Hace 2800 años, Olimpia, en el Peloponeso, a 320 kilómetros de Atenas, era apenas una pista desnuda, apta para la única prueba en el programa. El escenario de los primeros Juegos Olímpicos era territorio inviolable. La Tregua Sagrada no evitaba guerras, pero sí protegía a los atletas. Se construyeron luego el templo a Zeus, el más importante de los dioses olímpicos, a su hijo Hércules. El Hipódromo para las carreras de carros, estatuas de vencedores, santuarios, gimnasio con columnas, salas, duchas, aceites y palestra con salas de lucha, entrenamiento y masajes. Y el Pritaneon, residencia y comedor de los atletas, que un mes antes debían presentarse en la Elide (a unos 57 kilómetros) para demostrar que eran griegos libres, sin delitos y con diez meses de entrenamiento.
Los ganadores (no el segundo, ni el tercero) eran premiados con una corona de laureles que llegaba de manos de Niké, diosa griega de la victoria. En Olimpia estuvieron ayer los siete candidatos que competirán el jueves para ver quién será el décimo presidente en 131 años de historia del Comité Olímpico Internacional (COI). Lord Sebastian Coe lidera los sondeos. Es el favorito de Nike, que ya no es una diosa, sino una marca. Y poderosa.
Además del título de Lord, Coe, exdiputado conservador, expresidente de la Asociación Olímpica Británica, conquistó cuatro medallas olímpicas (dos de oro en los 1500 metros), consiguió ocho récords mundiales al aire libre y tres en pista cubierta, es titular de la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) desde 2015, miembro del COI desde 2020, organizador de los exitosos Juegos de Londres 2012 y exempleado de Nike, a cuyo salario de 142.000 euros anuales fue obligado a renunciar unos años atrás.
En sus edificios en Oregon, todos con nombres de grandes exatletas, Nike tiene uno que que se llama “Sebastian Coe”. Tiene seis pisos, 43.000 metros cuadrados y cascada. En el campus funcionaba el Nike Oregon Project (NOP), con los atletas Mo Farah y Galen Rupp, entre otros, oro y plata en los 10.000 metros de los Juegos de Londres. Hasta que la Agencia Antidoping de Estados Unidos (USADA) suspendió por cuatro años al entrenador Alberto Salazar y al endocrinólogo Jeffrey Brown, responsables de un tratamiento que subía el nivel de testosterona de los atletas: doping.
Coe, firme defensor de Salazar, quedó también a salvo de otro escándalo de doping liderado por Lamine Diack cuando el senegalés era presidente de la IAAF. Coe, que fue su vice durante siete años, es hoy un firme cruzado contra el doping de atletas rusos. La británica, escribió entonces Barney Ronan en The Guardian, “sigue siendo la mejor hipocresía del mundo”.
Las sanciones contra Rusia se agravaron porque al doping le siguió la invasión a Ucrania, que son tema central en el debate electoral (el COI, como casi todos, no habla en cambio de Palestina). Fueron difíciles de aplicar para el más dialoguista, Thomas Bach, el exesgrimista alemán que dejará el 24 de junio su presidencia de doce años en el COI. La inició en 2013 en Buenos Aires con el apoyo de Adidas, de la cual fue Director de Promoción (“lobbysta”, simplifican sus críticos) en los años 80.
Bajo su gestión, se renovó el 72 por ciento de la Asamblea que votará mañana, entre los cuales siete integrantes de familias reales, así como exjefes de Estado, un canciller (el argentino Gerardo Werthein), empresarios y atletas, como la exnadadora zimbabuense de 41 años Kirsty Coventry, siete medallas olímpicas, extrañamente impulsada por Bach, como parte de la renovación femenina (48 mujeres en una Asamblea de 110 miembros).
Suena difícil que Coventry se convierta en la primera mujer y en la primera africana presidenta del COI. La lista de candidatos sigue con el amable príncipe jordano Feisal Al Hussein; el francés David Lappartient (titular de la Unión Ciclista Internacional, acaso el más “progre”); el japonés Morinari Watanabe, que dirige la gimnasia mundial y quiere Juegos simultáneos en cinco continentes, y el millonario británico-sueco Johan Eliasch, presidente de la Federación Internacional de Esquí y Snowboard. Y uno más, el rival principal de Coe: el español Juan Antonio Samaranch (h.), sí, hijo del catalán franquista que ya fue presidente olímpico.
Samaranch padre celebró los brillantes Juegos de 1992 en su natal Barcelona, sufrió escándalos internos de corrupción, y antes de irse hizo entrar a su hijo, hoy un banquero de 65 años iniciado en Nueva York, vice del COI, firme defensor del lema de Bach (“cambiar o ser cambiado”) y del diálogo con Donald Trump, porque Los Angeles será sede de los próximos Juegos de Verano (2028) y hay diferencias de criterio sobre doping y atletas trans.
Estados Unidos, dice Samaranch Jr., es acaso “el socio” hoy más importante del COI. Su padre era diplomático de Franco en la entonces URSS cuando fue elegido presidente olímpico en 1980, en la Casa de los Sindicatos Soviéticos, en plenos Juegos de Moscú, años de boicots y Guerra Fría. La elección se cocinó en la habitación de João Havelange y con la presencia clave de Horst Dassler. El patrón de Adidas fue correspondido con la apertura plena de los Juegos a los deportistas profesionales. El lujoso resort The Romanos, en el balneario Costa Navarino, frente al Mar Jónico, a cien kilómetros de Olimpia, tiene 321 habitaciones. En alguna de ellas, acaso, ya se sabe quién ganará mañana.