Por qué la ciencia asegura que la fuerza social más decisiva en la vida de una persona son sus amigos

Hay un dicho que compara a los migrantes con los claveles del aire: seres capaces de viajar y echar raíz a pesar de las distancias y los contrastes entre tal o cual ambiente. Algo en la historia de Mariano Sigman hace pensar en esa imagen.

Nacido en Buenos Aires en 1972, es licenciado en Física por la UBA; luego se doctoró en Neurociencia en Nueva York, hizo un posdoctorado en Ciencias Cognitivas en el Collège de France, vivió en Barcelona y actualmente reside en Madrid. Forjado en las ciencias duras, pasó al territorio de los libros y la divulgación con títulos como La vida secreta de la mente y El poder de las palabras.

La piel de Sigman acumula cruces de fronteras geográficas, intercambios entre la lógica del laboratorio y la de la comunicación, pasajes entre lenguas distintas y barrios diferentes. Mucho de esta experiencia nutre Amistad (Debate), libro coescrito con el español Jacobo Bergareche (el exitoso autor de Los días perfectos) y nacido de un modo singular: un encuentro entre vecinos, una partida de mus, la sospecha –rápidamente confirmada– de que entre carta y carta Sigman y Bergareche comenzaban a gestar una amistad, la posterior decisión de armar un experimento.

Bajo el influjo de El banquete de Platón, el neurocientífico y el escritor convocaron, durante cinco días, a unas 75 personas de distintas edades, actividades y orígenes, que en torno a la palabra, la comida y la bebida, aceptaron contar qué lugar ocupaba la amistad en sus vidas. Ese es el núcleo de un trabajo que, además, engarza citas literarias, reflexiones y conclusiones de investigaciones científicas. “El libro está en la línea común de casi todos mis proyectos –explica Sigman, vía zoom, a La Nación–; o sea, pensar algunos asuntos que, si les dedicamos un poco de amor y un poco de tiempo, tienen que ver con lo que los griegos llamaban la virtud: llevan a convertirnos en mejores personas”.

Hay gente que se construye un búnker porque tiene miedo de que venga una catástrofe. Armarte un grupo de amigos es, entre muchas comillas, como armarte un búnker. Te da un un patrimonio, te da tierra. En momentos en los cuales todo puede temblar, tenés algo muy sólido de lo que agarrarte

–Se nota ese influjo; desde el principio, ustedes se remontan a un clásico, El banquete.

–Bueno, El banquete tiene un banquete. Para nosotros banquete es casi una figura de construcción de conocimiento. Y los griegos escribían, sobre todo, sobre la amistad. Era el vínculo más importante, más que el amor romántico. El amor romántico convertido en centro narrativo de la ficción y del ensayo… eso es algo de la modernidad. Aristóteles o Cicerón tienen grandes ideas sobre la amistad y eran gente con un pensamiento muy claro, muy pulido, que ha sobrevivido al paso del tiempo. Pero han pasado 2000 años y han pasado un montón de cosas y ese montón de cosas hace que sea un buen ejercicio repensar estos temas a la luz de todo lo que ha cambiado. Tenemos una ciencia que nos permite entender por qué pasan determinadas cosas en la amistad, por qué se deshace la identidad cuando uno pierde a los amigos, por qué uno se envalentona para hacer cosas que sin amigos no las haría. Preguntas que antes eran solo de la filosofía hoy son también preguntas de la ciencia.

–Por caso, en el libro se menciona mucho la “química del carbono”. ¿Me explicarías qué es?

-Una metáfora. Hay algo de la amistad que tiene cierta cercanía con el amor romántico, que tiene que ver con el feeling, con el caerse bien; algo que es muy difícil de explicar. A alguna gente se le da muy bien hacer amigos porque tiene determinada gestualidad, cierta naturalidad; a otros les cuesta mucho hacer amigos porque no tienen un lenguaje particular, algo a lo que nosotros le pusimos el nombre de “química del carbono”. Creo que tiene la ventaja de que muy rápidamente apela a algo que uno entiende que es del orden de lo molecular. El olor, el tacto, a qué distancia te acercás a otra persona, cuánto y cómo mirás a los ojos, la dulzura en el tono de voz, la calidez con la que hablás: hay todo un conjunto de cosas que hacen que uno vea a alguien y sienta un magnetismo. Ese magnetismo se explica por muchas cosas que no tienen que ver ni con la ideología ni con las palabras, sino con la gestualidad.

