el libre comercio siempre haya sido malo. Mi posición es que tenemos un sistema comercial en el que no hay libre comercio. Lo que tenemos son, en muchos casos, políticas industriales en países con regímenes comerciales bastante cerrados, mercados de capital que continuamente generan superávits comerciales, y otros países con sistemas relativamente abiertos que constantemente tienen déficits. Y ese no es el modo en que se supone que debe funcionar el sistema. Ahora, si me pregunta si hubo beneficios en el sistema posterior a la Segunda Guerra Mundial, sí, creo que ayudó a reconstruir Europa, ayudó a reconstruir Japón, ayudó a ganar la Guerra Fría. Así que creo que tuvo muchas ventajas. Pero ha evolucionado en las últimas dos o tres décadas hacia algo diferente. Y el problema no es solo China, que no tiene un sistema abierto en absoluto, sino también otros países. Lo que necesitamos es un sistema verdaderamente basado en el equilibrio.
Lo que me preocupa del sistema actual son estas enormes transferencias de riqueza desde Estados Unidos al extranjero, al punto de que nuestra posición neta de inversión internacional es negativa en 25,5 billones de dólares. Eso ha conducido a un crecimiento económico lento en comparación con nuestros estándares históricos, especialmente desde que China se unió a la OMC, aunque posiblemente desde un poco antes. Además hemos visto un declive en la superioridad tecnológica de Estados Unidos y muy malos resultados para nuestros trabajadores. Hemos perdido millones de empleos, hemos tenido estancamiento salarial, y comunidades devastadas. Creo que es el resultado de una política industrial aplicada por otros países, siendo China el peor caso, pero no el único. Hay varios otros países que manipulan su moneda, tienen regímenes fiscales, mercados cerrados, subsidios, manipulación cambiaria, sistemas bancarios controlados, leyes laborales que no dan poder a los trabajadores. Y utilizan todas estas herramientas para aplicar lo que, en el siglo XIX, se conocía como políticas de “empobrecer al vecino”. Y nosotros somos víctimas de eso. No somos las únicas víctimas, pero sí las más grandes.
-En su punto de vista está implícito un rol relevante para el Estado, como responsable de instrumentar aranceles y proteger ciertos sectores. Se lo menciono porque, por ejemplo, aquí en Argentina, es un debate actual qué debería hacer el Estado en términos de políticas comerciales
-Creo que hay que ser escéptico respecto de la intervención estatal, sin duda. Mi instinto es más bien dejar que los mercados decidan. Pero no puedes dejar que los mercados decidan cuando otros no lo hacen. Es suicida decir: “China o Alemania, o quien sea, va a tener una política industrial diseñada para exportar su desempleo y su falta de demanda interna hacia mí”, y entonces yo tengo que asumir ese desempleo. Así que creo que el mejor sistema es aquel en el que no hay intervención estatal a menos que otros la hagan. Creo que hay que defender a nuestros trabajadores.
-Usted trabajó con el presidente Trump entre 2017 y 2021. ¿Cuáles son las principales diferencias entre el primer mandato y el actual en términos de políticas comerciales?
-Creo que el segundo mandato es una evolución natural del primero. Creo que fue tan agresivo como pudo ser en ese momento durante la primera administración. Renegoció el NAFTA, negoció con Corea, Japón, tomó medidas contundentes contra China. Y la administración de Biden, en su mayor parte, las mantuvo. Ahora, es el momento de dar el siguiente paso, porque la gente políticamente lo apoya. Y creo que ahora tiene una serie de ventajas que antes no tenía. Tiene una mayoría real en el Congreso, cosa que antes no tenía. Tenía a Mitch McConnell como líder en el Senado, quien no estaba de acuerdo con él, y a Paul Ryan como presidente de la Cámara, quien tampoco estaba de acuerdo. Ahora tiene líderes tanto en la Cámara como en el Senado que sí están de acuerdo con él. Él tiene claramente el control del partido, cosa que no tenía la primera vez. Y tiene un mandato de cinco millones de votos. Ganó las elecciones por cinco millones de votos con estos temas. Así que, combinado con el hecho de que aprendió lo que aprendió en el primer mandato y reflexionó sobre ello durante cuatro años, creo que es natural que dé el siguiente paso.
