Blanca Nieves (Snow White, Estados Unidos/2025). Dirección: Marc Webb. Guion: Erin Cressida Wilson, Jacob Grimm, Wilhelm Grimm. Fotografía: Mandy Walker. Edición: Mark Sanger. Elenco: Rachel Zegler, Gal Gadot, Andrew Burnap, Ansu Kabia, George Appleby. Calificación: Apta para todo público. Distribuidora: Disney. Duración: 109 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Después de tanta controversia alrededor de la modernización del cuento y la elección del elenco, de tantas demoras desde el rodaje iniciado en 2020, y del creciente fantasma de un posible fracaso después de la lenta taquilla de La sirenita (2023), Disney finalmente estrenó la versión live action de Blanca Nieves, con Rachel Zegler como la princesa, Gal Gadot como la madrastra malvada, y siete criaturas mágicas que reemplazan a los famosos enanitos del dibujo animado. Este último cambio, en sintonía con una mirada más contemporánea, desterró la segunda parte del título y levantó nueva polvareda. ¿Por qué se puede discutir el color de piel de la heroína, el rol del príncipe azul en el cuento de hadas, y no la inclusión de verdaderos enanos como los habitantes del bosque encantado? Esas fueron algunas de las reflexiones alrededor de una de las versiones más esperadas de la galería de clásicos de Disney, y también las que relegaron la importancia de la película, su valor artístico y su relación con el musical, a la sombra de la polémica.
Blanca Nieves, así a secas, funciona en sus propios términos, esto es, en la lógica del cuento de hadas. Adaptada de la versión animada de 1937, recoge el “había una vez” de los hermanos Grimm y la ambientación en un reino irreal, gobernado con coraje y justicia por una pareja de monarcas que comparten con su pueblo la vida en armonía y la solidaridad mutua. Esa vida ‘feliz’ se ve rasgada por una doble tragedia: la muerte de la reina y el arribo de una mujer bella y misteriosa que, casi en un pase de magia negra, se casa con el viudo y se convierte en la Reina Malvada. Desaparecido el rey en una batalla en las tierras del Sur, la nueva consorte se erige como una autócrata: los campesinos son reclutados como soldados, el pueblo vive con egoísmo y sacrificio, el coraje y la bondad se convierten en mezquindad y sumisión. Y Blanca Nieves termina como una sierva confinada al lado oscuro del castillo.
Blanca Nieves es, entonces, la historia de una rebelión. La primera canción que interpreta la princesa en su cautiverio, “Waiting On A Wish”, compuesta por la dupla Pasek & Paul -junto a Jack Feldman-, contiene la clave de esta versión: la concepción de la heroína no como una damisela en apuros que espera el rescate por ajena voluntad, sino aquella que debe asumir su propio rol en la historia. Más allá de la carga simbólica que asume la canción, concebida además como hilo conductor del musical, la puesta en escena de Marc Webb y las coreografías de Samantha Jo Moore (responsable de las rutinas de La La Land) rompen con la unidad espacial de los musicales clásicos, asumen el permanente desplazamiento de la cámara como empuje de la narración, y reemplazan el virtuosismo del baile por la atención al relato (la restitución del reino perdido) y el equilibrio de la acción (entre la heroína y sus ayudantes).
En términos musicales, la Blanca Nieves animada ofrecía una primera aproximación al musical integrado. Hasta entonces, los musicales de backstage no abandonaban sus residuos teatrales, las coreografías ocurrían sobre escenarios o espacios de demostración (tanto los caleidoscopios de Busby Berkeley como los duetos de Fred Astaire y Ginger Rogers), y los argumentos rondaban la vida teatral, el mundo del espectáculo o los profesionales del baile. Incluso las ‘operetas’, como las de Ernst Lubistsh o Rouben Mamoulian, asumían el legado de una ficción que podía separar la canción del argumento, sin hacer de la primera un eslabón imprescindible del segundo. Pero con su primer largometraje animado, Walt Disney anticipó dos cosas: la importancia de la integración en el musical para alcanzar su plenitud clásica (algo que demostraría El mago de Oz al final de los años 30); y la alianza entre el mundo artificial del musical, ya consagrado como género, y la animación (algo que demuestra la posterior aparición del ratón Jerry en Leven anclas junto a Gene Kelly).
La nueva Blanca Nieves no renuncia a los códigos de la animación como condición de su universo, de ahí que el CGI de los “enanos” es funcional a la lógica que la película consagra. Los números “Heigh-Ho” y “Whistle While You Work”, ambos con las canciones clásicas de Churchill y Morey, responden al espíritu animado, y permiten la definición de los personajes -el primero, como trabajadores de la mina; el segundo, como comunidad-, así como el cambio por venir tras la llegada de Blanca Nieves a sus vidas. Webb y la guionista Erin Cressida Wilson asumen la tradición (del cuento de hadas y del musical) más allá de ese dogma absurdo que a veces se busca tras los clásicos (hacerlos inamovibles), y se permiten explorar el carácter oscuro del relato de los Grimm -la impugnación de la justicia bajo la tiranía de la belleza-, al mismo tiempo que la condición rebelde del musical, que entiende al artificio como un camino para la trasgresión de la realidad y no para su reproducción.