–Es una metáfora que alude a lo orgánico justo en tiempos de inteligencias artificiales. Si pensamos en historias como la que cuenta la película Her , ¿dónde estaría la “química del carbono”?

–Hay un tono de voz. No es casual que la voz de la IA sea la de Scarlett Johansson. Esa voz tiene una prosodia, un tiempo, una entonación, un ritmo, una manera de a veces guardar silencio, un montón de cosas. Otras le faltan, porque la “química del carbono” tiene que ver también con el olor; literalmente, elementos que se transmiten a partir de moléculas que entran por la nariz. Y el tacto: es muy importante cómo una persona abraza; la mirada también es importante. De todos modos, la amistad puede sobrevivir en circunstancias muy adversas, a kilómetros de distancia, con alguien con quien solo te escribís cartas o solo hablás por teléfono o, como estamos haciendo ahora, a través de una pantalla. Pero los vínculos amistosos originalmente se construyen en el tacto, ahí está el principio de todo. Es como dos monos desparasitándose uno al otro. Es esa cosa tan rudimentaria y elemental: yo te quito parásitos, vos me quitás parásitos a mí, nos tocamos con una frecuencia, me acariciás, yo te acaricio y vamos haciendo un vínculo; yo me siento cuidado, siento un confort, me siento protegido y libero endorfinas, mi cuerpo se siente mejor. Es decir, desde ese lugar calmo de la amistad, donde uno vela por el otro, hemos construido algo donde esa amistad luego podrá vivir en cartas, en la ficción, incluso con Dios o con las plantas. Tenemos esa capacidad tan versátil que nos permite hacernos amigos no solo de otra persona, sino también de entes de lo más abstractos. Muchísima gente, cuando le preguntás quién es su amigo más importante, te dice “Dios”. Es una respuesta muy común.

Hay que invertir en la amistad no solo porque es bella, sino también porque es una buena inversión. Es una manera de cuidar tu bienestar, una manera de tomar mejores decisiones, de pensar más claro

–La fe no es una cuestión de voluntad; acontece o no acontece, se cree o no se cree. ¿Ocurre lo mismo con la amistad?

–Yo creo que todo el mundo tiene fe y que cada persona la deposita en algo distinto. Algunos depositan la fe en personas concretas; hay un acto de fe, la amistad siempre tiene un acto de fe. En el libro hay un hombre que cuenta que tiene una amistad con las plantas. Él dice: “Para mí tiene que ver con cuidarlas y que estén bien. No es que yo pienso que me hablan, son nada más que plantas, pero me dedico con mucho esfuerzo a cultivarlas y a cuidarlas porque cuando las veo bien me siento bien”. Nosotros tomamos eso como un ejemplo extremo de las asimetrías que hay en la amistad. Porque hay amistades profundamente asimétricas, al contrario de los mandatos antiguos, que decían que debían ser simétricas. La amistad no es una ecuación matemática, con una contabilidad justa.

–¿Tampoco se restringe a las palabras? ¿Por eso hay gente que ve a sus mascotas como amigas?

–El objetivo del libro no es definir qué es amistad y qué no lo es. El objetivo del libro es ensanchar la idea de amistad, enriquecerla. Yo siento que mis libros funcionan cuando cambian mi vida y este libro cambió mi vida porque mejoró mis amistades. Me di cuenta de que hay amistades que tengo que son amistades en reposo, otras son amistades que me extienden, que me exigen mucho, me demandan mucho, pero también me llevan a lugares a los cuales no podría ir solo. A mí no me interesa decir: “Esta es la buena amistad, esta es la mala”. Lo que me interesa es entenderlas en función del momento de la vida en el que estoy.

–Sin embargo, del libro emergen algunas definiciones. Por ejemplo, la de un participante en los encuentros que dice que, para él, un amigo es alguien “que puede entrar en tu casa y sacar lo que haya en la nevera sin preguntar.”

