La instrumentista del año. Valga este solo título para expresar en palabras elocuentes la envergadura artística del próximo concierto del Mozarteum. La instrumentista es Antje Weithaas: violinista virtuosa y prestigiosa docente, directora de proyectos, de ensambles y de uno de los concursos internacionales más famosos de violín, ganadora ella misma de los primeros premios de las competencias consagratorias de su especialidad. Antes de recibir el galardón del Opus-Klassik 2025 que en el otoño europeo la distinguirá en Berlín como “la mejor del año” —por su virtuosismo, su densidad musical y el renombre del que goza en todo el mundo, por sus presentaciones en vivo y los registros discográficos memorables—, llega al Teatro Colón junto con la Orquesta de Cuerdas del Concertgebouw (integrada por músicos de la célebre Orquesta Real de Ámsterdam), en su doble rol de solista y conductora. Antes de iniciar su gira por la región, la violinista alemana habló con LA NACION sobre las condiciones de su instrumento, los enfoques de su interpretación y del repertorio que ofrecerá al público argentino.
-Sobre la pieza de Ravel, ¿dónde están las cualidades típicamente gypsy en la música de Tzigane?
-El violín gitano es algo que llega al alma directamente y es lo que logra Ravel en esta obra, porque gracias a una notación muy precisa suena a una música auténticamente gitana. El violín es el instrumento con el cual el gitano puede llorar y alegrarse, enojarse o describir la naturaleza, y todo ese arco de emociones viscerales está entre las cualidades típicas. Los extremos de todo, la música que para ellos es algo existencial. Ravel le dedicó esa Tzigane a una violinista húngara, por la fascinación que le provocaba su manera de tocar la música gitana. Creo que habitualmente se la interpreta de un modo agresivo, pero si se ejecutan las dinámicas tal como las escribió Ravel, surge algo más allá de la “agresividad” (que uso entre comillas) y del salvajismo. La expresión salvaje es importante en el estilo gitano, por supuesto, pero en el contexto de lo natural y lo expresivo a flor de piel.
-Ya que menciona a la dedicataria —la violinista húngara Jelly D’ Arányi (1895-1966) por la fascinación de Ravel— ¿Es una inspiración su figura?
-Nunca la escuché en vivo, pero debe haber sido increíble. Solo conocemos las historias sobre ella y por lo que inspiró a compositores tan importantes (Bartók, Ravel, Vaughan Williams y otros), debe haber sido un talento descomunal. El haber hecho la carrera que hizo en su momento habla de una personalidad fuerte. Yo tengo presente que Ravel escribió para ella, pero intento un enfoque propio inspirado en la forma en que los gitanos manejan sus violines. Los escucho a menudo y me fascinan. Cada vez que voy a Hungría, trato de ir a escucharlos en vivo donde todavía se hace la música de esta manera ¡y, gracias a Dios, existe!. La música gitana pura es algo conmovedor que llega al corazón de manera directa. He enfocado esta obra pensando en eso, empatizando con la imagen del gitano que puede tocar de todo haciendo que parezca fácil. Es fascinante cómo Ravel pudo reconocer cada detalle de ese toque y traducirlo con tanta precisión en las notas de una obra maestra. Siempre asegurándose de que el virtuosismo tenga sentido musical.
-Un aspecto clave de la interpretación: que el virtuosismo nunca sea vacuo. ¿Cómo se encuentra el equilibrio que hace al buen gusto? La unión entre la elegancia y la libertad de la forma.
-Es difícil de explicar. Lo primero es entender el lenguaje de la pieza. Eso significa que, si toco Tzigane, comprendo la esencia de la música gitana. Luego, el modo en que Ravel la escribió para que suene como una improvisación y surja el estilo con naturalidad. Después se trata de ser auténtico, de expresar sentimientos propios, ser honestos y no fingidos, nunca sonar a cosa impostada porque si el músico transmite un sentimiento como propio, al público le llega. Es difícil hablar del gusto porque es diferente en cada uno. Lo que es ineludible es que el enfoque propio sea convincente.
