Se llama Carla Pantanali, es hija de Sandra Sandrini y nieta de Luis Sandrini y Malvina Pastorino. Creció leyendo libretos de sus abuelos, entre fotos y vestuario de obras de teatro y películas, y desde muy chica eligió su vocación. Actriz y cantante, interpreta a la villana de Déjame amarte, el culebrón musical encabezado por Antonio Grimau que se presenta el 6 y 7 de septiembre en forma gratuita en el Centro Cultural 25 de mayo (Avenida Triunvirato 4444, CABA). LA NACION conversó con esta artista sobre sus recuerdos de infancia, el legado familiar y su historia de amor con Enrique Avogadro, exministro de cultura de la ciudad de Buenos Aires.
–Es la primera vez que hacés un culebrón en teatro…
–Sí, y es la primera vez que hago un personaje así. Soy una de las villanas de Déjame amarte, que es un tributo al culebrón porque toma sus elementos y los potencia. Las malas son unas locas (risas). En realidad, todos los personajes están al borde de la locura porque es el culebrón llevado al extremo. Creo que en otra época de mi vida no me hubiera atrevido a hacer un personaje así, tan políticamente incorrecto, tan malo. Porque es terrible… Pero estoy reconciliándome con una forma de trabajar como actriz. Me formé con Carlos Gandolfo y Dora Barret, buscando una actuación muy realista, muy perfecta. Y ahora está saliendo algo que siempre estuvo dentro mío, y me da una calma profunda. Había una inquietud que no sabía bien cómo salir y en esta obra tiene su lugar. Es posible que haya más funciones con el Ministerio de Cultura de la ciudad, aunque no hay nada en concreto todavía. Ojalá se de porque la estoy pasando fenomenal y es un espectáculo que tiene un potencial enorme para seguir.
–¿Por qué decís que en otro momento no te hubieras permitido hacer un personaje como este?
–Porque, en general, siempre me identifiqué con mis personajes de alguna forma. Pensaba como ellos y buscaba lo que teníamos en común. Mis personajes eran como una parte de mí misma. Y la verdad que Tiana, de Déjame amarte, es un monstruo (risas). Entonces es una buena forma de madurar y de crecer como actriz.
–¿Te inspiraste en alguna villana de telenovela?
–Me venían imágenes de la villana de María la del barrio, una novela que vi a mis 10 años y me impactó muchísimo. Y recordé una famosa escena de esa novela de Thalía en la cual la villana decía “maldita lisiada” (risas). Tomamos como estandarte esa energía. Vi muchas novelas, entonces a la malvada la tengo bien definida.
–Hace muchos años que trabajás como actriz, siempre con un perfil muy bajo y haciendo mucho teatro…
–Es cierto, más que nada hice teatro en el ámbito oficial, independiente y comercial. Tuve mis trabajos audiovisuales importantes con (Juan José) Campanella, en Entre caníbales, donde hice un personaje muy lindo, la concejal Galeno, que tenía el contrapunto con Benjamín Vicuña y Natalia Oreiro. Para mí fue un honor, un placer hacerlo y aprendí mucho. Pero piso más fuerte en lo teatral. Es lo que más me gusta, lo que más disfruto.
–Creciste en una familia de artistas, ¿cómo fue tu entrada a este mundo?
–Hice mi primer trabajo a los 10 años, reemplazando a uno de los actores en una obra que hacía mi mamá, que era para chicos, El dios de los pájaros, de Alfonsina Storni. Yo me la sabía de memoria porque la acompañaba a las giras por el Gran Buenos Aires. Y un día faltó el hijo de (Juan Carlos) Altavista y dije “yo lo hago”. Había 800 entradas vendidas, me acuerdo. Después, a los 12 años, cuando ya estaba todavía más segura de que quería ser actriz, hice Así es la vida en el Teatro Auditorio de Mar del Plata, con dirección de Enrique Carreras. Y compartí el escenario con mi mamá, Sandra Sandrini y con mi abuela, Malvina Pastorino.
–Tres generaciones en un mismo escenario… Todo un privilegio.
–Era muy chiquita y fue un gran desafío. Así arranqué y después me tomé el tiempo de estudiar, de hacer mis propias cosas, autogestivas. Me acuerdo de mirar cómo mi abuela se preparaba. Yo tenía que ayudarla a vestirse rápido y a envejecer 30 años, porque cambiábamos de acto. Verla trabajar me enseñaba, me educaba. Lo mismo con mi mamá. Fue algo lindo.
–Compartiste varios años con Malvina, en cambio no tenés recuerdos de tu abuelo Luis.
