Hay canciones que logran la cumbre. Están las que marcan una ruptura y otras atraviesan los géneros, llevando las fronteras hacia lugares insospechados. Y hay canciones, según Simon Reynolds, que separan la historia en un antes y un después, como “She Loves You”, “Anarchy in the U.K.” y “Rapper´s Delight” en el pop. Suele ocurrir que el impacto de una canción bisagra puede apreciarse plenamente recién muchos años después. Pero otras veces el quiebre con lo habitual tiene lugar a la vista de todos, en la cima de los rankings de popularidad, y el efecto es inmediato. “Uno de esos singles que logró alterar la línea de tiempo del pop y provocó la sensación de un shock del futuro en tiempo real es ‘I Feel Love’”, escribe el crítico inglés en su último libro, Futuromanía (Caja Negra), una compilación de escritos sobre música electrónica tras ocho años sin novedades editoriales.
Lanzada en julio de 1977, la canción fue un éxito mundial que ocupó, casi de inmediato, el número uno de las listas en varios países, y en Inglaterra la cúspide duró todo un mes. Pero su poder de fuego trascendió la escena disco en la que la cantante Donna Summer y sus productores Giorgio Moroder y Pete Bellotte, artífices clave del experimento, ya estaban bien establecidos. “Las bandas post punk y new wave admiraron su sonido innovador y se lo apropiaron -continúa Reynolds en su análisis-; la precisión maníaca del ritmo parecía una cuadrícula creada con pulsos de sintetizador secuenciados. Incluso ahora, mucho tiempo después de que la discofobia haya caído en desgracia y el rockismo haya sido derrotado, todavía se siente como una travesura excitante afirmar que ´I Feel Love´ fue mucho más importante que otros temas de 1977 como ´God Save the Queen´, ´Sheena Is a Punk Rocker´ o ´Complete Control´”.
Varios especialistas coinciden con su mirada: los ochenta, dice, empezaron con “I Feel Love”. En la cultura de las discotecas, brillando en la pista de baile, abrió el camino para géneros como el house, el techno, el Hi-NRG y el trance. Bajo la expansión de sintetizadores y programaciones, “I Feel Love” destacaba por su repetición mecanicista, la de una electrónica gélida y divertida, “una sensación estática de propulsión posthumana con los ojos en blanco”, según Reynolds. Otro crítico norteamericano, Vince Aletti, la tomó muy en serio como fundamento de la música disco y escribió, comparándola con “Trans-Europe Express/Metal on Metal/Abzug”, de Kraftwerk, otra pieza profética de trance-dance electrónico que atrajo a las multitudes en los clubes más osados: “‘I Feel Love’ suprimió todo ese aspecto más bonito y florido de la música disco y le dio un sentido optimizado, eficaz”.
Cuenta la leyenda que el propio Brian Eno entró a su estudio de grabación, le dio una copia a David Bowie y le dijo algo así como: “Este single va a transformar todo el sonido de la música bailable durante los próximos quince años”. El status del productor italiano Giorgio Moroder, que con su fábrica de éxitos era comparado con el Motown de finales de los setenta, para luego destacarse en las bandas sonoras del El expreso de medianoche y Flashdance y mucho tiempo después se relacionó con Daft Punk -grupo que le dedicó el tema “Giorgio by Moroder”-, fue el equivalente de Phil Spector pero en la música disco. Ese brillo que en la voz de Donna Summer, quien tiempo después sacaría otros hitazos como “Bad Girls” y “Hot Stuff”, cultivó una auténtica ingeniería de grabación en una música pensada exclusivamente para la discoteca. Las historias de las grandes canciones suelen destacar en primer plano a sus músicos, a la vez que el detrás de escena permanece en una sombra anónima. Consciente de los cambios de la era tecnológica en transición a la plenitud digital, Moroder dirigió a un equipo de músicos y técnicos, y tal vez el más significativo haya sido Pete Bellotte, quien trabajaba en Alemania codo a codo con él.
Según reconstruye Simon Reynolds, el inglés Bellotte tuvo un rol crucial como catalizador de las canciones en tanto unidades conceptuales, así como de las ideas musicales y de producción. Fue él, en efecto, quien descubrió el talento vocal de Donna Summer. La arquitectura de la canción incluyó al hombre-máquina y baterista Keith Forsey; a un conjunto de tecladistas entre los que estaban Porir Baldursson, Sylvester Levay y Harold Faltermeyer; el ingeniero de sonido Jürgen Koppers y a Robbie Wedel con su dominio esotérico del Moog, contribución crucial para la construcción final de “I Feel Love”.
