Avenida Corrientes, fin de semana de sol. Vacaciones de invierno en territorio porteño. En las 10 cuadras que van desde Callao a Maipú se concentra la mayor oferta de espectáculos comerciales y públicos pensados para niños, jóvenes y adultos. Entre las 13 y las 17 se abre un abanico de propuestas en las que conviven textos clásicos nacionales, versiones de obras nativas digitales, vuelta de tuerca de historias convertidas en leyendas o musicales de pequeño formato junto con una producción que requiere de unas 100 personas para que la magia se apodere de la sala.
A las 13.45, mientras varias salas están preparándose para abrir sus puertas en este momento del año tan esperado por los elencos, en la vereda del Teatro Broadway conviven padres, tutores o encargados de princesitas con capas rosadas y chicos con vinchas de todos los colores imaginables haciendo fila para ver a Lupi Pampín, la mendocina radicada en España que interpreta canciones que su menuda audiencia aprendió en YouTube.
Pero antes de que eso suceda y mientras el personal de la sala intenta agilizar el ingreso, la vereda estalla. Caos. Un caos de estética psicodélica. Entre pequeños y adultos tratando de avanzar circulan los vendedores ambulantes atentos a dos situaciones: hacerse de algún dinero por la venta de ese universo tecnicolor que sacan de bolsas de consorcio, y estar pendientes de la policía que los corre del lugar. En perspectiva, los vendedores ambulantes llevan adelante, a su modo, la puesta en escena de lo que sucede antes de ingresar a los teatros.
Las burbujas que se desparraman en la puerta de la sala le dan a este paisaje efímero una imagen de un pop latino furioso. Los burbujeros en cuestión se ofrecen a viva voz a 20.000 pesos (“pero te los puedo dejar a 18″). También hay capas rosas. Y vinchas. Y varitas con luces. Y objetos varios de nombres imposibles. Esta zona de la Avenida Corrientes adquiere una atmósfera casi de disco beat poblada de chicos ansiosos y hambrientos juntos a padres y madres tratando de contener la energía dispersa.
En este universo paralelo a lo que sucede en los escenarios, algunas producciones tienen instaladas su propia venta de productos en los hall de las salas. Es el caso de lo que sucede en el Teatro Astral, en donde acaba de iniciarse la primera función de Héroes en acción, la última producción de La gran de Zenón, otra de las propuestas que saltó de las pantallas de celulares al escenario y que se ha convertido en un clásico de la temporada de vacaciones de invierno. La historia de Zenón, Bartolito, el lobo Beto y Tito hace dos funciones diarias en estos tiempos de niñas y niños sin clases.
En la vereda de enfrente está uno de los ingresos al Paseo La Plaza. En esos metros cuadrados se produce la mayor concentración de personajes de historias infantiles habitando la vereda soleada. Hay princesas, sirenitas, superhéroes, villanos, un mosquetero, unas odaliscas, una taza de té con tutú, un tiburón y demás seres fantásticos. Son los actores haciendo la previa con fines de tentar a potenciales espectadores. Son los que, desde las 13 a las 19, como si fuera la programación de los viejos cine de barrio, hacen funciones de seis títulos distintos en el Terraza Bar o en la sala Konzert, de La Plaza.
También se mezclan los intérpretes que forman parte de la amplia oferta de obras infantiles y para adolescentes que se ofrecen en el Multiescena, que supo ser el cine Los Ángeles, aquella en la que diversas generaciones conocieron y se emocionaron con las películas de Disney. Allí es donde, entre otros títulos que se presentan en las 3 salas, está en plena función el musical La historia sin fin, otra de las propuestas para pequeños y adolescentes.
Así como la vereda está habitada por varios personajes, muchos de los chicos que circulan por el espacio abierto del Paseo La Plaza han llegado lookeados para un día de superacción. En la sala de arriba acaba de iniciarse la función de Dafne y el dragón, que dirige Nico Sorrivas. Suena la melodía de la canción “El brujito de Gulubú”, una de las tantas maravillas creadas por María Elena Walsh, y el trajín parece tomarse una pausa, un respiro.
Casi en la entrada a la sala Pablo Neruda, en donde está por empezar la función de Kuyen Huapi, funciona uno de los talleres que está abierto de 13 a 17, que ofrece juegos interactivos, un simulador, narración oral y mesas para dibujar. Dato importante: hay dos espacios similares en La Plaza y ambos tienen entrada gratuita para quienes hayan comprado una localidad para alguno de los espectáculos infantiles que se presentan allí.
A una cuadra en dirección al Obelisco está el Teatro San Martín. En otros tiempos, la programación de la sala que depende del gobierno porteño para este período del año era sumamente nutrida. Títulos como La bella y la bestia, por el Grupo de Titiriteros, o algunas producciones de Hugo Midón se transformaban en la punta de lanza de una oferta para chicos que ocupaba todos los espacios del teatro. Los domingos hay dos obras en cartel: Amadeo y Guardianes de los dioses, de la compañía sueca Unga Klara que hizo funciones hasta hace pocos días.
