LONDRES.– A mediados de 2024, varios grupos de científicos publicaron un curioso hallazgo: las personas vacunadas contra el herpes zóster, el virus que causa la varicela y ”la culebrilla”, eran menos propensas a desarrollar demencia que los no vacunados. Dos de esos estudios eran del laboratorio del doctor Pascal Geldsetzer de la Universidad de Stanford. Tras analizar historias clínicas de Gran Bretaña y Australia, los investigadores concluyeron que aproximadamente un 20% de los casos de demencia podrían evitarse mediante la vacuna original contra el herpes zóster, que contiene virus vivos. Otros dos estudios –uno de la farmacéutica GSK y otro de un grupo de académicos británicos– también informaron que una nueva vacuna “recombinante”, más eficaz para prevenir el herpes zóster que la versión con virus vivos, parece ofrecer una protección aún mayor contra la demencia.
Durante años, la mayor parte de las investigaciones sobre el Alzheimer –la causa más común de demencia– se enfocaron en dos proteínas, conocidas como amiloide y tau, que se acumulan en el cerebro de las personas con la enfermedad formando placas y ovillos que impiden el correcto funcionamiento de las neuronas. La mayoría de los científicos daban por sentado que la causa principal del Alzheimer eran esas dos proteínas. Sin embargo, los estudios sobre el herpes zóster publicados en 2024, junto con una serie de nuevos artículos científicos, refuerzan una idea alternativa que ya circula desde hace décadas: que la enfermedad es desencadenada por virus. Según esta teoría, las placas y los ovillos de proteínas podrían ser, entonces, la respuesta del organismo a una infección viral subyacente. De ser así, la eliminación del virus podría prevenir el Alzheimer o ser eficaz para su tratamiento.
Ruth Itzhaki, profesora de la Universidad de Oxford, viene defendiendo esta idea desde hace casi 40 años. La mayor parte de su trabajo se centró en el virus del herpes simple tipo 1 (VHS-1), conocido por causar herpes labial, con el que están infectadas alrededor del 70% de las personas, la mayoría de ellas asintomáticas. El virus normalmente se aloja fuera del cerebro, donde puede permanecer latente durante años, y cuando se produce un brote de ese virus se manifiesta el herpes labial.
En raros casos, ese virus también puede provocar una inflamación masiva de las mismas áreas del cerebro que son las más afectadas por el Alzheimer. En experimentos realizados a principios de la década de 2000, la profesora Itzhaki descubrió que si infectaba células cerebrales humanas cultivadas en laboratorio con el virus VHS-1, los niveles de amiloide dentro de las células aumentaban drásticamente. Esto la llevó a sospechar una conexión causal entre el virus y el desarrollo de Alzheimer.
Itzhaki luchó durante décadas para que sus ideas fueran aceptadas por el resto de la comunidad científica. “Parecía una hipótesis descabellada y poco convencional”, apunta Or Shemesh, investigador de virus y del Alzheimer de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Quienes criticaban la teoría del virus argumentaban que era difícil de conciliar con el hecho de que el Alzheimer tiene una sólida base genética, o que se presenta en casi todas las personas con síndrome de Down.
Pero la creciente desilusión con la hipótesis principal sobre la causa del Alzheimer empujó a los científicos a buscar explicaciones alternativas, como los virus. Hace décadas, por ejemplo, se invierten decenas de miles de millones de dólares en el desarrollo de tratamientos para reducir los niveles de amiloide y tau en el cerebro, pero los resultados fueron decepcionantes: los fármacos que apuntan a disminuir los niveles de la proteína amiloide solo tienen un efecto leve sobre el desarrollo de la enfermedad. Pero el descubrimiento de que los patógenos pueden desencadenar otras enfermedades neurológicas –como la conexión que se estableció entre el virus de Epstein-Barr y la esclerosis múltiple– hicieron que esa conexión fuera cada vez más plausible.
La Iniciativa del Patobioma del AlzheimerPara dar base científica a la teoría de Itzhaki, un grupo de 25 investigadores y emprendedores de todo el mundo se unieron para formar la Iniciativa del Patobioma del Alzheimer (AlzPI), cuya misión es aportar pruebas formales de que la infección desempeña un papel central en el desencadenamiento de la enfermedad. El trabajo de AlzPI de los últimos años, que detalla cómo los virus desencadenan la acumulación de proteínas relacionadas con el Alzheimer, ya fue publicado en importantes revistas científicas.
Una nueva hipótesis, apoyada por algunos miembros de AlzPI, es que las proteínas amiloide y tau podrían ser, de hecho, la primera línea de defensa del cerebro contra los patógenos. Estas proteínas son pegajosas, o sea que pueden atrapar virus o bacterias y frenar su propagación antes de que se activen respuestas inmunitarias más sofisticadas, afirma William Eimer, de la Universidad de Harvard. Por lo tanto, en pequeñas cantidades, las proteínas parecen mejorar la salud cerebral. Sin embargo, la presencia de VHS-1 activo u otros patógenos puede sobrecargar el sistema inmunitario, provocando que las proteínas se adhieran entre sí y creen las placas y ovillos que dañan las neuronas y son típicos del Alzheimer.