-Al principio, Trump anunció que impondría aranceles a muchos países, pero al final el enfoque se centró principalmente en China. ¿Usted considera que el desequilibrio en el libre comercio es un problema con China específicamente o con otros países también?
-Él tiene dos problemas con los que tiene que lidiar. Uno es la transferencia de riqueza desde Estados Unidos hacia países que tienen políticas industriales. Hablamos de un déficit de bienes de 1,2 billones de dólares, probablemente 1,4 billones si se incluyen otras cosas que no están contabilizadas. Pero también tiene que enfrentar a China. Y si observas los acuerdos que ha hecho, todos tienen un sentido lógico sobre lo que deberían ser los aranceles. Y hay un elemento subyacente: no podemos dejar que China avance sin control. Tenemos que mantenernos unidos en esto y enfrentar a China. Así que creo que él ha terminado donde era esperable que terminara.
-¿Hay margen para algún tipo de asociación entre Estados Unidos y China, o son irremediablemente enemigos? ¿Cuál es su perspectiva sobre qué tipo de relación pueden tener ambos países?
-Primero, no creo que esto sea solo entre Estados Unidos y China. China es un país totalitario marxista-leninista que cree que el mundo debe ser un país marxista-leninista. No es algo que yo interprete: es lo que ellos dicen. Y creen que el comunismo eventualmente dominará el mundo. Eso es parte de su filosofía, claramente declarada. Así que lo que están haciendo es avanzar hacia eso. No se trata solo de Estados Unidos, se trata de Occidente, de las democracias liberales, y todo lo que representa ese sistema. China tiene una economía de, digamos, 17, 18 o 20 billones de dólares. Tiene un ejército que es más grande que el de Estados Unidos. Tiene tecnología militar que en muchos aspectos está más avanzada que la nuestra. Hay muchas áreas de tecnología crítica en las que están por delante. Así que cualquiera que crea que China no es una superpotencia, está tristemente equivocado. Es lamentable, pero sí lo son, sin duda.
-¿Qué opina sobre aplicar aranceles más altos por razones políticas? Por ejemplo, en los casos de India o Brasil.
-Depende. Cuando uno analiza esa idea, no es intrínsecamente incorrecta. Solo es incorrecta si crees que no hay una razón válida detrás. Pero la noción de usar el poder económico para resolver cuestiones políticas es tan antigua como la humanidad. Y claramente puede ser una política sensata si el problema al que se apunta es real. En el caso de India, que es el más fácil de los dos que mencionó, se alega —y yo creo que es verdad— que están comprando petróleo ruso barato y revendiéndolo caro, actuando básicamente como una cámara de compensación para financiar la guerra rusa contra Ucrania. No lo están comprando porque de otro modo se congelarían; no, lo compran para revenderlo con ganancias y así facilitar el esfuerzo bélico ruso. ¿Es eso un objetivo legítimo para tomar medidas? Por supuesto que sí, a menos que uno piense que la invasión rusa está justificada, lo cual, claro… muy poca gente cree eso. Yo desde luego no lo creo. El presidente Trump tampoco.
-¿Sigue usted en contacto con el presidente Trump? ¿Lo asesora de alguna manera?
-No, no… o sea, hablo con él de vez en cuando, pero no es que lo asesore formalmente. Hablo con su gente —muchos de ellos trabajaron conmigo o para mí—, tengo buena relación con todos ellos y converso con algunos de vez en cuando. Pero, sabe usted, hoy en día todo el mundo dice que es asesor… Yo no diría eso de mí. Hablo con la gente, y todos saben cuál es mi consejo. No ha cambiado en 30 años. Simplemente ahora se reconoce que era correcto. Por mucho tiempo se consideró equivocado. Así que, bueno, uno solo tiene que vivir lo suficiente para que sus ideas se validen.
-¿Cuál es su opinión sobre la economía política de Javier Milei y su defensa constante del libre comercio?
