Aceptó un trabajo que parecía estafa, vivió en una joya perdida y al volver reveló lo mejor de estar lejos: “Muy fuerte”

Hacía mucho tiempo que María no pisaba Argentina con la intención de quedarse. Su camino, hasta entonces, la había llevado por destinos que jamás imaginó conocer. Y en cada uno de los diversos rincones del mundo a los que llegaba, algún intercambio de palabras o descubrimiento en las redes, habían bastado para que continuara su periplo, donde trazaba un mapa improvisado en una travesía de vida atravesada por el deseo de aprender, crecer y conmover su alma.

Pero ahora estaba allí, en Ezeiza, impactada por el golpe de su nueva realidad. De pronto, en su propio país sintió más incertidumbre que en los meses anteriores. Lo cierto era que había algo potente que alimentaba su desconcierto: ella no había llegado sola. Arribó con un grupo de amigos argentinos que había conocido en el exterior, con los que hasta el día anterior había compartido todo, desde la casa, pasando por el trabajo, los paseos y todas las salidas.

Lejos, en otras tierras, los había unido un denominador común: ser argentinos. Ahora, recién llegados a ese denominador común, ya no solo eran personas de ese mismo país del fin del mundo, ahora eran de Morón, Pilar, Ingeniero Maschwitz, Entre Ríos, Tucumán, San Juan, Salta...

Una sensación extraña se apoderó de María al comprender que salir al mundo puede provocar cercanía e intimidad, y volver, puede desencadenar una feroz sensación de lejanía. Si no se hubiese ido de Argentina, ¿hubiera siquiera sabido de la existencia de todos aquellos argentinos?

Una madre que enciende la llama y una Francia linda, pero que no funciona: “Subestimé el idioma”

Viajar, como un estilo de vida, comenzó a los dieciocho años y por `culpa´ de su madre. Cierto día, esta le propuso a María sumarse a una travesía por Sudamérica, junto con una amiga de su mamá y a su hermana. A partir de entonces, las aventuras -cortas y largas- jamás cesaron. El `bichito´se había instalado y, entre trabajos y estudios (se recibió de profesora de español para extranjeros), María no quiso parar.

Con el deseo de conocer cada día más del mundo, la joven incursionó en la modalidad de trabajos de temporada en destinos atractivos, como Costa Rica o Isla Mujeres, en México. Y fue justamente en tierra azteca donde sintió que era el momento de probar algo que venía rondando en su cabeza: vivir en Europa.

Regresó a la Argentina, el 2022 ya estaba en curso y comenzó a estudiar sus posibilidades. Deseaba aprender una nueva lengua, dominaba muy bien el inglés y no quería desenvolverse en territorios familiares, ya sea por cultura o idiomas.

“Decidí ir a Francia, para alejarme del inglés y el español. También me atrajo porque su visa de working holiday es gratuita. Conocía París de un viaje anterior, no me había gustado tanto su atmósfera -la viví en invierno, todo estaba caro- pero decidí darle otra oportunidad”, cuenta María.

“Esta vez tampoco funcionó. Francia es un país increíble, con una cultura hermosa, pero tengo que confesar que no fue la experiencia que imaginaba, sobre todo porque no hablaba francés. Subestimé el idioma. Pensé que con unas clases online y muchas ganas iba a bastar, pero fue un choque cultural fuerte, más para alguien como yo, que necesita hablar todo el tiempo”.

Qatar en el Mundial, pasaje pago, alojamiento, comida, sueldo: ¿una estafa?

María estaba trabajando en la vendimia francesa, cuando la llamaron para una entrevista que jamás imaginó que tendría. Apenas unas semanas atrás había visto una publicidad en Instagram, donde buscaban argentinos para emplearse en el Mundial de Qatar durante dos meses.

Tampoco imaginó que a la semana tendría la confirmación de que había quedado seleccionada para trabajar como hawker en el FIFA Fan Festival en Al Bidda Park: “Aunque al final terminé haciendo más tareas de caja en los puestos de comida”, aclara María. “¡No lo podía creer! Hasta último momento pensé que era una estafa. Pero no: pasaje pago, alojamiento, comidas, sueldo y… ¡el Mundial desde adentro!”.

Aún así, la llegada fue extraña, se habían confundido y nadie esperaba en el aeropuerto para buscarla. Estaba sola y era tarde. Por fortuna, una compañera argentina con la que había entablado contacto previo, y ya estaba allí desde antes, gestionó todo y llegó sana y salva a su nuevo hogar, en pleno desierto.

Fue allí, en Qatar, donde María sintió por primera vez con fuerza que, lejos de Argentina, podía sentirse más cerca de su país que nunca. La experiencia la compartió con treinta compatriotas más, en un ambiente sin precedentes: “Fue increíble. No soy muy futbolera, pero ahí entendí lo que genera el fútbol. Se sentía la fiesta en todos lados, los argentinos éramos como los invitados de honor”.

“También compartí esos dos meses con gente de India, Bangladesh, Egipto, Grecia, Líbano, Uganda… Fue intenso. Me hizo tomar conciencia de mis propios privilegios, por el simple hecho de ser argentina. Viví cosas muy profundas. Fue impactante también a nivel del choque cultural, no tanto al ver a las mujeres cubiertas (algo que veía en Francia), sino por el lujo extremo. Comíamos en restaurantes Michelin, no porque nadáramos en plata, sino porque es lo normal ahí, y relativamente accesible ”.