Una creación colectiva con el liderazgo inconfundible de Moroder, que tal vez tuvo el grado cero de la invención cuando Pete Bellotte había descubierto la voz extraordinaria de una cantante negra norteamericana que también se había mudado a la región central de Europa. Donna Summer se conoció en el mundo por su épica disco-erótica de “Love to Love You Baby”, que en 1976 trepó al número 2 en Billboard y disparó el apodo de “La pantera negra” y que los medios la coronaran como la reina del “sex rock”. Pero esa y otras canciones no dieron el prestigio que Moroder y Bellotte anhelaban.
Fue entonces que Pete Bellotte encendió la chispa con su pasión por la literatura, inspirado en Una danza para la música del tiempo, una serie literaria de doce volúmenes de novelas escritas por Anthony Powell. Bajo ese influjo, pensó en crear un álbum en el que cada canción correspondiera estilísticamente a una década diferente del siglo XX. En el quinto álbum de la cantante grabado por Casablanca Records, I Remember Yesterday (1977), decidieron incluir una canción que, conceptualmente, representara el futuro: “I Feel Love”.
Entre sintetizadores y máquinas de ritmo, estallaba un nuevo coro alrededor de las pistas: “Ooh, it’s so good, it’s so good/It’s so good, it’s so good, it’s so good/Ooh, heaven knows, heaven knows/Heaven knows, heaven knows, heaven knows/Ooh, I feel love, I feel love/I feel love, I feel love, I feel love/I feel love/I feel love”.
“Una canción difícil de cantar”, la definió Bellotte, quien junto a Moroder ingeniaron primero la pista rítmica y luego la melodía. El Moog de Robbie Wedel sincronizó todo bajo el mismo tempo y junto al ingeniero Koppers le colocaron un delay a la línea de bajo. “Con la ayuda de una máquina y un ingeniero alemán, Moroder y Bellotte definieron un nuevo paradigma para el pop: un sonido de una implacabilidad metronómica tal que realmente parecía venir del futuro”, escribe Reynolds.
El crescendo de Donna Summer, subiendo el énfasis en cada estrofa, se bautizó prontamente como High Energy: “Ooh (ooh), fallin’ free, fallin’ free/Fallin’ free, fallin’ free, fallin’ free/Ooh (ooh), you and me, you and me/You and me, you and me, you and me/Ooh (ooh), I feel love, I feel love/I feel love, I feel love, I feel love/I feel love/I feel love I feel love I feel love”. Decía en una entrevista con Rolling Stone, en 1978: “He cantado gospel y cosas al estilo de Broadway toda mi vida y hay que tener una voz potente para eso”. Y luego: “Me etiquetan como una típica cantante negra, lo cual no es cierto. Ni siquiera soy una cantante de soul. Soy más una cantante pop”.
Más suspendida que sexy, como si llegara desde otro lugar, en “I Feel Love” Donna Summer parece cantar con una voz que suena más sobrenatural que terrenal. La sensación de perderse en un loop de ensoñación proviene de la letra extremadamente simple y corta y una duración de casi seis minutos, en la que frases como “heaven knows” (el cielo lo sabe) o “fallin’ free” (en caída libre) se repiten cinco veces cada una escritas por la propia Donna Summer en sus inspiraciones astrológicas, reconocidas por ella misma. Un título cursi, cierto estado rapsódico de estar “enamorada del amor”, que contrastó con la performance en el escenario bajo un filo de mujer-máquina, con aspecto androide y bailando en movimientos angulares y espasmódicos bajo un rostro que parecía “una máscara encandilada y mecánica”, como lo describió el crítico Mikal Gilmore, y que profetizó a las fembots del siglo XXI como Kylie Minogue, Britney Spears y Lady Gaga.
Con “I Feel Love”, Moroder y su equipo habían asimilado la lógica inmanente a la música negra bailable, como el clásico “Sex Machine” de James Brown, y al rock motorik alemán, con Kraftwerk a la cabeza, y la habían conducido a un nivel de exactitud y precisión mecánica. De cómo un ritmo electrónico, en un tiro por elevación, marcó una estética, una tendencia, una micro escena entre Inglaterra y Estados Unidos. Algo que permanecería en el tiempo, mucho tiempo después, con el propio Giorgio Moroder luciendo su rol de DJ en sus sets en vivo, sintiendo en carne propia el amor de su público.
Un himno bailable que la comunidad gay tomó como grito de liberación. La “canción del futuro” en la simbiosis Moroder-Summer-Bellotte, la canción como unidad conceptual. La gran ironía fue que sus creadores no sólo no se percataron de la importancia de lo que habían creado, sino que tampoco sintieron realmente su impacto: Moroder y Bellotte casi nunca iban a discotecas. “Fueron el ingenio y la creatividad humanos los que impulsaron las decisiones en cada paso, pero para quienes oían sonaba como si las máquinas hubieran tomado el control: un avance emocionante para algunos, un inquietante devenir para otros”, concluye Simon Reynolds, dando cuenta que las estrellas se alinearon y así se hizo historia.