El éxito a veces llega luego de una larga búsqueda, y otras sin que se lo espere. Lo que no tiene alternativas es el talento de una persona para alcanzarlo. Sandro -quien este martes 19 de agosto cumpliría 80 años- logró el éxito rotundo, tanto dentro de los cánones de la industria de la música como por su propio carisma, inigualable e irrepetible.
Con las canciones pasa algo similar. Puede que el éxito llegue porque fueron pensadas con ese fin, o puede que terminen destacándose a pesar de que eran las últimas, casi de relleno, que se incluyeron en un disco. En ocasiones tienen una historia para contar, están inspiradas en un hecho real o develan una ilusión. Pero también estás aquellas que cuentan con apenas una palabra como disparador. La más emblemática del repertorio de Sandro es una de estas últimas. “Rosa... Rosa” es un juego de palabras que se convirtió en un hit imbatible y la síntesis más acabada de un personaje que puso toda su intensidad al servicio del personaje que forjó durante su juventud. La pasión de su interpretación y sus movimientos frente al micrófono, su fama que se extendió de escenarios a películas y las enfermedades que se prolongaron hasta un largo final fueron parte de un mismo personaje que marcó un rumbo. Aunque, curiosamente, nadie pudo seguirlo, más allá de las aplicadas imitaciones.
Una palabra que se repite (rosa rosa) fue el punto de partida. Solo eso. Para finales de los sesenta la carrera solista de Sandro tomaba impulso con fuerza. Atrás había quedado la etapa de subir a los escenarios con su nombre real, Roberto Sánchez. Se había impuesto el nombre Sandro (con toda su ascendencia húngara, por su familia paterna, aunque nunca se haya terminado de determinar su filiación gitana); ese nombre con el que sus padres lo habían querido anotar en el registro civil, aunque no se lo permitieron. Y se había impuesto una voz que ya había transitado escenarios junto a Los de Fuego, y rocanroles clásicos del país del norte traducidos al español. Para 1969 Sandro tenía una fama ya ganada. Estaba asociado a Oscar Anderle -que era el cerebro de sus negocios, el que amplificaba toda la veta creativa del astro- y a Jorge López Ruiz, quien decoraba con arreglos y orquestaciones muchas de sus canciones.
Sandro solía visitar a López Ruiz con mucha frecuencia. En la casa del músico trabajaba una empleada doméstica, llamada Rosa Díaz. Así lo cuenta Pablo S. Alonso, en la investigación que hizo para su libro La música de Sandro, cómo se hicieron sus canciones: “Todas las noches venía con el Renault Dauphine porque no quería que nadie lo reconociera, desde Lanús hasta mi casa en Martínez, a comer, y ahí me tiraba una punta de temas. Laburábamos como locos, cada vez que grabábamos doce temas teníamos cien para elegir: un disparate”, le contó López Ruiz.
Según el recuerdo del músico, cuando Sandro le canturreó a su empleada, “Rosa Rosa, qué me preparaste”, en seguida le sugirió que escribiera una canción con eso. Por supuesto que la canción tomó otros vuelos y otros fuegos. Porque no habla de comidas ni de reuniones.
“Rosa Rosa dame de tu boca, esa furia loca que mi amor provoca, que me causa llanto por quererte tanto solo a ti”. Y luego redoblaba la apuesta: “Ay, Rosa, Rosa pide lo que quieras, pero nunca pidas que mi amor se muera, si algo ha de morir, moriré por ti”.
Ventas millonariasEl tema se publicó en un single junto con “Cuando existe tanto amor”, que además de la dupla compositiva de Sandro-Anderle había sumado la colaboración de Silvio Soldán. Sin embargo, en el Long Play, “Rosa...Rosa” apareció en el tercer surco del álbum y “Cuando existe...” en el último. El éxito de “Rosa...Rosa” marcó una venta de dos millones de copias, algo imbatible en la carrera del astro y de muchos intérpretes argentino de la época.
Según la investigación de Alonso, la rosa aparecía con recurrencia en el cancionero de Sandro. En “Como lo hice yo” canta: “tendrás quién te lleve las rosas”. El poderoso “Tengo” dice: “Tengo poemas de amor y rosas, mil cosas maravillosas, y todo es para ti”. Y en abundancia aparecen en el valseado “Lluvia de rosas”, con el vibrato exacerbado de “El gitano”.