–Mi abuelo me conoció y generó recuerdos conmigo, pero yo con él no porque tenía dos años cuando falleció. Me acuerdo de la casa grande donde vivía con mi abuela, en Martínez. Había 50 años de vida guardados en unos inmensos roperos en el altillo y me pasaba horas y horas mirando fotos, hojeando los libretos del abuelo, admirando el Martin Fierro. Para mí era fascinante observar los premios, los cuadros en las paredes, las fotos, los libros en la biblioteca, los muebles. Los sábados en la casa de mi abuela eran increíbles, y me cocinaba mis platos preferidos: sopa de verduras con batatita, y morrones asados.
Carla Pantanali - "La Citadina"–Cuando decidiste ser actriz, ¿qué peso tuvo ser una Sandrini?
–Pertenecer a este linaje me da mucha fuerza, mucha inspiración. Y me obligó a encontrar mi propia voz como artista, a validar cien por ciento mi camino. Y siento un honor profundo. Tengo 46 años y, gracias a esta búsqueda que tuve que realizar, descubrí también mi vocación como cantautora, como música. Y eso hace a mi propia identidad dentro de este clan. Heredo el oficio de actuar y lo amo porque me da mucho placer. Y a la vez, en el camino, me descubrí la música, con mis letras, mis canciones, y un lugar muy personal donde poder volcar mi propio mundo, que es un mundo muy sensible, muy espiritual. Así me completo como artista. Y fue a mis 40 y pico, cuando saqué un disco, La Citadina, y pude decir que soy actriz y soy música. A eso me empujó pertenecer a este clan. Porque no te podés quedar en algo más o menos, tenés que definirte.
–¿La música también apareció de niña o la descubriste con el tiempo?
–Compuse mi primera canción a los 13 años. Me crié con un piano y con una madre que toca el piano y que se sentaba muchas veces a tocar sus piezas de Mendelssohn, de Bach. Y yo después sacaba de oreja lo que escuchaba. Mi mamá me enseñó la escala mayor y un poquito a leer música. Y con eso, muy rudimentariamente, sacaba las canciones que me gustaban. Cuando me regalaron mi primera guitarra, a los 13 años, empecé a componer y no paré más. A la par que fui transitando mi carrera como actriz, me formé como música. Estudié aquí, estudié allá y a los 30 años completé la carrera de músico profesional de la Escuela de Música Contemporánea. Y empecé a dar pasos un poco más firmes.
–Pero sacaste tu primer disco a los 42, ¿por qué?
–Me llevó mucho tiempo asumir que era música. Y ahora se viene el segundo porque tengo canciones compuestas que sé que van a ser las del próximo disco. Soy actriz, soy música y soy madre de dos niñas: Joaquina, de 9 años, y Miranda, de 6. Entendí que tengo que poner la fuerza en donde se presenta. Este año me llamó Irina Alonso, autora y directora de Déjame amarte, y le dediqué mi fuerza a eso, en el marco de ser madre de niñas pequeñas. Y seguí tocando y seguí componiendo. Ya llegará el momento de volver a poner la fuerza en un segundo disco.
–¿Pensas que alguna de tus hijas va a seguir con este legado?
–Siento que tienen una veta artística muy fuerte porque están rodeadas de arte, de cultura. Reciben mucho estímulo en ese sentido. Y siento que algo artístico van a hacer, seguramente. Que hagan lo que quieran.
–El papá es asesor cultural…
–Sí. Enrique Avogadro fue el Ministro de Cultura de la ciudad en el gobierno anterior. Ahora es consultor independiente, siempre ligado al arte.
–¿Es verdad que se conocieron en el Teatro San Martín?
–Nos conocimos en el cumpleaños de un amigo en común. En ese momento yo estaba haciendo Marat Sade en el San Martín, y él me fue a ver varias veces. Era una época muy polémica porque todos los elencos estaban muy enojados con el gobierno del momento, que era del Pro, y del cual él formaba parte. Era algo muy pintoresco porque venía a las funciones y los elencos leíamos proclamas en contra de ellos.
–Se bancó todo por amor…
–Sí, la verdad que sí (risas).
–¿Qué piensan del recorte a la cultura de este gobierno?
–Lo vivimos como lo viven todos los artistas y los gestores culturales, con alarma, acompañándonos, celebrando lo que sí se puede hacer. Celebrando sostener y gestionar. Hay que aguantar como tantas veces se aguantó, y pelear por eso. Ahora se ganó una batalla con el Instituto Nacional de Teatro porque se logró frenar el cierre. Siempre que pasan estas cosas la comunidad se pone más fuerte. Somos una comunidad muy poderosa a nivel mundial; Buenos Aires es un faro cultural y va a seguir siendo así.