El cine tiene ya poco que ver con el que conocieron quienes nacieron antes de comenzar el siglo XXI. Los avances tecnológicos que abrieron paso a las plataformas digitales permiten exhibir a escala global películas y series de muy diversos géneros y orígenes, mientras crecen los accesos a internet y se transforman los contenidos de la industria audiovisual junto con los dispositivos para verlos.
Otro impacto fue la pandemia de Covid, que alejó a los espectadores de las salas comerciales, los habituó a ver cine en sus hogares y “maratonear” con el auge de las series. De ahí que esta transformación sea mucho más trascendente que hace más de 90 años, cuando el cine mudo pasó al sonoro y de blanco y negro a color.
Daniel Pensa, presidente de la Cámara Argentina de la Industria Cinematográfica (CAIC), que agrupa a más de 35 empresas productoras, admite que actualmente la audiencia de plataformas de streaming (OTT, en la jerga técnica) es infinitamente más alta que en salas de cine.
Una prueba es que, en todo el país, el número de entradas vendidas por año bajó de 63,4 millones en 1984 a 46,4 millones en 2014 y a 34,8 millones en 2024. La tendencia es similar en Estados Unidos y Europa, aunque no tan pronunciada. Otra, que hace unos años en la Argentina una película extranjera ganadora de un premio en Cannes fue vista por 10.000 espectadores. Y cuando YouTube la incluyó en su oferta global llegó a 5 millones.
Para el empresario, la menor concurrencia y número de salas resultan un serio problema para financiar producciones locales. Explica que el Fondo de Fomento que administra el Incaa se nutre de un impuesto de 10% sobre el precio de la entrada de cine, que representa 30% del total, en tanto que el 70% restante proviene del Enacom (aportes de canales de TV). Además, la mitad del valor de cada entrada le queda al productor (que debe pagar una comisión a las distribuidoras) y la otra a las salas, donde el precio resulta 10/15% mayor que en Estados Unidos o Europa y las promociones 2x1 reducen la retribución a la mitad.
En el caso de las plataformas extranjeras, los productores venden los derechos de exhibición a través de intermediarios internacionales, y si la película o serie no fue rodada, las OTT suelen entrar al proyecto con un porcentaje variable de inversión.
Cambios vertiginosos
La velocidad de las transformaciones tecnológicas y comerciales hace que las empresas locales produzcan mayormente cine y series para plataformas extranjeras, lo cual implica exportaciones de servicios basados en el conocimiento y un efecto multiplicador en la economía.
Así, el sector enfrenta el desafío de reinventarse y buscar nuevas oportunidades. Sobre todo, cuando el lugar de rodaje pasa a ser secundario en función de los recursos humanos y/o tecnológicos disponibles, o bien por devolución de gastos operativos o impuestos focalizados.
El titular de CAIC señala que el ingreso de divisas generado por la producción para plataformas depende del valor de cada producto. Por caso, ya está en desarrollo la segunda temporada de la serie argentina El Eternauta, producida por K&S, cuyo éxito hizo que en mayo alcanzara el primer puesto en el top 10 global semanal de Netflix en series de habla no inglesa, con 10,8 millones de visualizaciones. Además, se ubicó en el top 10 semanal de 87 países, entre ellos, grandes mercados como Brasil, Estados Unidos, Francia, India, Italia, México, Alemania y España.
Según un estudio realizado en abril por la consultora Empiria, contratado y difundido por Netflix, esta serie generó un impacto superior a $41.000 millones en la economía argentina. Además de movilizar recursos hacia la producción audiovisual, que involucró a 2900 personas (entre elenco, extras y personal técnico), produjo un efecto derrame sobre sectores como transporte, hotelería, logística, catering, construcción escenográfica y otros servicios. En 148 jornadas de rodaje se utilizaron más de 50 locaciones, 35 escenarios virtuales y más de 500 máscaras para los personajes. El uso de innovaciones tecnológicas permitió además recrear digitalmente amplias zonas del AMBA, a través de drones y cámaras de alta precisión para captar las calles, trenes, fachadas y paisajes urbanos seleccionados.
Otra producción de Netflix con gran despliegue de recursos argentinos es la brasileña Senna, una biopic del recordado piloto de Fórmula 1 que en 1994 perdió la vida en un terrible accidente durante el Gran Premio de San Marino.
Uno de los aspectos más llamativos –y menos conocidos– es que la mayoría de las escenas de carreras se filmaron durante 8 meses en los autódromos de Buenos Aires, Mar del Plata, Balcarce y San Cayetano, donde, con tecnologías digitales, fueron recreados los circuitos extranjeros que hace más de 30 años tuvieron como protagonista al piloto brasileño.
Ignacio Rey, presidente de la productora Leyenda Films y la Federación Iberoamericana de Productores Cinematográficos y Audiovisuales (Fipca), destaca además que 25 autos de F1 con chasis iguales y carrocerías de cada escudería de los 90 fueron fabricados por el constructor Tulio Crespi (“con su don artesanal de crear autos sin planos”, dice) y sus tres hijos, Sandro, Matías y Luciano, que además actuaron como principales dobles de acción en la serie. También explica que se confeccionaron cascos, buzos antiflama y guantes idénticos a los utilizados por los pilotos de la época, y que los efectos especiales de la serie (como el público filmado y replicado digitalmente en las tribunas) solo podían ser realizados en los Estados Unidos hace 10 años.