Y en ese proceso también parece influir la genética, lo que contrarresta y despeja algunas críticas. La alta incidencia de la enfermedad en personas con síndrome de Down, por ejemplo, podría explicarse por el hecho de que sus cuerpos producen más proteína que, dadas ciertas condiciones, se convierte en amiloides. Algunos científicos de AlzPI teorizan que esa potencial mayor carga de amiloide podría facilitar la formación de placas en respuesta a un virus. Además, las personas con síndrome de Down también son más propensas a las infecciones virales.
Es más, en 1997, la profesora Itzhaki descubrió que las personas que tienen la variante genética ApoE4, conocida por aumentar el riesgo de Alzheimer, solo tenían mayor probabilidad de padecer la enfermedad si en sus cerebros también había presencia del virus VHS-1. En 2020, un grupo de científicos franceses demostró que las activaciones repetidas del virus, aparentemente inofensivas en personas sin ApoE4, más que triplicaban la probabilidad de desarrollar Alzheimer en quienes si tenían esa variante genética.
En colaboración con Itzhaki, científicos de la Universidad de Tufts investigaron por qué se produce esa reactivación. En 2022, descubrieron que la infección con un segundo patógeno, el virus del herpes zóster, podría reactivar el VHS-1 latente y desencadenar la acumulación de placas y ovillos. Esto podría explicar por qué la vacuna contra el herpes zóster parece proteger contra la demencia. En otro estudio publicado en enero, los investigadores de Tufts también demostraron que una lesión cerebral traumática –un factor de riesgo conocido para el Alzheimer– también podría activar el VHS-1 e iniciar la agregación de proteínas en células cerebrales cultivadas en placa de laboratorio.
La “teoría viral” del desarrollo del Alzheimer tiene implicaciones prometedoras para el tratamiento de la enfermedad. Los tratamientos actuales, que buscan reducir los niveles de amiloides en las células cerebrales, simplemente ralentizan la progresión de la enfermedad. Sin embargo, si los virus son un desencadenante, la vacunación o los antivirales podrían prevenir futuros casos. Dichos tratamientos también podrían ralentizar o detener la progresión del Alzheimer en quienes ya padecen la enfermedad. Y para nada de eso hacen falta grandes avances científicos, porque ya existen antivirales para el patógeno del herpes labial y ya sus patentes vencieron y son libres. Además, en muchos países la vacuna contra el herpes zóster ya se ofrece de manera rutinaria a todas las personas mayores.
Muchos investigadores revisaron y analizaron historias clínicas para buscar vínculos entre los antivirales y la reducción de los diagnósticos de demencia. Este tipo de análisis retrospectivos suele ser difícil de interpretar, ya que las personas que toman medicamentos o se vacunan suelen ser más conscientes de su salud en general, lo que las hace menos propensas a desarrollar enfermedades como el Alzheimer. Sin embargo, algunos resultados de esos análisis de datos son prometedores. Un estudio publicado en 2018 realizado en Taiwán reveló que, en las personas mayores con herpes labial, que tomaban un antiviral el riesgo de demencia se reducía en un 90%. Varios análisis posteriores de datos médicos de otros países hallaron efectos de protección más moderados de los antivirales, en general de entre el 25% y el 50%.
Ahora ya está en marcha el primer ensayo clínico doble ciego aleatorizado para evaluar la eficacia de los antivirales contra la demencia. Un grupo de investigadores, mayoritariamente de la Universidad de Columbia, está evaluando si el valaciclovir, un antiviral utilizado contra el VHS-1, puede ralentizar el deterioro cognitivo en personas con Alzheimer en fase inicial. Entre 2018 y 2024, los investigadores reclutaron a 120 pacientes y a la mitad de ellos los trataron con el antiviral. Esperan publicar sus hallazgos a finales de este año. John Hardy, cuya investigación constituye la base de la teoría amiloide dominante del Alzheimer y quien fue muy crítico de la teoría viral, afirma que un resultado positivo en este ensayo sería suficiente para convencerlo de lo contrario. Si Geldsetzer y su equipo consiguen financiamiento, pronto podría realizarse un ensayo similar de la vacuna contra el herpes zóster.
En el mundo hay alrededor de 32 millones de personas que sufren de Alzheimer. Si los tratamientos antivirales realmente logran ralentizar, retrasar o incluso prevenir a un pequeño grupo de esos millones de casos, el impacto sería enorme.
(Traducción de Jaime Arrambide)