Cuando el orfebre alemán Johannes Gutenberg inventó la imprenta promediando el siglo 1400, Europa era eminentemente católica. Con una tasa elevadísima de analfabetismo, transmitir la fe era una cuestión de imagen y del boca a boca. En el momento en que una historia se relataba, con la ayuda del nuevo artefacto de progreso, una estampita se convirtió en el mejor modo para que los católicos abrazaran su fe, supieran leer o no. De allí saltaron a transformarse en un souvenir de comuniones, casamientos y bautismos, una protección para llevar en la cartera o el bolsillo, un modo natural al que encomendar las oraciones y de pedir a algún santo que interceda para que se cumplan los deseos. La tendencia se volvió cada vez más rica y los productos religiosos se convirtieron en moneda corriente.
Dicen que la Virgen de Schoenstatt, en medio de este boomerang de fe, fue la responsable de un emprendimiento que parece un clásico surgido de otro tiempo, pero que resulta estar más vivo que nunca y proyectando futuro.
Había una vez una familia numerosa surgida del amor entre María Teresa y Michel. Ocho niños en un departamento, con un par de abuelos viviendo a la vuelta y otro par apenas a unas cuadras, todo en la ciudad de Buenos Aires. A los peques les gustaba ir a la plaza y juntar figuritas. Al poco tiempo se fueron a vivir a zona norte y eso les regaló la libertad de la calle: andar en bicicleta, patinar, saltar a la soga, se juntaban en la vereda con otros chicos.
Tere es la quinta hermana y cuando nació, ella era la única mujer. Dice que se criaron en una familia donde siempre estuvo muy presente el trabajo, “el esfuerzo, la tarea en equipo, el hacerlo juntos para lograr un objetivo -explica-. Siempre estuvo muy marcada nuestra rutina por el empeño de lograr lo que queríamos. Siendo tantos no era fácil, pero mis papás lograron darnos una muy buena educación, pudimos llegar a la universidad, yo estudié trabajo social, por ejemplo”. La vida por ese tiempo, con los niños siendo niños, era tranquila. El foco estaba en jugar, estudiar y en la vida familiar.
“Más allá de que en conjunto tirábamos para el mismo lado, cada uno a su edad hacía lo lo suyo -relata Isa, la benjamina-. Me tocó pasar por la crisis del 2001 siendo muy chiquita, tenía sólo 6 años. En ese momento no era consiente de lo que se vivía, pero años después entendí el esfuerzo de mamá, papá y de nuestros hermanos más grandes ayudando”. Entre tantas cosas, uno de los mayores se hizo cargo de pagar el turno de inglés en el colegio para Isa, de modo que pudiera tener la misma oportunidad que ellos habían tenido.
Del rezo a la medallita
María Teresa es muy católica. En medio de la batahola de tantos niños combinada con las ganas de criarlos lo mejor posible, empezó a rezarle a su advocación favorita, la alemana Virgen de Schoenstatt. En sus plegarias le pedía que le mandara algún trabajo donde pudiera combinar la educación de sus hijos con lo laboral y así aportar a la economía familiar que no estaba en su mejor momento. Tanto insistió que, asegura, su emprendimiento es un regalo de la Virgen.
“En el año ´97 una persona cercana le pidió que la ayude a encontrar una linda medallita para una comunión que tenía -relata Tere-. Mamá siempre conseguía cosas bonitas, y así empezó”. Una estampita para uno, una cadenita para otro y sin darse cuenta había nacido una santería. “Por un deseo de mi madre, sobre todo, pero desde una necesidad de trabajar, pero disponiendo de su tiempo para poder cuidar a sus ocho hijos”, completa Isa.
María Teresa empezó con medallitas, con pulseras de oro de 14 quilates, pero siempre enfocada en la imaginería religiosa. “La santería de mamá comenzó así: yendo de casa en casa con una mochila -agrega Tere-. Empezó a hacerse conocida, muy de boca en boca, la llamaban al teléfono de línea…“. Frecuentaba ferias locales y de Navidad. Ahí se sumó Tere cuando tenía 14 años. Con ese pequeño trabajo se pudo pagar el pasaje para un viaje al que la invitaron unas tías. La santería fue haciéndose cada vez más conocida. No tenía un nombre, “eran las iniciales de mamá -explica Isa-, porque nunca encontraba uno adecuado que la convenciera. Era tan potente para ella, que no lograba decidirse”.
