Después de todo, ¿para qué sirve la Novena sinfonía de Beethoven? El biólogo Ignacio Chiesa me desafió así cuando, en tren de hacer un poco de abogado del diablo, le pregunté qué utilidad podía tener la expedición científica al fondo del mar bonaerense. La belleza, las emociones, las caricias en el alma que nos dieron esas imágenes increíbles e inéditas transmitidas desde miles de metros bajo el agua, en lugares a los que nunca habíamos llegado sirvieron para conectarnos con algo mágico pero absolutamente real. “En estos tiempos tan virtuales, eso que vimos es real. No es Avatar ni Star Wars. Y es algo a lo que nunca habíamos tenido acceso”, resume Chiesa
“Me fui a dormir con sus imágenes en la pantalla”. “¡Los estamos siguiendo desde el aula con los chicos, y es increíble el nivel de las preguntas que hacen!" Son solo dos testimonios de los cientos de miles que puso la gente en el chat de la transmisión en vivo que hizo la misión del Schmidt Ocean Institute, el Conicet y varios organismos públicos. Una “conversación” a la que llegaron a sumarse cerca de 90.000 participantes simultáneos mientras en la realidad circundante volaban los misiles, reales en Medio Oriente o Ucrania y figurados en una sociedad contaminada por la agresión y la pobreza.
Nadia Cerino, rebautizada como “Nadia Coralina” por la gente, fue recibida con ovaciones, gritos y aplausos al entrar en el estudio del programa de Mario Pergolini en Eltrece. ¿Esperaban este furor?, le preguntó el conductor. “No, esto es una locura”, respondió sin dudas. Contó que su cuenta de Instagram se fue llenando de mensajes de madres, maestras y hasta adolescentes alentando el trabajo de los científicos y con interés por imitarlos.
Cuando mi hija menor me advirtió de la difusión que estaba teniendo el streaming, me subí a esa audiencia y ya no pude soltarlo. Pude haber sido uno más de esos chicos fascinados por el mundo natural, pero, como nos describió Coralina, pensamos que esa carrera " es difícil" o “es muy larga”. “Eso es falso”, afirmó la bióloga heroína, “uno no tiene edad para estudiar ni se necesita ser muy inteligente. Todos pudieron ver que nosotros no sabíamos nada, lo íbamos descubriendo con todos”.
De inmediato volví a verme frente al televisor blanco y negro junto a mi padre, fascinados por un cardumen de calamares de tamaños insólitos que el gran Jacques Cousteau nos enseñó a descubrir junto con él. La serie documental “El mundo submarino de Jacques Cousteau” se emitió desde 1968 a 1975 y llegaba a la televisión argentina doblada en un español afrancesado que le daba verosimilitud. Todos en casa sentíamos que íbamos a bordo del “Calypso” y buceábamos en esas profundidades, que hoy parecerían mínimas. Tiburones, medusas enormes y anguilas extrañas desfilaban frente a las cámaras, en una realidad paralela a la que mi padre nos enseñó a amar, como muchas de las enseñanzas más profundas, sin decirlo.
Como antes el Calypso, ahora el SuBastian nos permitió ver criaturas increíbles, que en algunos casos fueron bautizadas por los millones de espectadores. Así conocimos a la “estrella culona”, el pepino marino “batata” (por su color violáceo”) o el pulpo “Dumbo”.
En tiempos en que la inversión en ciencia está en debate, la misión al talud marplatense dejó otra lección, más allá del bello entretenimiento. Los científicos coinciden en que tras la llegada a puerto vienen años de trabajo, que darán información vital para nuevos descubrimientos. En palabra de Chiesa: “Cuando se descubrió la prueba de PCR no se sabía que sería vital para salir rápido de la pandemia. Pero sirvió. Entonces, se muy necesario”. Sigamos la ruta del Falkor (Too), ahora por aguas uruguayas.