–¡Esa le gusta a todos! Es muy clara, ¿no? Lo que me gusta es pensar a la amistad como lugar. Es decir, ponele que vos llegás a una ciudad nueva, a la que nunca fuiste antes, y de repente te dan un mapa. Ese mapa te sirve para orientarte. Te sirve, en un lugar donde podrías perderte o confundirte, para saber mejor cómo ir. Pero hay una segunda idea interesante, que es que de repente te da ideas sobre adónde ir. Decís: “Uy, este lugar no lo había conocido”. Me gustaría pensar que el libro es una especie de mapa de la amistad. Donde tenés este lugar, que es el que te gustó a vos y que le gusta a mucha gente, este rincón donde están las amistades que son tan tranquilas, de esas que vos vas a la casa y hacés lo que querés. Pero ojo, que también están estas otras, que son amistades que funcionan en grupo; y acá está otro barrio, el de las amistades medio efímeras, que tienen esa ventaja de que no te conocen tanto y entonces de repente terminás hablando de algo que no lo hubieses hablado con nadie… Y están, en otro lado, las amistades de la admiración, que son amistades de gente que te abre puertas a lugares increíbles, con las que al mismo tiempo estás un poco tenso o tensa porque te sentís muy observado. No es una definición, son algo así como lugares y cada lugar tiene su idiosincrasia. Un mapa que te orienta en un mundo complejo y vasto, como es el mundo de la amistad. El mapa te marca dónde, por qué y qué virtudes tiene cada uno de estos barrios de la amistad. Podés reflexionar sobre que a lo mejor querrías tener más cierto tipo de amistades y un poco menos otras.

–¿Al libro lo pensás como herramienta?

–La idea es que vos puedas emanciparte, tener algún conjunto de herramientas que no te van a resolver nada en sí, pero que pueden servir como guía. Hay mucha ciencia, esta es la clave: hay mucha ciencia que muestra que uno de los elementos más decisivos de quién uno termina siendo es, justamente, los amigos que tiene. Al final se confirma eso de “dime con quién andas y te diré quién eres”. Entonces, si es cierto que según con quién estás se va a definir quién sos, realmente vale la pena pensar con quién andás. Porque eso termina definiendo en enorme medida lo que terminará siendo tu vida.

–¿Pero, de todos modos, esa cartografía incluiría la posibilidad de circular por distintos “barrios”, de no tener un único tipo de amistad?

–Todo el mundo tiene eso y por eso el lugar más elocuente es cuando perdés un barrio, cuando perdés un amigo o amiga. Porque ahí te das cuenta de que ese amigo, esa amiga, expresaban una parte tuya. Todo el mundo tiene un amigo que es el que lo lleva a los lugares más sosegados. Y también el amigo que te lleva a caminar, el que te lleva a contar cosas que a otros no contarías, el que te lleva a hacer tonterías o locuras que solo no harías... Mis amigos se contradicen, y cada uno cataliza una expresión de algo que yo soy. Ahora, a lo mejor de repente me doy cuenta de que me rodeé de un montón de amigos que me están llevando todo el día, no sé, a hacer deporte, y yo no quiero eso. O que me están llevando todo el día a tener charlas sobre la catástrofe del mundo, y yo no quiero. O un montón de amigos que me están llamando todo el día para ir de juerga por la noche y no es lo que quiero. A veces uno termina en ciertas derivas por la fuerza de los vínculos que tiene. De adultos pensamos que esas fuerzas son mucho más las que vienen de nuestros vínculos familiares, de nuestra pareja, pero a la vez la ciencia muestra que la fuerza social más decisiva para el destino de una persona son sus amistades.

–Cuando decís que la ciencia “muestra”, ¿te referís a investigaciones puntuales? Aunque en el libro algunas se mencionan, su textura es más literaria, más testimonial.

–Sí, es un poco más literario. Pero tiene ciencia, quizás como más diluida: quedó en ciertos lugares, en aspectos que son muy contundentes. Por ejemplo, hay muchos estudios que muestran que en la adolescencia casi todos los problemas de identidad son problemas que empiezan en problemas de amistad de todo tipo. Desde el más claro, que es cuando no hay amigos. Una persona que no puede formar amistades se rompe, y nosotros ponemos un caso muy dramático, porque ahí es donde realmente entendés la amistad. Es un caso extremo, pero alude a algo que, creo, casi todos vivimos. Yo lo viví. En algún momento, yo fui el que no encajaba. En mi infancia y en mi adolescencia, viví el tirarme a llorar por no encajar en algún lugar donde quería estar. ¿Por qué lloraba? Porque sentía que dejaba de ser; lo que se estaba deshaciendo a través del no poder pertenecer a un grupo era mi identidad. Por suerte lo pude recomponer, encontré otro grupo; es lo que nos pasa casi todos. El que no logra recomponer eso, se rompe psíquicamente, se desarma completamente. Hay mucha evidencia científica, cientos de trabajos que muestran cómo las fuerzas de las amistades terminan siendo muy decisivas en el destino de aquello que somos.