A minutos de las 16, en la Casacuberta, Daniel Casablanca (de Los Macocos) está en plena función de Amadeo, versión inspirada en La flauta mágica, de W. A. Mozart. Los dos personajes centrales discuten sobre la demolición de un teatro para construir un rascacielos con estacionamiento (una triste historia que la avenida Corrientes conoce a la perfección). Para revertir esa situaciones Amadeo, el sereno del teatro, y Astor, el dueño; fantasean con estrenar una obra exitosa que pueda detener la demolición.
Cuestión de bolsillosEn el plano de la realidad, la situación económica atraviesa la actual temporada de teatro en tiempos de vacaciones de invierno. De eso hablan varios productores por lo bajo. La escena de salas llenas de espectadores escasean. Según las estadísticas del circuito comercial, entre enero y junio hubo una caída de audiencia del ocho por ciento. De todo eso el público infantil es ajeno. Están en su propio mundo mientras se dejan tentar por sirenas, galletitas, princesas, vendedores ambulantes y héroes soñados.
Pensando en el bolsillo, la oferta actual de las obras en el eje de la Avenida Corrientes va los 12.000 pesos a los 68.000. El precio más elevado es para la platea y el superpullman de La sirenita, pero para las últimas filas del pullman cuestan 20.000. La mayoría de las obras comerciales rondan los 30.000; pero siempre hay que estar atento a las promociones, tanto bancarias como de Club LA NACION. En el San Martín, la platea está a 12.000.
Pensando en la salida integral en los locales de comida rápida (que algunos de ellos poco tienen de ser rápidos en su atención) el menú infantil ronda los 7000 pesos. Algunos adultos, por salud y/o economía, optan por llevar su propia caja feliz. Bienvenidos los tupper.
Así como se cuelan canciones de María Elena Walsh, en el Metropolitan despliega sus formas otro clásico de clásico. En una de sus salas se presenta Derechos torcidos, el texto de Hugo Midón con música de Carlos Gianni que estrenaron hace 20 años. Los niños actores elegidos en audiciones se revelan, no quieren ir a la escuela para cumplir lo que “la seño” les diga. Y, muchos menos, dividir. Quien guía a estos locos bajitos es el talentoso Joaquín Catarineu. En la platea hay muchos chicos disfrutando del receso escolar.
Parte de situación de las 17 horas. En estos momentos, hay unas 4500 personas circulando por la vereda de la Avenida Corrientes al 800, en donde está el Gran Rex. Son los que están saliendo de ver la primera función de La sirenita y los que están esperando ver la segunda en la que ya predomina el público adulto. Cuatro niñas de unos 10 años salen en modo felicidad total luego de ver este verdadero tanque, que ya vendió más 150.000 tickets. Quieren más. Todavía en pleno hall, apostando por un tono exageradamente agudo, cantan a mayores: ¡Tenemos hambre! ¡Tenemos hambre!“. Claro que salir de esa marea humana para ir a algún lugar no es fácil.
La larga fila de la segunda función de La sirenita llega hasta Esmeralda. Allí mismo hay personal de sala del Gran Rex ordenando al público. A metros de ahí, está el Astros. Allí, por la mañana, se presentó una versión para chicos de El barbero de Sevilla, dirigida por María Jaunarena. En sentido contrario, en El Nacional, Topa está en plena función de Es tiempo de jugar. En la vereda hay varias personas con maquillaje y purpurina para dejar constancia de las vacaciones en el rostro de los chicos y chicas que fueron a ver a otro peso pesado del circuito. “Están como locos”, dicen, mientras decoran las caras felices.
Mientras todo esto despliega sus particulares formas en el Gran Rex se activa otro protocolo: el de controlar el movimiento del público y limpiar los baños que se convierten en lugares de altísimo tránsito cuando se programan obras para chicos. La sirenita llegó a hacer tres funciones diarias (cosa que repetirán el jueves 31). Entre una y otra, como sucede ahora mismo, hay poco tiempo (unos 25 minutos). Para ello, según señala Catalina Laplacete, de la producción de este monumental teatro; tuvieron que contratar personal de sala adicional y también para la limpieza de los baños, ubicados en los tres niveles. Todo eso sucede mientras una sirenita intenta darle un beso a un príncipe que vive a nivel del mar.
Mientras baja el sol, los teatros de la zona comienzan a redefinir su tránsito. En cosa de dos horas se inicia la otra maquinarias de elencos, productores, personal de sala, asistentes y operadores de sonido y música que vuelven a levantar el telón para las obras de la franja nocturna.