Hay departamentos que son únicos. Que están escondidos en la ciudad, permanecen ocultos en lugares insospechados. El que habita la arquitecta Mónica Schuvaks es uno de estos.
En el último piso, del último edificio de fachada art decó que queda en pie en la zona de la Embajada de Estados Unidos, este espacio fue concebido por el constructor, en los años 20, para ser inicialmente el atelier de su hijo artista. De ahí su altísimo techo de cañón abovedado con una claraboya en el centro por donde entra la luz del sol y se ven las estrellas en la noche.
Luego fue sede de un estudio jurídico, y entonces las paredes se vistieron de madera: con boiserie y vistosas bibliotecas enmarcadas en arcos de estilo Tudor.
Después pasó a ser el célebre estudio de arquitectura de Schuvaks: con una mesa larguísima en el centro de todo en donde se recibía a los clientes, se proyectaba, y con escritorios alrededor donde trabajaban los integrantes del equipo.
Desde hace unos años, Mónica -en una de las tantas mudanzas a las que la empuja su naturaleza nómade- se instaló aquí, conservando la claraboya del artista, las bibliotecas de los abogados, las grandes mesadas de arquitectura. “Necesito habitar espacios con aire y luz, pero principalmente, que tengan carácter”, afirma Schuvaks.
Sin convencionesCuando vio el cartel de venta, Mónica no dudó en ir a conocer de qué se trataba esta propiedad que ya desde la puerta de ingreso al edificio prometía estilo, aunque no dejaba intuir todo el resto.
La cautivó la luz, la doble altura, los pisos impecables en madera de caldén y, especialmente, el hogar a leña, con chimenea, que le otorga espíritu de casa en medio en medio de la ciudad.
También, los ventanales en 180 grados que dan a cielo abierto, ya que no hay edificios altos a su alrededor. Entre una de las carpinterías que conservan la madera original, se ve flamear una gran bandera. Es la de Estados Unidos. Es la de la residencia del embajador.
Acostumbrada a hacer refacciones, además de enamorarse de la singularidad del departamento, inmediatamente Mónica distinguió el potencial que tenía.
Tanto que después de convertirlo en el que fue por años su espacio de trabajo, también supo darle una función residencial que antes nunca había tenido.
“Estoy viviendo acá porque me resulta cómodo y es un lugar muy querido. Además es distinto. Yo no puedo estar en viviendas muy estándares”, ríe.
Convertir el estudio en viviendaEn la reforma, la integración de la cocina al gran ambiente central fue una de las decisiones clave para darle identidad de vivienda. “Estaba cerrada y en esa pared había una parte las bibliotecas —detalla Mónica—. Yo las saqué, las corrí, rearmé algunos fragmentos con un buen carpintero y uní la cocina con ventana y barra”.
Schuvaks contó con un mentor clave para desarrollarse en el terreno de la iluminación: Jorge Pastorino, un diseñador que trabajó extensamente en Europa y es reconocido por esa tarea en el mundo del espectáculo.
Su capacidad para imaginar y ejecutar la llevó también a convertir su antiguo privado en el dormitorio, a ganar espacio de placard reduciendo la superficie del toilette y a transformar, en los ambientes secundarios, la doble altura en baulera. El baño principal fue reformado y hasta se creó un espacio verde propio en la terraza del edificio.
La gran recicladoraCon casi medio siglo de experiencia en el rubro, Mónica se define a sí misma como una “recicladora”. Es que su fuerte son las reformas: “Yo aparezco y tiro todo abajo, solo queda en pie aquello que veo que vale la pena rescatar”, comenta en tono de advertencia, pero aclara que también ha hecho numerosas obras de cero.
“Si tengo que elegir, prefiero crear a partir de algo que ya existe, tomar lo que hay, modificarlo, reinventar. Me resulta mayor desafío que hacer desde la nada”.
Esta filosofía se refleja en su propio hogar, donde muebles de distintas épocas, objetos de sus abuelos y padres, e incluso souvenirs traídos de viajes conviven armónicamente. “No soy minimalista en absoluto. Soy terrible: me sobran muebles, cosas, todo”, reconoce mientras señala un par de esculturas mongoles y celebra su hallazgo en un anticuario.
—¿Qué estrategias usás para que ese proceso que es tan complejo resulte fluido y efectivo?
—Lo primero es entender qué quiere el cliente y lo que necesita. Esto es delicado. Es fundamental escucharlo, pero se equivocan mucho en lo que creen que va a dar con aquello que desean o precisan. Entonces yo hablo mucho con ellos, e intervengo, pregunto mucho, propongo, aconsejo. Necesito información total. ¿Qué lugares usan más? ¿Qué zonas necesitan tranquilas? ¿qué guardan? Pregunto hasta de qué lado quieren el rollo de papel higiénico, cosas que tal vez nunca se cuestionaron, pero para las cuales seguro tienen una respuesta.
Esta meticulosidad asegura que el espacio final no solo sea estético, sino también, funcional y a medida del usuario.
Un orgullo totalHija de Manuel Schuvaks, un reconocido arquitecto que se dedicaba a la obra de cero y a la propiedad horizontal, Mónica forjó su propio camino. A pesar de dedicarse a otra especialidad -las reformas-, la herencia familiar fue un gran impulso y su inspiración.
“Acompañaba a mi padre a las obras los sábados por la mañana y aprendía mucho viéndolo manejarse. Él me enseñaba a moverme ahí sin correr riesgos, cómo caminar, cómo subir una escalera. Llevar su apellido en un ámbito en el cual ya contaba con determinada impronta fue muy placentero y una fuente de orgullo total”.