En busca de la individualidad-Siguiendo con la constelación húngara, otra figura vinculada a Jelly D’Arányi: su tío abuelo, el célebre Joseph Joachim. Además de obtener el premio del concurso que lleva su nombre es ahora su directora ¿Por qué querría una intérprete dirigir una competencia internacional?
-Es interesante la pregunta porque soy muy crítica del sistema de competencias, en el que el énfasis se pone en el carácter deportivo de tocar un instrumento. Lo mismo con el piano. Y si esa visión se extiende, es un problema cuando detrás de la acrobacia no hay nada para decir. Yo me hice cargo de este concurso porque quiero las cosas de una manera diferente: quiero buscar “la personalidad”. Lo más importante es la selección del jurado que decide y que entiende cuando está frente a algo distinto, cuando tiene un mensaje artístico, cuando es interesante y personal. Lo que notamos es que los que llegan no tienen el coraje. No es que necesariamente nos guste, sí que nos convenza. Por esa razón asumí: para encontrar la individualidad, para encontrar a aquel que tiene la valentía de una declaración artística propia.
-En contraste con la rapsodia húngara, está el concierto de Mendelssohn, en el cual, fiel a su estilo, reina el arte de las formas y las melodías delicadas
-A pesar de ser una pieza muy temprana —Mendelssohn la escribió a los 13 años—, se puede vislumbrar su genialidad y desarrollo. Comparable con la categoría de un Mozart o un Schubert. ¡Solo Mozart completó una composición antes de esa edad! Lo que sorprende, además de la riqueza de su contrapunto y la influencia de la ópera italiana, es el riesgo que toma en lo que respecta a formas y armonías. La valentía con la que se atreve siendo un niño a desafíos semejantes. Apenas en algunas transiciones podría decirse que no alcanza la maestría del resto ¡pero está su energía típica, el agitato, la vitalidad, el ardor y por supuesto la poesía única de Felix Mendelssohn!
-¿Y qué siente usted?
-¡Su alegría juvenil al componerla! Entender ese sentimiento para disfrutarlo mientras toco, para expresarlo en todo su amor, su drama, su travesura y su sorpresa. Siento una alegría increíble y es lo que trato de decirle al público. En el segundo movimiento: las melodías conmovedoras, la poesía de las Romanzas, y en el tercero: todo aquello que nadie espera y es tan genial.
-¿Qué pedido especial le hizo al constructor de su violín? ¿En qué detalle siente encontrar el alma del instrumento?
-¡No es tan fácil de encontrar! El instrumento es como las cuerdas vocales para nosotros. Tiene que poder modelar las sensaciones que tengo en mi oído interior para traducirlas en un sonido personal. Mi constructor conocía muy bien mi toque y logró crear ese tipo de “experiencia ¡ahh!” , algo que me inspire, que me ofrezca un rango dinámico amplio, que tenga color, que pueda sonar hermoso, pero también áspero si lo necesito. Hace 24 años que toco este Greiner que tiene la forma de un Guarneri del Gesù. Y es emocionante cuando se encuentra esa simbiosis, porque no es lo que realmente importa si el instrumento es antiguo o moderno. No es una decisión por la edad. Es una decisión por el violín y por la relación con él, ¡que también es una diva!
-¿El violín, una diva?
-Bueno… Se suele decir que los violines nuevos son demasiado estables. Y eso no es cierto en absoluto. Reaccionan extremadamente al clima, a la sequedad y a mis propias sensibilidades. ¡Y eso es tan emocionante! porque se trata de algo que está vivo, que lo usamos para hacer nuestra música y para crear un sonido personal.
Para agendarConcierto del Mozarteum Argentino – 73ª temporada. Orquesta de Cámara del Concertgebouw. Solista: Antje Weithaas (violín). Obras: Holberg Suite (Grieg) Concierto para violín y orquesta de cuerdas en re m (Mendelssohn-Bartholdy), Tzigane. Rapsodia para para violín y orquesta de cuerdas (Ravel), Sinfonía de Cámara op.11A (Shostakovich). Función: lunes 28 a las 20. En el Teatro Colón (Libertad 621).