Hacia una joya perdida en los Balcanes: ”Tienen los mismos valores”

Entre charla y charla con sus nuevos amigos argentinos, dos de sus compañeras le contaron que ese mismo año habían trabajado en un restaurante de lujo en Tivat, un pueblito costero de Montenegro. Le pasaron el contacto, tuvo una entrevista, y tal vez con menos sorpresa pero la misma alegría, supo que había quedado seleccionada para ser anfitriona para la temporada siguiente: “Misma lógica: aparte de sueldo, vuelo y alojamiento pagos, una comida incluida”.

Fue así que María se despidió de una fiesta argentina inolvidable, voló a Estados Unidos, pasó por México, llegó a la Argentina para abrazar a sus seres queridos y subió una vez más a un avión que la llevó a Montenegro: “Una joya perdida en el medio de los Balcanes, en Europa, en el mar Adriático. Es hermoso. Tiene montaña y mar, nieve y playa, y no está todavía muy explotado”.

“Pero lo que más me gustó de Montenegro es la gente, la gente está un poco loca, en el mejor sentido. Son muy eufóricos; tienen muy presente el tema de la guerra cercana que vivieron, se refleja en su nacionalismo”, describe María. “Yo estaba en un pueblo un poco aislado, y la verdad, con un sistema de salud un poco limitado, todo es similar a Serbia, pero más chiquito”.

“Toman mucho, pero mucho café. Y me llamó la atención - no para bien- que fuman también mucho, incluso en los restaurantes. Uno de los primeros días fui a comer y me impactó que todos estuvieran comiendo y fumando”, continúa. “Pero ellos son geniales, cercanos, lo que hizo que el choque cultural no fuera fuerte. Tienen los mismos valores: ir más tranquilo, tomarse el cafecito o la cerveza, muy similares. La gente de los Balcanes tiene algo distinto, y me llamó la atención la apreciación diferente y linda que tienen hacia los latinoamericanos”.

“Algo llamativo es que las montenegrinas son las mujeres, en promedio, más altas del mundo. Y la verdad es que las ves y son todas supermodelos: muy delgadas y muy altas”, agrega María con una sonrisa.

Tres pisos, veinte argentinos y mucha exigencia

Una vez más, María estaba rodeada de argentinos. Si bien compartía su vivienda con gente de Serbia, Colombia, Chile así como de Montenegro, también convivía con veinte compatriotas. Juntos, residían en una gran casona de tres pisos: los hombres en una planta, las mujeres en otra y los supervisores en la planta baja.

A medida que las semanas pasaban, sus compatriotas (varios que ya conocía de Catar) se transformaron en su familia. Mientras tanto, por momentos, María padecía el trabajo, muy intenso y casi sin horas libres, rodeada de personas que vivían en el lujo, entre yates, pileta, y alquileres de reposeras a 75 euros el día.

“Mucha exigencia. Nunca había estado en un lugar con ese nivel de estándar, pero aprendí muchísimo”, asegura la joven de 27 años.

Pero a pesar de la exigencia, para María volver a casa era volver a una vivienda feliz, a una familia y un espacio donde hablar su lengua descomprimía su mente, y compartir las experiencias diarias aliviaba el cansancio. Fue por ello que, cuando los días estivales comenzaron a llegar a su fin, y la despedida se transformó en un hecho inminente, una pregunta comenzó a rondar en los pensamientos de María: ¿Se podría acostumbrar a no tenerlos?

“El impacto emocional de volver a la Argentina fue algo nunca antes había vivido”

El aire característico de Ezeiza golpeó su rostro al bajar del avión. Estaba en casa, y si bien lo que aguardaba en las puertas de arribo era una gran bienvenida, a María la esperaba vivir en paralelo una gran despedida, que en el vuelo ya había comenzado a doler.

Durante ese último año, María entendió que hay muchas formas de vivir la argentinidad. En su caso, desde la distancia, fue capaz de conocer a su propia nación en mayor profundidad a través de distintas personas de diversos puntos del país, que de haber permanecido, nunca hubiese podido conocer. No, al menos, de ese modo.

“Fue muy fuerte. El impacto emocional de volver a la Argentina fue algo nunca antes había vivido”, dice María. “Yo venía de convivir, y fue muy loco volver y pensar en no tener mi día a día con ellos, quienes se habían convertido en mi familia. Fue llegar, caer en la cuenta de que realmente todos veníamos de bastante lejos, la vida nos había unido, pero ahora, que estábamos de regreso, mañana ya no nos íbamos a ver en casa, trabajar juntos, ir a tomar algo. Fue darme cuenta de que no era una experiencia que se iba a repetir, una aventura hermosa con personas increíbles”, continúa María.

“Toda la vivencia me marcó de manera profunda y afecta directamente a mi profesión. Como profesora de español para extranjeros, en mis clases online hoy me toca tener alumnos de Serbia, o de Bosnia, de Albania, Croacia, y Montenegro. Y ahora la conexión es instantánea, por el simple hecho de que conozco su cultura de cerca”.

“En un año los vaivenes fueron muchos y eso me trajo grandes enseñanzas, como aprender a fluir y estar presente al mismo tiempo con las personas que están en el momento. Así, me quedan imágenes grabadas, como estar un barquito en Francia mirando un atardecer, o estar con mis compañeros en Catar, una noche, viendo todos juntos una película. O estar en una playa y ver a alguien con el mate, escuchar el acento argentino, y sentir esa cosa tan linda de estar lejos, pero de pronto sentirte también en casa”.

“Abrirte al mundo y dejar que el mundo te sorprenda es, tal vez, el aprendizaje más grande de mi travesía. Pero también entendí que puedo confiar en mí misma, hoy sé que se puede estar en donde sea y se puede aprender de cada experiencia”, concluye.

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Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com



Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/acepto-un-trabajo-que-parecia-estafa-vivio-en-una-joya-perdida-y-al-volver-revelo-lo-mejor-de-estar-nid30062025/

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