Todo andaba como Dios manda, ya con la colaboración activa de Tere e Isa. Hasta que llegó la pandemia y todo cambió. Fue un momento bisagra, “mamá ya estaba más grande, estaba cansada, tuvo COVID -enumera Isa-. Fue un impasse que la enfrentó a preguntarse si era momento de cerrar o seguir”. Algunos de los hermanos decidieron renovar la idea y darle un toque de modernidad. “Uno ayudó con la marca -añade Tere-, fuimos viendo cuáles eran los valores que nos identificaban, qué queríamos contar, cómo armar un Instagram, qué identidad darle, cómo hacer para seguir siendo un emprendimiento familiar y no perder ese estilo de cercanía con el cliente, porque para mamá no lo eran”. María Teresa conserva un libro de quienes la visitaban con los mensajes que le dejaban. “Hacía un amigo de cada persona que le compraba una medallita -sigue Tere-. Se quedaban charlando dos, tres horas. Mamá generaba estos vínculos, por eso el negocio era conocido como la santería de Tere”. “Nosotros -aporta Isa- iniciamos el camino de otorgarle valor a todo el esfuerzo que venía haciendo ella y le dimos una nueva impronta”.
La herenciaEmpezaron por pensarle un nombre. Fueron viendo y el que resonó más fuerte fue “Mi Purísima”, que se inspiró en un cartel que estaba en la puerta del zaguán de una de las abuelas. “Allí había una chapita de bronce en la puerta que decía Ave María Purísima”, explica Tere. “Es también como el cura Brochero, el primer santo argentino, llamaba a la Virgen”, añade Isa. Respetaron desde la devoción de mamá por la Virgen y a la de la familia por Brochero, sobre todo de uno de los hermanos y su esposa. “Quisimos hacer honor a una santería argentina con impronta de familia y de llegar a todos como lo hacía Brochero”, completa Tere.
Desde la concepción de marca identificaron bajo ese nombre la representación de la madre, de la ternura, del cobijo, del cuidado a los hijos, el rol de la Virgen en la vida de Jesús y de una mamá en la de sus hijos, y “de cómo la santería busca también seguir ese legado de estar presente, de estar atento a los detalles, de acompañar en el proceso y crecimiento -dice Tere-. Hoy llegan a la santería chicos que venían con sus mamás, que tomaban la comunión y hoy ya se casaron, y vienen a comprar sus alianzas. Eso habla de que los acompañamos en cada uno de los momentos más importantes de sus vida”. Para el logo volvieron a las fuentes, como con el nombre: “surgió a partir de una imagen de la Virgen del Socorro que estaba en el patio de nuestra abuela y que a mamá le encantaba”, confirma Isa.
Hoy se enfrentan a varios retos. “En la economía fluctuante de Argentina todos sabemos que no es fácil emprender y las cosas que vendemos están muy supeditadas a los valores de mercado -analiza Tere-. Entonces, tuvimos épocas donde cambiaban a cada hora y eso no fue fácil. Por momentos elegimos tomar riesgos nosotros, en otros frenamos un poco, pero nunca cerramos la puerta”.
Podría creerse que la santería es un negocio antiguo, pero no lo es. “Es actual y de todos los tiempos -afirma Isa-. No pasa de moda. La gente se sigue bautizando, sigue tomando la comunión, sigue confirmándose, casándose, aunque quizás para algunos jóvenes pase de moda, para muchos otros no. Nosotros estamos convencidos de querer acompañar en los sacramentos y en los momentos trascendentes de la vida”. Intentan acompañar el juego modernizándonse: desde el producto, la comercialización, el packaging, la atención, “en cómo llegar puerta a puerta y que la persona tenga lo que buscaba en su mano”, suma Tere
Trabajan fuertemente con artistas, orfebres y artesanos para lograr piezas muy exclusivas hechas a mano y con amor. Pero, además, lo viven en familia. “Al ser un negocio familiar, convivimos con él -cuenta Tere-. No existen vacaciones ni comida familiar donde no salga el tema de la santería. Muchas veces nos tenemos que frenar”. Cuando hay algún desacuerdo coinciden ambas en que queda en la oficina. “En algunas conversaciones mi papá decía, ”¿van a seguir hablando de medallitas?” -recuerda Isa con humor-. Sí, vamos a seguir hablando de medallitas porque nos apasiona, porque queremos que lleguen a la puerta de cada argentino y a cada rincón del país”.
Una de las metas más claras fue la de mantener la cercanía y la capacidad de resolver. “Antes la retábamos a mamá cuando atendía un domingo al mediodía y hoy a veces nos pasa que “salvamos” a un cliente de un apuro”, confirma Tere. “Trabajamos mucho desde la confianza y del diálogo, de entender qué es lo que la persona quiere”, aporta Isa.
Trabajan fuertemente en buscar piezas diferenciadas. Su anillo del Espíritu Santo, por ejemplo, hecho por un platero, es artesanal. Combina lo religioso con lo moderno y, lo canchero, con la moda. Su hit es una medalla de mujer con unos brillantes circonias engarzados. Es una medalla de estilo antiguo que las clientas regalan a sus hijas de 40, de 15 o para la comunión. “Es una pieza que nos identifica, porque se había dejado de hacer y mamá buscó la manera un artesano capaz de realizarlas. No se venden en otro lugar más que en nuestra tienda”, relata Tere.