No todas las personas descubren temprano una vocación capaz de encender una pasión genuina. Algunas la encuentran por casualidad; otras, nunca. A veces, aquello que nos define aparece cuando otros caminos se cierran. Eso fue lo que le ocurrió a Annie Soisbault, una figura que dejó su huella en el automovilismo europeo y cuyo talento llamó la atención del propio Enzo Ferrari. Pero mucho antes de destacarse en las grandes competencias, su carrera había comenzado en otra disciplina: el tenis.
Comenzó su carrera con la raqueta a muy corta edad impulsada por su padre, logrando ser campeona juvenil francesa en siete oportunidades en categorías junior e intermedia, e incluso llegó a alcanzar una semifinal en Wimbledon Junior en 1952. Tras algunas participaciones oficiales en torneos de Roland Garros entre 1953 y 1956, decidió abandonar el circuito a sus 21 años, producto de la falta de proyección económica que reinaba sobre el amateurismo en ese momento.
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Con la tradicional incertidumbre de quien se ve obligado a cambiar de rumbo, Soisbault decidió apostar por su gran pasión: los autos. Fruto de algunos premios que obtuvo en su carrera y la venta de sus raquetas pudo comprarse su primer auto deportivo, un Delahaye Grand Sport. Sería el inicio de su gran apuesta, intentar triunfar en un sector que siempre la miraría con recelo hasta que su talento los pruebe equivocados.
Su aventura en el automovilismo arrancó como acompañante. Comenzó en el asiento trasero junto a sus amigas Louisette Texier y Germaine Rouault, en el Rally de Montecarlo de 1956, a bordo de un Simca Aronde. En ese circuito mostró una pizca de algo que sería una constante en su carrera: iniciativa. Pidió agarrar el volante en un momento con fuertes nevadas en ruta, logrando marcar buenos tiempos e incluso adelantar rivales. El grupo de amigas terminaría logrando el 119º puesto entre los 233 participantes que acabaron la carrera, un resultado anecdótico que serviría para darle la certeza a Annie de que ella pertenecía detrás del volante.
Luego de algunos circuitos más llegó el esperado cambio y se pasó a un Triumph TR3, con el que logró sus primeros resultados importantes: en 1957 salió cuarta en la clasificación general del Tour de Corse y ganó la Copa de Damas junto a Michèle Cancre, francesa célebre en salto ecuestre. Además, ese mismo año participó del Tour de France Automobile, para luego un año más tarde ganar el campeonato de Francia de Rally, logro que le valió que Triumph la contratara como piloto oficial. Al año siguiente, se consagró campeona europea de rally femenina, compartiendo el título con la sueca Evy Rosqvist.
Pero no toda su vida se centraba en el rally, ya que en paralelo corría en circuitos, como cuando en 1960 probó un Lola Mk2-Ford de Fórmula Junior y participó en una carrera mixta con autos de F2 en Bélgica. Terminó tercera entre los monoplazas de su categoría. En los años venideros alternó rallies, subidas de montaña y pruebas de resistencia, muchas veces acompañada por su marido, el noble marqués Philippe de Montaigu. Entre sus hazañas más destacadas se encuentra el quinto puesto en la subida a Mont Ventoux, donde fue la primera mujer en alcanzar una velocidad media de más de 100 kilómetros por hora de la historia.
En los siguientes años pudo cumplir uno de los sueños de todo piloto: manejar un Cavallino Rampante. Uno de los grandes momentos de su trayectoria fue en el Tour Auto de 1964, donde participó arriba de un Ferrari 250 GTO. Una berlinetta de leyenda, con un motor V12 de tres litros que otorgaba unos 300 CV. Se trataba de un modelo que dejó atónito incluso al dueño de la compañía, Enzo Ferrari, cuando tres años atrás, durante una pausa en la clasificación del Gran Premio de Italia de 1961 en Monza, Stirling Moss probó el prototipo de GTO marcando unos 45,4 segundos frente al habitual minuto 50 registrado por los monoplazas.
Fue justamente en la última prueba de velocidad en pista del Tour Auto de 1964 cuando Annie Soisbault de Montaigu conoció a Ferrari, creador de la legendaria automotoriz italiana, producto de que Enzo pidió conocer a esa corredora que tan bien hacía quedar a su 250 GTO. En esa conversación, según la edición N°66 de la “The Ferrari Magazine”, el constructor felicitó a la piloto francesa, para luego preguntarle qué opinaba de su berlinetta. Annie atinó a citar la opinión del piloto británico Mike Salmon: “Es una bailarina de ballet sobre cuatro ruedas”.
Con el nivel del espectador que la observaba desde el palco, no podía fallar en la pista: fue la primera en la línea de meta de aquella edición del Tour Auto. Meses después llegó cuarta en los 1000 kilómetros de París junto a Guy Ligier, piloto y fundador de la escudería de F1 que llevaba su apellido, a bordo de un 250 LM de Écurie Francorchamps. Con el pasar de los años intentó seguir compitiendo, pero ya no tuvo ni el mismo nivel ni la suerte. Finalmente, tras ver que los abandonos se volvían cada vez más frecuentes, en 1969 dejó el automovilismo.
Sin embargo, no tenía intención de alejarse de las cuatro ruedas. Se convirtió en directora general del Garage Mirabeau, un concesionario parisino que se dedicó a importar Aston Martin, Triumph y Jaguar. Años más tarde se volcó al mercado inmobiliario de lujo, dividiendo su tiempo entre París y Saint-Tropez. Participó de homenajes, escribió memorias y hasta fue parte de la inauguración de la placa conmemorativa de Helle Nice, la otra gran dama francesa del automovilismo, a quien admiraba profundamente.
El 18 de septiembre de 2012, la bandera a cuadros volvió a ondear, pero esta vez en su honor. Tenía 78 años y se conmemoró una vida tan vertiginosa como elegante. Annie Soisbault de Montaigu dejó un legado que va más allá del automovilismo: el de haber sido una mujer de alta alcurnia que vivió —y compitió— bajo sus propias reglas, siempre corriendo detrás de una pasión.