Los fines de semana la gente hace fila para sacarse fotos con el mural que se convirtió rápidamente en un ícono del Barrio Chino, los guías turísticos lo incluyen en su recorrido y es un punto de encuentro. “Modestia aparte, un pequeño regalo que le hicimos a la ciudad”, dice Diego Alcaraz, su creador.
“No puedo abrir la persiana mirando semejante pared”La medianera que da a la calle Mendoza en el Barrio Chino estaba en mal estado: manchas de humedad, afiches arrancados, cables y ladrillos a la vista. Diego, que colecciona arte y tiene amor por la estética asiática, en especial la japonesa, estaba a poco de inaugurar una sucursal de su restaurante Pizza Data justo enfrente y pensó: “No puedo abrir la persiana mirando semejante pared fantasma”. Entonces se le ocurrió transformarla en algo que dialogara con el barrio, la vida de la calle y su propia historia.
“Primero jugueteé con inteligencia artificial para bocetar ideas. Esa chispa digital se convirtió después en un plan serio gracias a un equipo de muralistas que admiro: una artista increíble con mucha trayectoria como Alejandra Moreno hizo la dirección artística, Suyay Brillaud se colgó del andamio durante 2 meses para pintar cada centímetro, y Juan Danna se sumó a dar textura y detalles. Todo lo financiamos desde Pizza Data y de mi bolsillo: queríamos libertad total, sin marcas externas metiendo mano”, explica Diego de cómo llevó a cabo su plan.
Su significado y los insectos ocultosTodos juntos dieron vida al mural llamado “Mei, Suri & The Nekos”. ¿De qué se trata?
En el centro está Mei, una niña que podría haber salido de un estudio de animación japonés. “La pintamos mordiendo una porción de pizza porque simboliza la mezcla de culturas que respiro cada día: Oriente y Buenos Aires, tradición y modernidad, y obviamente nuestra marca, Pizza Data”, cuenta Diego
A su derecha está Suri, la pug amada de Diego que lo acompañó casi nueve años hasta que en el 2022 falleció por un cáncer fulminante. “Pintarla era mi forma de inmortalizarla en un lugar donde pasan miles de personas: que su alegría quede vibrando en ese rincón, vigilando la vereda como lo hacía en casa”, dice con emoción y agrega “ahora cuando paso por ahí, miro a Suri pintada a seis metros de altura y siento que sigue al lado mío, cuidando la esquina”
Los gatitos que saltan de techo en techo, los Nekos, rinden homenaje a los maneki-neko de la suerte. “Uno hasta trae un cuenco que dice “Nekofi Cat Café”: un guiño para el café homónimo que se encuentra justo al lado, y también colaboró con el mural”, confiesa Diego.
Los farolitos rojos y naranjas evocan los festivales de medio otoño, los mercaditos nocturnos de Asia y la cercanía del Año Nuevo Lunar. El cartel “VIAVIVA” respeta el hombre histórico del pasaje donde está el mural.
A la derecha, sobre el cielo azul, pintaron la frase china 到此一游 (dào cǐ yī yóu). Es la travesura del Rey Mono en “Viaje al Oeste”: él la escribe para presumir que estuvo en la palma de Buda. “Nosotros la usamos como invitación: “yo también estuve aquí”. Cada visitante que se fotografía delante del mural está, de alguna manera, replicando ese gesto irreverente”, asegura Diego.
Por último, escondieron diez insectos diminutos entre flores, tejados y zócalos. Los primeros se descubren fácil; los últimos cuatro son casi imposibles sin acercar la nariz al muro. Es una excusa para que la gente mire con calma y se conecte con la obra, no solo con la selfie.
Combinación de pizza con tecnología
Diego Alcaraz, socio fundador de Pizza Data, hacía rato que tenía idea de hacer algo en gastronomía, quería tomar una categoría que estuviera instalada pero combinarla con sus pasiones: la optimización, la tecnología y su admiración por Japón, “especialmente sus negocios gastronómicos monoproducto al paso, que hacen una sola cosa, pero la hacen extraordinaria”, explica.
