La infancia de Marta Wajda transcurrió principalmente entre el estudio de pintura de su madre y el de diseño gráfico de su padre. Los fines de semana, en cambio, los pasaba con su abuelo, que era pintor y escenógrafo, y cuyo departamento parecía un pequeño museo.
Con tres generaciones de artistas en su familia, el proceso de crear era la forma natural de vivir para Marta, quien siempre pensó que, al igual que su linaje, iba a ser artista, un camino que más adelante decidió alimentar, pero que no estaba destinado a ser el sendero definitivo para su vida.
Mientras tanto, en Polonia, su país de origen, el escenario fluctuaba, con la caída del comunismo y el comienzo del capitalismo: “Pero eso no tuvo un gran impacto en la vida cotidiana de mi familia, porque el tiempo en mi hogar fluía al ritmo de la vida artística”, asegura Marta hoy al repasar su historia.
En el ritmo de vida de su familia, Marta también había incorporado el movimiento, y con él, comenzaron los viajes que la llevaron inesperadamente a abrir dos puertas impensadas: la de la gastronomía y la de la Argentina.
“Siempre pensé que iba a ser artista, de hecho cursé estudios en una academia, hasta que descubrí el mundo de la cocina casi por accidente”, revela.
La llegada a Buenos Aires fue otra historia, pero tanto la cocina como Argentina, ingresaron a la vida de Marta para quedarse.
Dejar la estabilidad y la comodidad para vivir en el sur del mundo: “Argentina rápidamente calmó ese miedo”Antes de que Argentina emergiera en el mapa, Marta ya había vivido fuera de Polonia varias veces. Su primer lugar de residencia fue Ligornetto, en Suiza, un pueblito que Marta rememora hermoso, rodeado de viñedos. Luego, siendo aún muy joven, se mudó a Berlín, una ciudad que la fascinó por su libertad. A su vez, su historia familiar de emigración la llevó a visitar Nueva York en numerosas ocasiones, donde permanecía por largos períodos, y hubo un tiempo en el que se instaló en Bali, Indonesia.
Polonia, mientras tanto, seguía siendo su base, allí tenía su hogar y su familia. Sin embargo, cuando Max, su esposo, ingresó a su vida, Marta consideró una emigración de Polonia hacia otro continente para volver a empezar una nueva vida: “La emigración me parecía algo natural, una etapa normal de la vida. Lo venía pensando desde hacía un tiempo”, cuenta.
“Fue Max quien sugirió mudarnos a Argentina, donde ya había estado varias veces. Y acepté. El momento de partir, por supuesto, fue difícil. Dejaba a mi familia, mi departamento y, sobre todo, la estabilidad y la comodidad. Sin embargo, Argentina rápidamente calmó ese miedo. En gran parte porque acá es mucho más fácil establecer vínculos personales que en Polonia”, reflexiona.
El lado a y el lado b de vivir en Buenos Aires: “Muchos bienes que en Europa son normales, acá se consideran de lujo”La llegada definitiva fue al comienzo de noviembre de 2022. Durante dos meses vivieron en Buenos Aires, hasta que el 1 de enero de 2023 decidieron emprender en auto un largo viaje rumbo a la Patagonia. Fueron dos mil quinientos kilómetros inolvidables en los que se preguntaron si valdría la pena instalarse en el sur, cerca de Cholila.
“La Patagonia es simplemente asombrosa, impacta por su naturaleza, su inmensidad, el hecho de que aún no está pisoteada por el hombre. Pero después de casi cuatro meses llegamos a la conclusión de que estamos en una etapa de la vida en la que necesitamos una ciudad, gente, acceso a la cultura”, explica Marta.
Finalmente, regresaron a Buenos Aires y, como casi todo extranjero recién llegado, se instalaron en Palermo. Con el tiempo, sin embargo, se decidieron por Belgrano por su atmósfera y arquitectura: “Tiene algo apacible, que permite descansar con tranquilidad”.
“La vida acá, en Argentina, desde un punto de vista práctico, es más difícil que en Europa, creo. Todo está muy lejos. Muchos productos no están disponibles. Muchos bienes que en Europa son normales, acá se consideran de lujo”, reflexiona. “En el lado positivo: las relaciones sociales acá son muy importantes. Las más profundas y amistosas, pero también las cotidianas. Este es un lugar donde la señora de la florería se acordó de mi nombre después de dos visitas, donde en el café saben lo que pido, donde los vecinos me saludan por la calle. Me sorprendió cuántas cosas funcionan distinto acá. Básicamente todo: desde la forma de pagar, hasta cómo se maneja un negocio o el sistema impositivo”.
