El fútbol más apasionado no genera abrazos. Un caso no hace una norma, una fecha no arma una tendencia. Pero el inédito fin de semana anterior puede ser una evidencia. Difícilmente se repitan ocho 0-0 en una jornada; por algo no había sucedido nunca en la historia del fútbol argentino. Pero si se juega más para no perder que para ganar, la consecuencia es lógica: más rechazos, menos festejos.
Luis Artime vivía para el gol. Con pasado como centrodelantero en Independiente, Belgrano y otros clubes, hoy es el presidente del club cordobés. En el palco de Independiente Rivadavia, veía cómo los plateístas mendocinos giraban y le criticaban la manera de jugar de Belgrano. “Me decían que sólo nos defendíamos. Pero los locales eran ellos, tenían que hacer el gasto”, fue la respuesta del Luifa, a quien el pasado como 9 no le modifica las prioridades. El que pierde porque atacó pierde dos veces; una en el resultado y la otra, por la presunta inocencia.
Existe una desproporción. Pesa más el sentimiento negativo que el positivo. La derrota trae sufrimiento; la victoria, salvo algunos casos, simplemente alivio. Pareciera estar en juego el orgullo. Será que con el tiempo comenzamos a depositar en los clubes más necesidades que antes. La derrota del domingo es una derrota más para la semana.
Así como destruir requiere de un golpe y construir incluye una idea, defender es más fácil que atacar. El estudio de un partido se enfoca en descubrir las virtudes del rival para apagarlas; no tanto, por ejemplo, en extraer jugadas de alguna otra liga para copiarlas. Los entrenamientos, desde hace años, se realizan en general con pelota, ya lejos de esas actividades que sólo apuntaban a la resistencia física. Pero tuvo que llegar Claudio Diablito Echeverri a la Premier para descubrir las diferencias vigentes: “En River hacíamos trabajos físicos. En el City se trabaja todo desde el pase y la posesión”. En la comparación citó a River, no precisamente a uno de los que aquí menos tienen.
Ese es un gran punto: la amplia diferencia en los presupuestos y la escasa diferencia de resultados. Los que más gastan quedan enmarañados en el fútbol de los rivales. Si la jerarquía cuesta millones, la voluntad queda al alcance de cualquiera. El fútbol físico empareja; para abajo, claro.
Corren, traban, demoran reanudaciones. Se sabe que el tiempo neto del torneo argentino es menor no sólo comparado a las ligas estelares sino también a las de países limítrofes. Cuanto menos se juega, menos tiempo tienen los que más capacitados están. Se valora a los equipos que consiguen disimular las inferioridades técnicas. Pero en la medida de que lo logran, el producto baja su calidad. Un informe reciente de LA NACION, elaborado por Cristian Grosso, reveló que así como la liga francesa promedia un 84% de efectividad en los pases y la MLS supera el 83%, la argentina no llega al 76%. Dijo uno y quedó: el que quiere espectáculo, que vaya al Colón. La frase tiene su lógica. Se juega para satisfacer al propio, no para agradar al imparcial. Pese a que la Liga Profesional suele difundir datos positivos, los números de ratings de las transmisiones son bajos. La mayoría mira sólo a su equipo; el resto es una pérdida de tiempo.
Hay una sentencia inequívoca: hoy se llega más fácil a primera. Se trata de la consecuencia obvia de haber ampliado la cantidad de equipos en primera a 30. Lejos de disminuirla, ¿pueden llegar a aumentarla todavía más para el año próximo? Por ahora se trata apenas de una idea de algún dirigente con mediana injerencia. Quedará para una próxima columna. Por lo pronto, algunos de los ascendidos de temporadas recientes se ilusionan con clasificarse a copas internacionales. Un caso es Deportivo Riestra, con sus maneras únicas a nivel mundial: Opta concluyó que, considerando el torneo local, la Premier y el Brasileirao, es el único equipo que promedia menos de 3 pases por posesión. Cada uno juega como puede. Y como quiere.
De nuestro medio, lo sabe cualquiera, se iban los jugadores excelentes, pasaron a irse también los muy buenos, y ahora se van los buenos y los que tal vez lo sean. Una figura naciente es un próximo ex. Quedan los que no pudieron ser transferidos y los que están de regreso (o de vuelta, como tienen varios clubes). Y este punto, pese a las intenciones gubernamentales, no se solucionaría sólo con inversión privada. Un torneo con ingresos más altos podría ser más seductor y generar réditos que hoy no genera. Pero los jugadores quieren irse para cobrar otros sueldos o simplemente para ser parte de mejores ligas.
Así quedan pocos futbolistas gana partidos. Adrián Maravilla Martínez es uno. Llegó Angel Di María. ¿Hay algún otro? Tampoco sobran los inteligentes, de esos que compensan la incapacidad de un entrenador para lograr un buen funcionamiento colectivo en ataque. Y se da un retroceso en la formación técnica de los jugadores, difícil de mensurar con datos porque la disimula la fertilidad eterna de nuestro suelo. Nadie niega, claro, que no haya espíritu competitivo. En eso siempre habrá un plus. Todo se hace en nombre de la pasión. Nadie escatima esfuerzo. Todos quieren huir de la derrota. Se juega como se vive. Como alocadamente se vive el fútbol.