Entonces, en plena pandemia, empezó con dos amigos a armar el proyecto. Probaron recetas y crearon una masa de pizza desde cero, armaron los procesos operativos y fueron diseñando un sistema donde todo tenía que estar conectado: calidad, velocidad, estética y tecnología.
Pero, ¿cómo sería esto llevado a la práctica? En los cuatro locales (Palermo, Belgrano, Tribunales y Caballito) tienen más de 10 cámaras cenitales grabando cada estación de trabajo, cada pizza que se arma y cada pedido que se despacha. De esta forma, si un cliente tiene una queja pueden revisar el video exacto del pedido que recibió. “Eso no existe en ninguna otra pizzería de Argentina. Los hornos tienen termómetros WiFi que reportan las temperaturas en tiempo real a la nube. Nuestro centro de producción trabaja con hornos Rational y algunos procesos semi-automatizados con robots de cocina. Y las operaciones de la empresa —de las tareas del equipo a los formularios, saludos de cumpleaños, reportes y auditorías— se hace todo desde una red social interna propia. Somos una empresa 100% paperless”, asegura Diego.
¿Para que hacen todo esto? Para lograr que el producto que recibe el cliente siempre esté a la altura, salga rápido y cueste lo justo. “Data es tecnología, pero también es cocina real, sin atajos, sin premezclas, sin freidoras”, concluye Diego.
Un frasco de masa madre de Corrientes a Buenos AiresJulián Fernández, chef ejecutivo y socio, nació en Chubut pero creció en Corrientes. Julián venía de una familia muy atravesada por la cocina, no porque se dedicaron a eso sino porque creció en una casa donde se comía rico, casero, con olla, con recetas que pasaban de generación en generación y mucha charla de por medio.
Cuando su familia se fue a vivir a Buenos Aires decidió quedarse en la provincia correntina para estudiar abogacía. Con dos amigos, en la vinoteca prestada por la familia de uno, armaron un emprendimiento de empanadas. “Aprendimos y nos equivocamos mucho. Teníamos dedicación y entrega total por ese emprendimiento. Fue la primera vez que produje en cantidad, que empecé a anotar recetas y a entender cómo funciona una cocina. Tenía que pensar cómo hacer que algo saliera 100 veces y que las 100 veces saliera igual”, recuerda Julián.
Un día, ya tarde, no tenían que comer y Julián tomó harina, agua y decidió hacer pizzas. Eran las más duras y sin sabor que había probado en su vida. Se rieron de cómo podían empezar un emprendimiento gastronómico sin siquiera saber amasar una pizza.
Entonces Julian, un poco obsesionado, empezó a mirar videos en youtube, entraba en foros y compraba kilos de harina, “hacía muchas pruebas, la entrega era total pero fracasaba muchísimo”, reconoce.
En un determinado momento logró dar con una receta de masa madre que le funcionó, era 30% de centeno y 70% de harina blanca. Harinas que no eran buenas, sin fuerzas, en ese momento él no sabía sobre la molienda ni nada del mundo de las harinas pero empezó a funcionar, “la empecé a alimentar todos los días, era como mi mascota, mi compañera”, recuerda Julián.
Decidió mudarse a Buenos Aires para continuar la carrera en la UBA y, junto a sus pertenencias, vino con su frasco de un litro de masa madre, una masa que él ya conocía, sabía cómo reaccionaba, cómo alimentarla, conocía sus tiempos, cuándo hacer pan y cuando no. Dejó la carrera, consiguió trabajo en un casino en Tigre y con el buen sueldo empezó la carrera de gastronomía. Consiguió su primer trabajo como ayudante de cocina en turno nocturno y terminó de entender cómo funcionaba una cocina a gran escala.
Pasó por varios trabajos de gastronomía y en todos lo acompañó su frasco de masa madre. “Hoy en Data todos los chicos de producción se encargan de alimentarla, utilizarla y de que siga viva, ya lleva ocho años y por eso para mí representa más que una fermentación de harina y agua, para mí es el inicio de todo, de mi vida adulta, de este hilo que une cada etapa de mi camino y que sigue”, concluye Julián con emoción.