La inversión en estas producciones, que se ubican entre las más altas de la historia, corrobora un informe elaborado en 2021 conjuntamente por Netflix y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Según el trabajo, la Argentina, Brasil y México tienen la industria audiovisual (cine, video y televisión) más grande de Latinoamérica, con ingresos que en ese año sumaron alrededor de US$20.000 millones, de los cuales US$3000 millones provinieron del cine. Por cada 10 dólares invertidos se generan entre 6 y 9 en la cadena de valor (preproducción, producción, posproducción y distribución) y por cada 100 personas empleadas, entre 50 y 70 más son contratadas en sectores económicos vinculados.
Paralelamente, el auge de la producción digitalizada aceleró en la región el crecimiento de industrias de animación y efectos visuales (VFX), con potencial para convertirse en un motor económico. A su favor ofrecen una menor dependencia de los hubs tradicionales y mayor ventaja de costos por la superposición con los husos horarios estadounidenses, aunque sujeta a los vaivenes cambiarios, como en el caso argentino. El mercado es muy atractivo: los servicios de streaming distribuyen series y películas a 560 millones de personas de habla hispana en el mundo, sin contar los trabajos de subtitulado y doblaje que permiten ampliar la audiencia.
Competencia por inversiones
La producción de contenidos audiovisuales viene generando además una creciente competencia de incentivos fiscales para filmar en distintos países, regiones o ciudades a fin de atraer inversiones, además de promover la cultura local y el turismo.
La política pública más utilizada es el cash rebate (CR), consistente en la devolución parcial de gastos operativos locales. En el sector coinciden en que España lleva la delantera con este “mecenazgo”, combinado con el tax credit, que otorga deducciones impositivas de hasta 30% por el primer millón de euros invertidos y 25% por el excedente, con un límite de 20 millones.
Por su lado, la Cámara Argentina de Productoras Independientes de Televisión (Capit) señala en un informe que, entre los países latinoamericanos que aplican estas políticas, Uruguay tiene un fondo de US$12 millones que lo posiciona como el clúster audiovisual más destacado de la región. “Cada año, alrededor de 38 proyectos extranjeros aprovechan el CR en ese país, donde el tiempo de rodaje de películas y series pasó de un promedio de 24 semanas en 2019 a 80 semanas en 2022”, detalla. Entre ellas está la serie argentina Cromañón. Los gastos reembolsables pueden llegar al 30% del presupuesto de una producción en sectores elegibles como construcción, traslados, hotelería, catering, estética y música.
En México, se estima que este modelo generará casi US$7300 millones de valor agregado bruto (VAB) acumulado entre 2023 y 2028 y más de 38.000 empleos. Jalisco es el estado que más producción audiovisual capta. Chile, a su vez, relanzó su CR en 2024 para atraer producciones audiovisuales y otro tanto ocurre en Colombia.
En la Argentina, la directora de Industrias Culturales y del Polo Audiovisual Córdoba (PAC), Silvina Nano, destaca que la provincia cuenta este año con el presupuesto de fomento más alto del país, con $5000 millones. A fin de junio habrá un primer llamado a concurso con un monto equivalente a la mitad ($2500 millones) para ejecutar proyectos audiovisuales de todo tipo, incluyendo animación y videojuegos, que serán evaluados y seleccionados por jurados especializados.
En 2016, una ley provincial declaró a la actividad como industria y otorgó al distrito audiovisual Córdoba la facultad de asignar el CR para distintas categorías. Según la inversión local o extranjera que se realice, con un mínimo de $600 millones, el CR reintegra hasta el 40% de los gastos en sectores vinculados con la producción (hotelería, edición y la masa salarial de trabajadores cordobeses). Nano agrega que por cada peso invertido, la provincia recibe 4 de valor agregado. Junto con el CR, también se lanzaron este año una línea de crédito para equipos de cámaras, iluminación y sonido y otra para los productores beneficiarios, con tasa subsidiada y plazos de reintegro de hasta 60 meses.
Cine interior
En el interior del país hubo producciones de Netflix, como Granizo (Córdoba), Atrapados (Bariloche), El hombre que amaba a los platos voladores (San Luis, Córdoba, Mendoza), Campamento con mamá (Tandil), Elena sabe (Mar del Plata), El último gigante (Misiones) y Las Maldiciones (Jujuy), estas dos últimas aún no estrenadas. Algunas recibieron beneficios fiscales.
Por su parte, Axel Kuschevatzky, productor argentino radicado en Los Ángeles, que participó directamente o asociado en películas premiadas internacionalmente (como El secreto de sus ojos, Relatos salvajes y Argentina, 1985), afirma que, con incentivos financieros, el cine puede ser un gran negocio para el país por el volumen de actividad económica que genera. “Normalmente los países que financian redirigen impuestos. En la Argentina no, ni tampoco hay instrumentos de prefinanciación. La CABA tiene cash rebate, pero no tax, y en Misiones hay un cash chiquito”.
El Incaa, que desde 2024 no aprueba ninguna producción argentina, también es motivo de debate. Como cuenta pendiente, Kuschevatzky señala que el instituto “tiene un sistema antiguo de selección de proyectos y los incentivos no sirven para nada si financian solo 10% del proyecto. Si querés inversión –añade–, hay que generar un marco para el sector audiovisual y acercarse como mínimo al modelo uruguayo, con obligación de gastar en costos locales y devolución relativamente rápida. No entiendo por qué los sucesivos gobiernos les dan la espalda a estos instrumentos. La Argentina es el país latinoamericano que más premios y nominaciones al Oscar obtuvo. Hay que construir el estadio y la gente va venir. Si se corta la capacidad productiva, las chances bajan. Es peligroso dejar de producir y eso tiene costo”, concluye.