Esculturas digitales: cuánto cuestan, cómo se instalan y por qué ya marcan tendencia

En un rincón donde lo tangible se funde con lo intangible, donde la luz es más que un recurso técnico y se convierte en protagonista, nace Luzz Project, un experimento artístico que desafía los límites de lo que entendemos por “obra de arte”. Aquí, lo que se expone no se cuelga: se activa. Lo que se mira no solo se ve: se habita.

Y al frente de todo esto está Church, un artista digital argentino que esquiva las etiquetas con la misma destreza con la que sus visuales recorren superficies imposibles. Church no pinta, no esculpe ni programa en el sentido tradicional. Church compone espacios de contemplación usando formas impresas en 3D, algoritmos y proyecciones que parecen vivir en la frontera entre lo físico y lo virtual. Y Luzz Project, su criatura más reciente, es justamente eso: un sistema de obras que brillan —literalmente— en el cruce entre arte, diseño y tecnología.

El proyecto

Luzz Project no es una instalación, ni una serie, ni un software. Es un universo que se mueve, respira y cambia con la luz. Su nombre no es casual: “Luzz” une la palabra española “luz” con la letra “z” del turco zaman, que significa tiempo. “Project” es tanto verbo como sustantivo: proyectar luz, sí, pero también proyectar un plan, un camino, un devenir. Es arte como fenómeno lumínico y como proceso.

En este mundo híbrido, donde la estética digital se mezcla con la escultura, ya existen tres obras clave: Trinity, Infinity y Omni. Tres formas de pensar la luz, tres experiencias visuales radicalmente distintas. Cada una con su software, sus visuales diseñadas especialmente para la pieza y una vocación por provocar asombro sin caer nunca en el efectismo.

Trinity: luz que nace desde adentro

La primera obra de la serie fue Trinity, y si hay que definirla con una sola palabra, sería: hipnótica. Una escultura de 1,6 metros de ancho, compuesta por 60 módulos poligonales de tres caras, fabricados con impresión 3D y terminación artesanal. El cuerpo blanco parece inerte hasta que se activa con una proyección diseñada específicamente para su geometría.

Gracias a un software desarrollado a medida, las visuales —creadas con animación, postproducción y diseño gráfico— recorren cada cara con una precisión casi quirúrgica. El efecto es poderoso: la luz no parece proyectarse sobre la escultura, sino surgir desde su interior. Un truco técnico que, en la experiencia del espectador, se transforma en un ritual de contemplación.

“Cuando la imagen coincide con la forma, sucede la magia”, cuenta Church. Y en Trinity, esa magia se convierte en una pequeña revolución estética: una experiencia meditativa en clave digital.

Infinity: la paradoja hecha loop

Si Trinity es volumen, Infinity es plano. Pero eso no la hace menos inmersiva. En esta pieza, diez pistas blancas se entrelazan formando infinitos uno dentro del otro. Están delimitadas por bandas de acrílico negro cortadas con láser, y su simpleza formal es engañosa. La obra, que puede construirse en formatos desde los 60 cm hasta los 6 metros de ancho, tiene una intensidad visual que atrapa a cualquier escala.

Las visuales —animaciones que siguen el contorno curvo de las pistas— generan una ilusión de continuidad, como si lo que estamos viendo nunca terminara. El blanco y negro le da una presencia elegante, potente, como una obra zen con esteroides digitales. Infinity puede montarse en modo display o proyección, y en ambos casos ofrece una experiencia de tiempo expandido, donde lo periférico se vuelve central y lo lineal se pliega sobre sí mismo.

Omni: habitar la luz

La tercera integrante de esta tríada es Omni, una instalación circular que, más que ser observada, se experimenta. Se trata de un anillo de LED de alta resolución, hecho a medida, controlado desde una app y pensado para funcionar como un “portal lumínico”. Su diseño parte de la figura más elemental —el círculo— y propone una experiencia inmersiva en la que el espectador se convierte en parte de la obra.

En Omni, la luz no se proyecta: se emite. Los movimientos son sutiles, casi orgánicos. Un pulso visual que conecta con algo más profundo, más sereno. Las visuales circulares, creadas especialmente para este formato, juegan con colores intensos y una cadencia que remite más a la meditación que a la acción.

Church buscó -con esta obra- lograr asombro y calma. Y Omni es eso: un bálsamo luminoso en un mundo hiperconectado.

Arte para habitar (y para instalar)

Aunque algunas versiones de Trinity o Infinity pueden medir más de 5 metros, destinadas a halls de edificios o incluso ambientes comerciales, también existen ediciones “de escritorio”, pensadas para espacios domésticos. Lo importante es que se permita controlar la luz ambiente y sentarse, detenerse, observar.

Cada obra incluye lo necesario para activarla: proyector, computadora con software, visuales, sistema de colgado o montaje. El precio arranca en los 12.000 dólares (Infinity) y puede superar los 25.000 (Trinity, en su versión full). A eso hay que sumarle instalación, mantenimiento y todo lo que implica montar una obra que no es ni cuadro ni escultura, sino una performance silenciosa de luz y tiempo.

¿Escultura o software?

La pregunta se vuelve inevitable. ¿Qué es? ¿Escultura? ¿Animación? ¿Diseño generativo? ¿Tecnología de autor? Luzz Project no encaja en ninguna categoría, y quizás esa sea su mayor virtud. Church no parte de un código ni de una imagen, sino de una forma. Una geometría pensada para ser recorrida por la luz. De ahí en adelante, cada obra es un delicado rompecabezas: primero un prototipo en miniatura, luego pruebas de proyección, visuales, software, ajustes. Horas y horas de render en 4K. Animaciones hechas a mano, pero también con sistemas paramétricos, para controlar cada variable sin animar cuadro por cuadro.

Es arte digital que se ensucia las manos. Que se prueba, se lima, se desmonta. Que exige paciencia y precisión. Pero también una mirada poética: la que ve en un rebote de luz o en un ángulo imposible, una emoción nueva.

Un lenguaje en expansión

Luzz Project no está terminado. Mejor dicho: no puede estarlo. Church y su equipo (Laura Güimil y Gerardo Carlevaro en la gestión) ya trabajan en nuevas visuales, en optimizar materiales, en explorar técnicas que sumen fotografía, filmación y texturas reales al ecosistema visual. Hay otras formas en desarrollo, otras ideas rondando. Pero sin apuro. “Preferimos profundizar con las que tenemos”, dicen.

Y eso se nota. Porque en un mundo saturado de estímulos, Luzz Project propone algo distinto: detenerse, mirar con atención y dejarse asombrar. Una especie de high-tech contemplativo, que transforma el espacio y, con suerte, también el ánimo de quien lo habita.

Luzz Project propone algo distinto: no el bullicio, sino el silencio luminoso; no la velocidad, sino el asombro pausado. Sus obras no gritan, susurran. No imponen, invitan. Y quizás ahí radique su fuerza: en esa fusión entre escultura y software que no busca responder preguntas, sino abrir nuevas. Porque si la luz es tiempo, como sugiere el nombre, entonces cada pieza de Church es una cápsula en la que podemos detenernos a mirar —y sentir— lo que usualmente pasa de largo.

Es arte digital, sí. Pero también es escultura. Es software. Es un poema visual en loop. Un respiro, una pausa necesaria, un instante suspendido donde la belleza no solo se ve, sino que se habita.



Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/esculturas-digitales-cuanto-cuestan-como-se-instalan-y-por-que-ya-marcan-tendencia-nid18062025/

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