Hay amistades  profundamente asimétricas, al contrario de los mandatos antiguos, que decían que debían ser simétricas. La amistad no es una ecuación matemática, con una contabilidad justa

–¿Pero realmente uno puede armar su mapa de amistades desde la voluntad? No elegís voluntariamente de quién enamorarte, ¿eso no rige también para la amistad?

–Tenés toda la razón, uno tiene su temperamento. Es muy difícil enseñarle a alguien que cambie estas cosas. Vos lo ves en los chicos, el que quiere ser amigo del líder, por ejemplo. No podés plantearte todo estratégicamente. Pero hay cierta fuerza que uno puede hacer para salirse de ciertos lugares. Por ejemplo, si hay un grupo que vos te das cuenta que te está haciendo mal, te podés apartar, podés empezar a no transitarlo. A los padres y a las madres nos preocupan mucho las amistades de nuestros hijos. Creo que tenemos esa sabiduría. Primero, queremos que tengan amistades porque entendemos que no tenerlas te deshace. Y, segundo, nos preocupamos si vemos que un amigo de nuestros hijos los lleva a un lugar que nos parece que no es sano. Entonces, una de las cosas que creo que es importante y tiene que ver con lo que trabaja Judith Rich Harris , es que vos sí podés elegir alrededor de quién estás. Otra cosa es con quién vas a conectar. Pero podés elegir si vas a pasar tiempo en el colegio, en el club, en el barrio. Eso se puede controlar. Hay un ejemplo quizás exagerado: los padres que mandan a sus hijos a la superescuela de música que queda lejos de casa. El chico no hace ningún amigo y el problema fue que estaba en un lugar donde no encajaba. Si vos lo ponés a un chico en un lugar donde más o menos está cerca de su zona de confort, encuentra un punto de encaje. La mayoría lo hace.

–El libro está muy atravesado por la idea de lo lúdico, el encuentro, el vino, la comida. El ágape. Es interesante, en una época más bien áspera.

–Yo escribo sobre cosas que me cuestan. No escribo sobre cosas para las cuales yo soy un natural. Las estudio, las pienso, las investigo y creo que eso me da un registro más cercano. Cuando publiqué el libro sobre las palabras, yo no hablaba desde el lugar de del que juega perfecto al tenis o de Messi diciéndote cómo patear. Al revés, yo lo hacía desde el lugar de alguien que tuvo que trabajar mucho ese tema, porque no le fue natural. Con la amistad, soy una persona que celebra mucho las amistades que ha tenido en la vida. He viajado mucho, viví 5 años en Nueva York, 4 en París, 10 en Barcelona, 8 en Madrid, 20 en Buenos Aires. En cada lugar fui cambiando de amigos, fui haciendo amigos; tengo amigos entrañables, pero no soy como Pablo Meyer , que se hace amigo de todo el mundo. No soy lo que se llama un natural de la amistad, soy una persona que justamente la trabajó, la buscó, se chocó contra la pared muchas veces. Y a partir de ahí estudié exhaustivamente el tema. Entonces, es cierto que en el libro hay algo de celebración.

–¿Una oda a la amistad?