Un amor que nació por no querer dejar de ver a los amigos y el deseo de emprender en Argentina: “Cocinar me da lo que el arte no puede: sabor y aroma”Todavía en Polonia, Marta descubrió su amor por la cocina sin buscarlo. Primero comenzó a cocinar porque quería encontrarse con sus amigos, y como su hijo era chiquito, no podía verlos en los bares o restaurantes donde se reunían, tal como se estila en muchos rincones del mundo. Decidió así preparar ricas comidas para ellos e invitarlos a su hogar y, en algún momento, alguien le dijo que tenía talento y alguien más corrió la voz y Marta empezó a recibir invitaciones a eventos gastronómicos. A la par, optó por formarse, en especial a través de pasantías en restaurantes.
“Por ejemplo, hice una pasantía de pastelería en el primer restaurante de Martín Giménez Castro, que es argentino y hoy es uno de los mejores chefs de Polonia”, revela. “Todo fue sucediendo de manera muy natural”.
A medida que sus conocimientos crecían, los desafíos de Marta tomaron tintes más serios. Finalmente, aún en Polonia, abrió su bistró en 2016, y un año después lanzó un servicio de catering premium, al que se dedicó durante varios años.
“En Polonia no existen estudios de cocina como en Argentina. La mayoría de los mejores chefs se formaron de manera autodidacta”, observa.
Ya instalada definitivamente en Buenos Aires, Marta sintió que abrir su restaurante era simplemente lo que quería hacer. En la capital argentina, halló a su vez una escena gastronómica en pleno crecimiento, compuesta por una comunidad llena de curiosidad por los nuevos sabores y nuevas formas de pensar la cocina.
Finalmente, inauguró Marta, un espacio elegante y con una terraza con su propia huerta, que considera más que un restaurante: para ella reúne la historia de su vida y, por ello, lo define como un hogar para el arte. Ubicado en la histórica casa de la familia Prada, buscó honrar la esencia del edificio y allí incorporó obras artísticas creadas por sus propios familiares.
“Cocinar me da lo que el arte no puede: sabor y aroma”, asegura. “No siento que tome cosas específicas de las cocinas de los países que me marcaron. Me interesa más entender la manera de pensar la cocina en cada lugar. Cómo se combinan los sabores, la cultura de cocinar, las técnicas que se usan. Por supuesto que hay sabores que me quedan y los uso, pero no desde un planteo tipo: `este plato va a ser una fusión de cocina peruana y francesa´. En el proceso creativo, distintos sabores, a veces muy lejanos entre sí, se combinan de manera natural en un plato nuevo”.
“¡Es lo mismo que pasa en el arte! Hay que combinar la precisión técnica con una idea, a veces una idea un poco loca. Nunca me detengo a pensar demasiado cómo sucede eso. Seguro que hay chefs que primero piensan en la técnica. En mi caso, primero veo la forma del plato, siento el aroma en mi imaginación, pruebo el sabor en mi cabeza. Hago bocetos, busco los productos y las técnicas que necesito para expresar lo que tengo en mente”.
“Para mí, un restaurante es, por un lado, un proceso de creación constante y, por otro, el cuidado de la hospitalidad, de la experiencia de quienes nos visitan, del vínculo con ellos. El nuevo menú (de invierno) es sin duda un desafío, y quiero que sea aún mejor que el primero”.
“La vida en Argentina es más liviana”Muchos años han pasado desde aquellos días en Polonia, donde Marta compartía sus horas con su familia de artistas. Argentina estaba lejos, al igual que el mundo de la gastronomía. Pero como la vida suele tener giros inesperados, ambas puertas se abrieron para descubrir primero esa otra forma de arte que trae la cocina, y más tarde, en el sur del mundo, esa otra forma de vivir la vida. Hoy, desde su rincón argentino, ella celebra la fusión y los aprendizajes en el camino.
“Desde lo emocional, la vida en Argentina es más liviana, no hay ese estrés constante europeo, ni ese apuro permanente. Para mí, lo emocional es más importante”, reflexiona Marta.
“Y con mi experiencia de vida, aprendí a no cumplir las expectativas de los demás y a seguir mi intuición. A no pensar en lo que dirán, sino en lo que siento. Aprendí que solo la libertad libera la creatividad y permite hacer cosas extraordinarias”, concluye.
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