Riesgos, costos y consecuencias del giro proteccionista de Estados Unidos

Aun cuando esta guerra comercial iniciada unilateralmente por Donald Trump solo haya sido una táctica para forzar una negociación y no escale demasiado ni se generalice (a esta altura, sería el mejor escenario frente al descalabro que implicaría profundizar la confrontación), su impacto en los mercados financieros, en la economía real, en la reputación de su país y en la política interna tendrá consecuencias perdurables. Los responsables de este innecesario conflicto cometieron errores groseros en la presentación y la justificación de las tarifas (su jugada inicial), al margen de desconocer o negar conceptos y datos básicos de economía política internacional (incluyendo la dinámica reciente de globalización y sus complejos mecanismos de interrelación). Un (¿hasta ahora?) circunspecto y riguroso diplomático europeo comentó hace unos días: “¿Te acuerdas del libro de Thomas Friedman no? (por The World is Flat, El mundo es plano) Pues bien, viene el segundo tomo: The World is Fucked (El mundo está jodido)”. Tanto Keir Starmer, el primer ministro británico, como Darren Jones, su secretario del Tesoro, afirmaron hace un par de días que “la globalización no existe más”. Muchos de los principales especialistas en relaciones internacionales, como Joseph Nye, y de mercados financieros, como Ray Dalio, hablan con frialdad de un cambio de época.

Para algunos se trata de una visión que Trump sostiene desde su juventud, enfatizada en su campaña electoral e insinuada durante su anterior gestión. Estaría así cumpliendo con su palabra y tratando de devolver empleo industrial genuino a muchas zonas de su país, desarticuladas por la emigración de empresas y trabajo a países emergentes. Los más críticos indican, por el contrario, que es fruto de una ideología nacionalista y populista impulsada entre otros por Steve Bannon y de prejuicios y xenofobia (hay un dejo de desagrado en la forma en la que pronuncian “China”). Argumentar a favor del proteccionismo manifiesta ignorancia y mala praxis: la evidencia empírica de las ventajas del libre comercio es contundente e insoslayable. ¿Existían asimetrías, barreras arancelarias y paraarancelarias y otras cosas para mejorar? Sin lugar a dudas. Pero la respuesta era corregirlas en los ámbitos diseñados para tales efectos, como la Organización Mundial del Comercio.

Como ocurrió en su momento con el Brexit (del cual la mayoría de quienes lo impulsaron y lo apoyaron en las urnas está arrepentida), el riesgo principal de la actual coyuntura es que se sostenga en el tiempo, con costos y consecuencias de difícil o imposible reversión. Muchas veces, los líderes pierden dimensión de las ramificaciones de mediano y largo plazo de sus decisiones, sobre todo cuando extrapolan experiencias del ámbito privado o no valoran la importancia de las reglas del juego. No solo predominan las urgencias, sino que insisten con posiciones equivocadas o “tiran demasiado de la cuerda” para no mostrar debilidad ni que pueden dar el brazo a torcer.

En el caso de Trump, llaman la atención su diagnóstico tan negativo respecto del estado de su país y de la supuesta asimetría en la relación comercial y geopolítica con el mundo y su mirada nostálgica (idealizada, bucólica) del pasado. Todos los discursos políticos tienden a caer en la simplificación, la exageración, el maniqueísmo y el manoseo de datos históricos para justificar decisiones u opiniones del presente. Lo curioso es que se haya hecho tan popular nada menos que en la hasta ahora principal potencia mundial. Varias veces estas narrativas encontraron terreno propicio luego de grandes derrotas militares (Alemania o Italia de entreguerras) o crisis económicas serias (la Argentina posterior a 2001). Y si bien todo el mundo desarrollado experimentaba el impacto de la revolución tecnológica y la robotización, y amplios sectores de la vieja clase media no podían asegurar el nivel y la calidad de vida de sus antepasados, las tasas de desempleo se mantuvieron bastante bajas, sobre todo en EE.UU., donde los mecanismos de movilidad social ascendente, aunque menos dinámicos, continuaron existiendo.

Si de algo puede servir el penoso derrotero del populismo nacionalista en América Latina (en la Argentina en particular) es que la capacidad de daño de esta clase de liderazgos y de esquema de políticas es mayor y más perdurable de lo que la mayoría de los contemporáneos son (somos) capaces de anticipar. Pero seamos optimistas y supongamos que predominará el sentido común, como parece haber ocurrido en las últimas horas con el propio Trump, que acotó el alcance de sus medidas y focalizó la guerra comercial con China, decisión influida por Scott Bessent, el secretario del Tesoro, que está a punto de visitar nuestro país en un gesto inédito de apoyo a Milei.

Todos los imperios sufrieron a lo largo de la historia momentos de esplendor y decadencia, pero no se registran casos de suicidio (Roma cayó cuatros siglos luego de Nerón y su esplendor se dio cien años luego de su muerte). Confiemos en que la sociedad norteamericana reaccionará a tiempo y que por espíritu de supervivencia, temor a una derrota en las elecciones de mitad de mandato y pragmatismo, más temprano que tarde este episodio será recordado como una breve pesadilla. Aun en ese caso, Estados Unidos experimentará costos materiales, políticos y simbólicos significativos.

Es muy probable que los principales índices bursátiles hayan estado sobrevaluados y que la corrección hubiese ocurrido en algún momento de todas formas, pero las pérdidas extraordinarias en todas las bolsas del mundo que se revirtieron parcialmente, en especial en las empresas tecnológicas más innovadoras, van a impactar en el conjunto de la sociedad americana, más que nada en los jubilados o en quienes están prontos a retirarse. La mayoría de los estadounidenses ahorran mediante fondos de pensión, con lo que esta caída en el valor de los activos financieros se traduce en una reducción de sus recursos para la vejez. A pesar de que una recesión o una seria desaceleración sean inevitables, pueden darse tensiones inflacionarias: en una economía hasta ahora tan abierta como la de EE.UU., los aranceles afectarán el nivel general de precios. Este escenario de estanflación desalentará la inversión y la creación de empleo.

Otro elemento que llama la atención es que Trump y muchos de sus funcionarios creen que una eventual aunque improbable reindustrialización de su país implicará un retorno a los supuestos “dorados años” de las décadas del 50 y del 60: las plantas modernas están tecnificadas, en general basadas en robots y maquinarias que funcionan con inteligencia artificial. Al mismo tiempo, la disrupción que esta guerra de aranceles genera en las cadenas de abastecimiento puede disparar dificultades en la oferta de bienes y alimentar las tensiones inflacionarias. Un verdadero círculo vicioso fruto de que los “remedios” (los aranceles) son mucho peores que la supuesta (¿imaginaria?) enfermedad: el deterioro en las condiciones de vida de la ex clase media vinculada a sectores industriales anacrónicos se explica por el fracaso o la ausencia de programas para reconvertirla, reentrenarla y reinsertarla en el mercado de trabajo y no al avance en la productividad por innovaciones en la ciencia y la tecnología.

Estados Unidos era hasta hace meses un socio confiable para la coalición atlántica, y el sostén de la globalización y la limitación en los roles de los gobiernos. Ahora aparece cuestionando el mismo orden internacional que contribuyó a crear, y promoviendo políticas dirigistas orientadas a diseñar “desde arriba” un nuevo modelo social.



Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/riesgos-costos-y-consecuencias-del-giro-proteccionista-de-estados-unidos-nid11042025/

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