–Es un momento gris en el mundo y creo que hay ganas de agarrarse de algo más luminoso, de la índole, como decías vos, del disfrute. Creo que eso está como búsqueda, puede haber sido más o menos consciente, estuvo en el proceso también. Nosotros nos propusimos escribir un libro sobre la amistad y una vez que nos lo propusimos fue como dos amigos que salen de viaje y dicen: “Bueno, ¿y ahora qué hacemos? ¿Adónde vamos?” No lo teníamos planeadísimo en el momento en que empezamos a escribirlo. Entonces dijimos: “Vamos a hacer como si llegases a un lugar y dijeras: me voy al bar y hablo con la gente y le pregunto qué se hace por acá”. Descubrimos algo que no fue planeado, que es que esas conversaciones eran luminosas, entrañables. Habíamos encontrado algo. Y no podíamos hacer nada mejor que tratar de hacer la crónica de ese descubrimiento: cuando vos ponés a alguien a pensar sobre la amistad, se le llenan los ojos de brillo. Habla de una manera de la cual hemos perdido la costumbre, que es no hablar de memoria, sino pensar genuinamente, reflexionar, contradecirse. Es decir, de repente encontramos que era algo en lo cual algunos eran expertos, otros eran niños, otros eran señores mayores, otro era un jardinero, otro apenas hablaba español. Pero lo que era común es que a cada una de esas personas, no importa si tenía un doctorado en Harvard o si había llegado en patera desde Guinea hasta Madrid, el hecho de pensar sobre la amistad los ponía en un modo de brillo en los ojos y de una búsqueda profunda, de tratar de entender algo. Fue muy conmovedor.

–Vivimos en una cultura que sacraliza la hiperproductividad. ¿Nuestro modo de vida no conspira contra la amistad y su necesidad de disponer de tiempo y disfrute?

–Una conversación que tuve muy extensa fue con Santiago Gerchunoff, un filósofo al que le tengo una enorme admiración, una enorme estima, pero que en algunas cosas tiene una visión distinta a la mía. En particular, había un punto que a él le molestaba mucho en El poder de las palabras: él decía que yo hacía un análisis utilitario de las conversaciones. Es decir, mi postura es que la conversación te sirve; las buenas conversaciones te sirven para resolver problemas, para encontrar mejores soluciones, para sentirte mejor, para tener, en fin, una cantidad de cosas que hacen tu vida mejor. Santiago decía: “En realidad no es así, en realidad es al revés”; para él, uno tiene que hacer todas las cosas de la vida para lograr el fin último y no utilitario, que es tener buenas conversaciones. Acá hay algo parecido. Hay una mirada de la amistad como algo que hace la vida linda. Entonces podría pensarse, ahora que está todo mal, que en vez de invertir en trabajar todo el día, mejor sería ir a ese lugar de esparcimiento, a disfrutar con nuestros amigos. Pero yo insisto en volver a la idea de que estas cosas no solo valen la pena porque son bellas, sino también porque son útiles. Hay que invertir en la amistad no solo porque es bella, sino también porque es una buena inversión. Es una manera de cuidar tu bienestar, una manera de tomar mejores decisiones, de pensar más claro. C. S. Lewis dice que todas las grandes gestas humanas comienzan con un grupo de amigos o amigas que dicen “vamos.” Todas. Por ejemplo, la invención de la matemática: Pitágoras y 14 amigos dicen: “Che, ¿nos juntamos a ver cómo son los ángulos?”. O los que por primera vez suben al Everest. Google, la empresa más grande, nace de dos amigos que un día dicen: “Vamos.” En cada una de estas cosas hubo un proceso; lo que digo es que sin ese grupo de amigos esto no hubiese pasado.

–¿Unir lo bello y lo útil?

–Es que también se puede pensar la amistad desde una perspectiva utilitaria. Creo que no hay nada malo en eso, verla como una herramienta que nos permite hacer cosas que sin amigos no haríamos. Desde esa perspectiva, pensar la amistad no es solo pensarla por una oposición entre el trabajo y el ocio, donde la amistad es el ocio y el trabajo es el espacio productivo. Uno cultiva la amistad también como una forma de cultivar su producción, su trabajo, su identidad, su salud. El libro no es una reivindicación de la amistad como un espacio de ocio –que es necesario, y también es necesaria la fiesta–, sino como algo que termina siendo un factor tremendamente decisivo en lo que hacemos, no solamente en el espacio de ocio, sino en toda nuestra vida. Creo que en un momento en el cual todo tiembla tanto, la amistad se vuelve un patrimonio aún más necesario. Hay gente que se construye un búnker porque tiene miedo de que venga una catástrofe. Armarte un grupo de amigos es, entre muchas comillas, como armarte un búnker. Te da un un patrimonio, te da tierra. En momentos en los cuales todo puede temblar, tenés algo muy sólido de lo que agarrarte.



Fuente: https://www.lanacion.com.ar/conversaciones-de-domingo/una-persona-que-no-puede-formar-amistades-se-rompe-por-que-la-ciencia-asegura-que-la-fuerza-social-nid27042025/

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