Incluso, varios años después Sandro protagonizó una película que se llamó Operación Rosa Rosa. Fue en 1974, cuando ya le había tomado el gusto a la cámara y había participado en diez títulos -Quiero llenarme de ti, Gitano, Muchacho, Siempre te amaré y El deseo de vivir, entre otras-. Se embarcó en este proyecto cinematográfico que nada tenía que ver con su famosa canción. Pero el título era tentador. Obviamente, la palabra operación apuntaba hacia otro curso. Se trataba de una historia de espionaje donde él repartía su tiempo entre los escenarios (porque su papel era el de un cantante famoso) y el espionaje para desbaratar a la temible y maligna organización Medusa. Ramblers corriendo a toda velocidad en escenografías portuarias, noches de seducción y escenas de pelea.
Nada relacionado con su famoso hit ni con los platos que aquellas noches de finales de los sesenta le preparaba Rosa Díaz, para amenizar las jornadas de trabajo que encaraban Sandro y López Ruiz. Desde 1967 hasta finales de esa década Sandro encontró un sonido particular gracias a esa sociedad con su orquestador. El hombre que vestía las canciones del galán de Banfield tenía en su haber una variada producción y un diverso desarrollo musical. Habitué de las reuniones llamadas folkloréishons de una cofradía que se reunía en la casa de Eduardo Lagos para dedicarse a la proyección folklórica; contrabajista de uno de los famosos tríos de jazz del genial Enrique Mono Villegas; creador de contestatarias obras conceptuales que terminaron prohibidas, como El grito (1967) y Bronca Buenos Aires (1970).
Quien conozca su historia seguramente se preguntará qué sucedió para que el mundo de Sandro y el de López Ruiz se cruzaran. Pero sucedió. “Yo borré a Los de Fuego y cambié su sonido, lo transformé en un baladista”, dijo una vez sobre su trabajo con Sandro.
Y realmente lo logró, claro que con la indispensable materia prima que aportaba Sandro. “Penumbras” es una canción tan lenta que podría haber sido escrita por Leonardo Favio. Pero no, llevó la firma de Roberto Sánchez y Oscar Anderle. Además de que realmente mostraba, para 1968, ese giro rotundo del rocanrol a la balada, su letra y su música tenían resonancia en el título. No había estridencia en los arreglos orquestales de López Ruiz ni en las palabras que Sandro pronunciaba con absoluta lentitud.
“La noche, se perdió en tu pelo. La luna, se aferró a tu piel. Y el mar se sintió celoso, y quiso en tus ojos, estar él también”. Después de una frase así, ¿qué mujer no caería rendida a los pies del cantante? El tema fue dedicado a la Miss Argentina Yoli Scuffi (que además concursó en el certamen de Miss Mundo). Sandro la grabó en 1968, el día mismo día en que cumplió 23 años.
Dentro del universo del “mito Sandro” se lee que la inspiración surgió en los pasillos de Canal 9 mientras esperaba para dar un recital. En la nota dedicada para la serie de “Grandes historias de canciones” que Fernando García escribió sobre “Penumbras” se rescata el trabajo de Graciela Guiñazú, biógrafa y curadora del archivo del astro. Allí consigna que el cantante confesó el origen del tema a Eduardo Aliverti, en el programa de radio Dos Gardenias. “‘Penumbras’ es uno de los temas más espontáneos que escribí en mi vida”, le dijo al periodista y locutor una noche de 2004. Lo hizo sentándose frente a un piano vertical en el que, de un tirón, apareció la frase: “La noche se perdió en tu pelo, la luna se aferró a tu piel” y ahí mismo, con la morocha de ojos verdes embelesada a su lado, completó muy rápido el resto de la canción. Parece prodigioso (lo es) que el Everest melódico de Sandro haya surgido así, una polaroid, pero Guiñazú dice que era algo muy común en él. “En el archivo hay muchas letras escritas en servilletas o papeles casuales. La letra de ‘Penumbras’ está pasada a máquina y, originalmente, él la tituló ‘Penumbra’”.
Sandro nunca habló de la relación que mantuvo con Scuffi, tampoco de que ella era la chica de la tapa del disco Una muchacha y una guitarra. Pero así debía ser, para seguir alimentando la voz, el personaje y el mito.