El soleado sábado otoñal templó el ambiente para los cientos de lectores que concurrieron a la presentación de dos “novelas de isla” del escritor, periodista y académico español Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), la más reciente La isla de la mujer dormida (Alfaguara) y El problema final (Alfaguara), de 2023 y 2024, respectivamente, con su amigo, el escritor, periodista y académico Jorge Fernández Díaz. “Tengo la fortuna intelectual de ver cómo se acaba un mundo; voy hacia el final sin prisa ninguna, con el único miedo de verdad, pánico, a una agonía que me estropee el final”, dijo el autor, de 74 años, en la Sala José Hernández, donde habló sobre literatura, guerras, mujeres e imperios.
“Vendió veintisiete millones de libros en todo el mundo, fue traducido a cuarenta idiomas, le dio una nueva dimensión al género de la épica en español y se convirtió, de paso, en el escritor de aventuras más importante de la época -dijo Fernández Díaz para presentarlo al comienzo del encuentro-. Larga vida al rey Arturo”. Entre la audiencia se encontraban los escritores Eduardo Álvarez Tuñón, Josefina Delgado y Oscar Conde.
“Celebro estar aquí de nuevo en Buenos Aires”, saludó el invitado, best seller internacional con obras como El club Dumas, Territorio comanche y La Reina del Sur, que luego firmó ejemplares en el stand de Penguin Random House. “Lo amamos”, dijo a este diario una lectora; otra mostró que le llevaba de regalo un cuadro con frases del escritor.
“Las novelas van contigo, llevas un mundo de lecturas, de experiencias, y un día parte de ese mundo puede darte una idea, una música, una sensación, un paisaje y toma forma de novela”, contó sobre el origen de La isla de la Mujer Dormida, donde se combinan la novela de aventuras y de espionaje con “una historia de amor turbia” y de venganza que transcurre en una pequeña isla del mar Egeo, en los años de la Guerra Civil Española.
La protagoniza, como dijo Fernández Díaz, “un típico héroe revertiano”, el marino mercante (y aventurero y mercenario) Miguel Jordán Kyriazis. Y Lena, una mujer “que lucha sola en un territorio hostil donde las reglas las han hecho los hombres”, como describió el autor. “Es muy amargo ser mujer lúcida en determinadas circunstancias”.
Pérez-Reverte definió así su método de escritura: “Una novela es un problema que uno debe resolver aplicando herramientas profesionales, ese es el tipo de novelista que soy; uno intenta dotarla de aquellos elementos que van a hacerla atractiva para el lector y le agrega luego algo de uno”. Para él, la literatura es un juego y también una suerte de “maestra” que lo capacitó para enfrentar diversas circunstancias.
“Ir a la guerra es como ir al mar -dijo-. He ido a Beirut, o adonde sea, con mi mochila, y el mundo quedaba atrás; no me importaba ni mi familia, ni mis amigos, nada. Vivías el momento. El mar es una solución, incluso para mí ahora; tengo un velero y paso algún tiempo en el Mediterráneo y cuando estoy saturado de la realidad, la política, Europa, Putin, Trump, me voy a navegar. La vida terrícola queda atrás. Hay un tipo de gente para quien el mar, la guerra son una solución”.
Fernández Díaz le atribuyó el rescate de géneros considerados menores en lengua española, como la novela de aventuras, el western y las historias de detectives. “Hay un tipo de escritor como el que soy yo que reescribe los libros que amó, filtrados por su propia biografía -respondió el creador del capitán Alatriste-. Los libros que leí de joven y lo que vi en el cine me marcaron profundamente. Cuando yo salía con mi mochila, iba a confirmar lo que había leído y lo que había visto”. Reveló que los personajes femeninos de sus novelas eran “nietas” de Milady de Winter, de Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas, que leyó cuando era un niño. “También me disfrazo de Milady cuando escribo mis novelas”, reveló.
Se invocó al escritor español Javier Marías, amigo de Pérez-Reverte. “Javier en el fondo era un niño que jugaba, pero tenía la obligación de mostrarse serio, severo y grave, pero en realidad era un crío, por eso éramos tan amigos”, confió. El “niño Javier” y el “niño Arturo” jugaban con armas antiguas en los salones de la Real Academia Española.
Al referirse a El problema final, que protagoniza el actor británico que encarnó el personaje de Sherlock Holmes en el cine, Basil Rathbone, y que debe resolver un misterio en una isla, reveló que se había rodeado de libros de Arthur Conan Doyle. “Fue una inmersión muy agradable en el mundo holmesiano; hubo una banda de boludos que dijeron que Conan Doyle, Dashiell Hammett y Agatha Christie eran baja literatura y que Steinbeck, Faulkner y Joyce era alta literatura, y eso es mentira”, afirmó con vehemencia. Anticipó que El problema final estaba siendo adaptada a serie de Netflix, en España, con el actor español José Coronado como protagonista (lo que motivó un “aaaah” de la platea femenina), al igual que El italiano, en Italia.
Hacia el final, la conversación adoptó un tono crepuscular, cuando Pérez-Reverte reconoció que se sentía cansado. “Estoy cansado, es difícil de explicar porque no es pedantería ni estar por encima, sino que te sientes cada vez más fuera -admitió-. Yo vengo del siglo XIX, y vengo de una biblioteca que tiene que ver con los griegos, los latinos, los romanos, Dante, Cervantes, Montesquieu, Galdós, Dostoievski, Borges, me nutro de todo eso”. Las guerras, dijo, habían representado un “aprendizaje útil” y le habían dado una “especie de estoicismo frente a la adversidad, incluso la propia, nada me pillaba de sorpresa”.
“Ahora observo que el común del género humano, la sociedad occidental a la que pertenecemos, al privarse cada vez más de esos mecanismos de lucidez y de comprensión, se enfrenta a los problemas normales de la vida con mayor incertidumbre y desconcierto”, comparó. “No puedo sentirme solidario de un mundo que se suicida culturalmente de una manera tan burda, tan vulgar, tan ordinaria; lo siento, no es una cuestión de elitismo”.
“La historia no cambia, la historia hace crac y pita una historia nueva -concluyó-. Ante ese paisaje que no puedo cambiar, y que no hay solución, al menos tengo un consuelo: el privilegio de estar asistiendo al fin de una civilización y ser consciente de eso. Tengo la fortuna, tras haber leído tantos finales de imperios y de vidas, ver que ahora es mi mundo el que está desapareciendo”.