-Depende un poco de la situación inicial. Si estás en una economía que ha tenido una cantidad excesiva de intervención estatal que ha generado ineficiencias y malos resultados, entonces revertir eso es algo responsable e inteligente. Ahora bien, si como resultado de eso comienzas a tener grandes déficits comerciales a causa de China u otras políticas industriales externas, entonces creo que Milei debería cambiar de rumbo. Claramente, si estás a favor de los resultados del mercado y los beneficios de la libertad, debes entender que un orden global dominado por China no va a ayudar, sino a perjudicar. Porque en la filosofía china no hay nada sobre libertad, ni nada parecido —es exactamente lo contrario. Así que las acciones individuales dependen del punto de partida. La impresión que tengo es que en la Argentina había mucha ineficiencia, una estructura anti-mercado que se había establecido, y que revertir eso tenía que ser positivo.
Por otro lado, ustedes tienen una ventaja que nosotros no: si comienzan a tener déficits comerciales grandes, eso conlleva una verdadera devaluación de su moneda. Aunque ya tienen un gran problema de ese tipo. Pero si eso empeora, Milei tendrá que ajustarse a esa realidad. Por ahora, tengo la impresión de que está tratando de regresar a un sistema más funcional y desarmar algunos de los problemas y rigideces del sistema. Y eso tiene que ser bueno para la Argentina, y parece que lo está siendo. Visto desde afuera, sus políticas eran largamente necesarias. Y parecen estar funcionando. Y, como amigo de Argentina, esa es nuestra esperanza: que sus acciones resulten ser correctas. Pero eso es distinto a decir que, si hiciéramos lo mismo en Estados Unidos, nos iría bien. Porque no lo creo. Nosotros estamos en el otro extremo: tenemos que ser más defensivos ante las acciones de otros, y tenemos relativamente pocas restricciones en nuestra economía.
-Desde un punto de vista latinoamericano, China puede parecer muy atractiva en términos de inversiones y diferentes formas de apoyo. Por ejemplo, en el caso de Argentina, con el swap y demás. ¿Cuál debería ser la política de Estados Unidos hacia América Latina para recuperar relevancia?
-Sí, todos en América latina —y en cualquier otro lugar— tienen que mirar cuál es el costo de esas inversiones chinas. Y no hay muchos ejemplos de países que hayan recibido grandes inversiones chinas y realmente se hayan beneficiado de ellas. Puede que obtengas un beneficio a corto plazo —como ocurrió en algunos países donde construyeron estadios de fútbol—, pero a largo plazo terminas atrapado en la deuda, y no puedes salir de ella. Si revisas los países que dieron la bienvenida a China, no hay muchos de los que uno pueda decir que les fue bien con eso. Insisto: no estoy diciendo que cada inversión china haya sido mala en todos los países, pero no conozco un país donde una inversión china masiva haya terminado siendo positiva para la población. Porque ese no es su objetivo. El objetivo de China es tener influencia política y geopolítica, pero también absorber más riqueza hacia China. En el caso de ustedes, no sé cuáles son los números actuales, pero probablemente sus exportaciones representan solo el 20% de sus importaciones desde China. Y si eso continúa así, no puede pensar que eso sea bueno para Argentina.
-Usted pone énfasis principalmente en el sector manufacturero, y eso suena un poco a una visión del siglo XX. ¿No es minimizar el impacto del desarrollo tecnológico y del sector servicios?
-Bueno, primero, no lo minimizo… Pero no se trata solo de manufactura. El presidente también quiere proteger empleos en tecnología. Depende de cómo definas “tecnología”. Por ejemplo: ¿construir fábricas para producir chips de alta tecnología es manufactura o tecnología? Es decir, no está muy claro dónde termina una cosa y empieza la otra. ¿Desarrollar inteligencia artificial y usarla para producir más rápido y más barato es tecnología o es manufactura? Yo no creo que esa distinción sea tan clara como algunos creen. Además, pienso que si pierdes tu industria manufacturera, probablemente pierdas también innovación y desarrollo tecnológico. No todo, pero sí mucho. El desarrollo tecnológico suele darse donde está la producción. Así ha sido y así será. Y ese es uno de los principios en los que creo.