Apareció una tarde de invierno corriendo por uno de los andenes de la estación Facultad de Medicina de la Línea D del subterráneo de la Ciudad. Era un cachorro de pelaje negro y gran tamaño que parecía buscar comida y, quizás, un lugar para refugiarse de los peligros de la calle pero también del frío y la lluvia, atípicos para ese mes del año.
“Ese día era mi primera clase en facultad. Estaba en camino, llegaba tarde y vi un perro corriendo a lo largo del andén de la línea D. Un policía lo corría tratando de sacarlo, y el tren no podía cerrar sus puertas porque el perro seguía corriendo. Así que hice lo único que me nació hacer: bajarme y tratar de agarrarlo”, recuerda Rocío.
A partir de esa decisión, todo se convirtió en una odisea. El perro corría sin rumbo, se subía al vagón del subte, bajaba, daba vuelta a la estación y se subía al subte de nuevo. “Estaba lastimado, sucio, lleno de garrapatas y pulgas. No pude dejarlo, lo seguí durante una o dos horas. Quería llevarlo a mi casa (donde no me dejaban tener más perros porque no quieren animales) y como no tenía plata, mis compañeras voluntarias pusieron de sus bolsillos para pagarme un remis -que nunca apareció porque no llevaban animales-. Estuve horas en el subte tratando de retenerlo”, detalla la joven.
Hasta que apareció un ángel en el subte y se ofreció a transitarlo. Entre Rocío y su tránsito, llevaron al perro al veterinario y juntaron más plata entre voluntarias de la agrupación Compromiso Inflamable, que rescata animales del abandono y el maltrato, para pagar los gastos.
“Dejé de lado mi vida, mi familia y mi tiempo por ese perro desconocido al que llamamos Max. Mucha gente pasó por el subte y nadie me miró dos veces, algunos preguntaban y seguían, otros me decían que tenían perros. En fin, lo que hice fue inhumano. Porque los humanos no están dispuesto a dejar de ir a la universidad, al trabajo, o a poner en pausa sus vidas para rescatar un animal. Ninguno está dispuesto a donar, aunque tengan poco, para salvar una vida".
A pesar de haber sobrevivido en la calle, Max, un mestizo de Pitbull bueno y dulce -al que en ese momento le calcularon tres años- se encontraba en buen estado de salud en líneas generales. Ya en su nuevo lugar de tránsito, recibió un baño tibio, comió, tomó agua y descansó.
Durante las semanas siguientes se programó su castración y se dio inicio a un trabajo de mucha paciencia y constancia para modificar ciertos temas en su conducta: Max -un perro de gran porte y con una mandíbula potente -tiraba de la correa, no obedecía y jugaba a lo bruto.
“La castración temprana evita conductas de monta que luego el perro por repetición aprende y ya no sabe jugar de otra manera más que montando a otros perros por dominación. Eso puede ser un problema porque si el otro animal reacciona mal puede terminar en una situación peligrosa. Además evita conductas de marcado de territorio adentro de las casas y baja la energía. En cuanto a la salud, previene los cánceres testiculares y perianales”, explica Malala Fontán, activista por los derechos de los animales y al frente de Compromiso Inflamable, la iniciativa que se centra en brindar atención veterinaria, castraciones masivas y tratamientos a perros y gatos de Dock Sud, Avellaneda.
Pese a que desde las redes de Compromiso Inflamable se encargaron de publicar su imagen cada día desde que lo encontraron, nunca apareció nadie que lo reclamara. Los meses siguientes fueron de largas horas de paseo y socialización para Max, de presentarle compañeros de juego de todos los tamaños y personalidades y de visitar el canil para que, de a poco, pudiera aprender a convivir con humanos y otros de su especie.
Max hoy vive en un pensionado en Lanús, donde convive con perros de todo tipo. Juega, toma sol, pasea y duerme. Sin embargo, aún espera a la familia que cierre su círculo y le abra las puertas de su hogar y su corazón. Es un perro enérgico que necesita mucho paseo, socializar y jugar. Se lleva bien con machos y hembras y también con niños.
“Si queremos que el mundo sea un mejor lugar, hay que animarse a ser diferente. Ayudar, donar, difundir, y no dar vuelta la mirada. Involucrarse salva vidas“, concluye Rocío.
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