En menos de un año, renunciaron once de los doce jardineros que trabajan en Highgrove, la residencia familiar de los reyes Carlos y Camilla en Gloucestershire, Inglaterra. Los hombres y mujeres que cuidaban las flores y canteros, les daban forma (geométricas o de animales) a los topiarios y mantenían corto el pasto prefirieron buscar otros horizontes, cansados de las malas condiciones laborales al servicio de Su Majestad.
El diario The Times se enteró de esas renuncias y buscó a los ex empleados para que dieran su testimonio. Según contaron ellos, si bien ese trabajo a las órdenes del Rey les daba prestigio, ganaban mucho menos que los jardineros de otras grandes propiedades inglesas: “Es como si te dijeran ‘deberías estar agradecido de que te hayamos dado un trabajo’”, explicaron.
Los motivos del descontento no son únicamente económicos: Carlos siempre se consideró un conservacionista y no permite el uso de pesticidas para combatir las malezas y las plagas, ni máquinas podadoras. Los parquistas relataron que en sus largas jornadas se deslizan boca abajo sobre el terreno para quitar los yuyos uno por uno y que por las noches deben salir con linternas para sacar las babosas, también a mano. Además, los topiarios se modelan con tijeras de podar y los pastos se cortan con guadañas, como se hacía antiguamente.
Carlos está orgulloso de que Highgrove sea un paraíso natural al que, asegura, le puso el “corazón y el alma”. Con diferentes áreas diseñadas por expertos como los paisajistas Rosemary Verey, Miriam Rothschild y Sir Roy Strong, el monarca conoce las especies que crecen en su propiedad, tanto autóctonas como exóticas, y se enoja si sus empleados las confunden. Cuentan que un jardinero no pasó la prueba de admisión sólo porque desconocía el nombre de una flor en particular. “Aparten a ese hombre de mi vista”, dijo el Rey, y le negó el puesto, sin miramientos.