Antes de que los vinilos se volvieran a poner de moda y en la antesala de la aparición de la música MP3, existió el CD, un disco brilloso, medio de plástico, que hoy en día se puede ver tapando patentes para evitar las fotomultas (si usted lo hace, sepa que es ilegal; si no lo hace, no tome esto como un consejo, gracias).
El CD provocó un cambio cultural. Se podían ver filas de adolescentes -y algún que otro oldie― en Musimundo, Tower Records (con su cuartel general en Cabildo y Juramento) o César PO (los rolingas de Flores y Floresta sabrán de qué se habla) para escuchar los CDs. ¿Cómo era la movida? Había una suerte de “columna de reproducción”, donde uno ponía los CDs, se colocaba los auriculares y se fijaba a ver si le gustaba o no lo que escuchaba (o simplemente se escuchaba el disco de arriba abajo porque era muy rata para comprarlo). Pasado el tiempo, los CDs, que al principio estaban sueltos en las bateas, empezaron a ser sujetados con una estructura metálica debido a los robos. Si hoy en día usted tapa la patente de su auto con un CD, quizás se haya robado uno en los 90, tendría mucho sentido.
El CD tenía mejor calidad que el cassette -un cuadrado de plástico con una cinta metálica que enamoró a todos en los 80― y fue la estrella de la cartera de ventas de cualquier vendedor ambulante. Es que el CD posibilitó la idea de tener un “picadito” de diferentes artistas. Es decir, a los colectivos se subían los vendedores ambulantes que promocionaban el CD con “Lo mejor de la cumbia”, “Lo mejor de Rodrigo” o “Grandes éxitos del Rock Nacional”. También tenía -apócrifos, por supuesto― los últimos trabajos de Bandana y Mambrú.
Para aquellos fierreros con auto propio la clave era tener un buen estéreo. No así tanto un buen auto. Se podía tener un Fiat Uno rojo planchado pero la gracia estaba en el equipo de audio y en llevar, en la guantera, la cartuchera con la magia. Y no, la cartuchera no era la de la escuela, sino una circular, con folios de plástico transparentes, donde se guardaban los CDs. Ahí estaba toda la verdad del ser humano que manejaba: Los Caballeros de la Quema, The Cure, el compilado bailable y también aquellos que preferían esconderse, como el MTV Unplugged de Alejandro Sanz.
Los medios de comunicación no se quedaron afuera de esta movida. Los diarios y revistas vendían colecciones completas. Las publicidades decían cosas como: “Lo mejor de Chopin, Mozart y Beethoven en una colección única. Encontrá el primer CD este lunes con LA NACIÓN”. Otros vendían compilados como: “Lo mejor del rock nacional de 1999″ o “Lo mejor de la marcha” (cuando a la electrónica todavía se le decía “marcha”).
Sin embargo, todo concluye al fin, nada puede escapar. La tecnología poco a poco dio paso a Internet y, con eso, cada cual empezó a descargar música en su computadora. Lo siguiente fue la muerte del CD: los reproductores de música MP3, pequeños, amigables y con una sola pila se llevaron puestos a los discman (sensibles a los golpes y necesitados de doce pilas cada cinco minutos). Los equipos de música fueron jubilados.
De aquellos años de gloria solo quedan cajas vacías o algunas que en su interior tiene CDs que no corresponden al artista que se ve en la tapa. En las casas todavía subsisten viejos “pies” organizadores, demasiado grandes para ubicar, inservibles para reutilizar y muy costosos -en su momento― para ahora tirar. Sin embargo, también quedan los recuerdos de aquellos años donde el CD fue la gran estrella y permitió horas y horas de felicidad… salvo cuando uno quería escuchar la canción que le gustaba, esa siempre saltaba.